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Ama
Había pasado una semana desde el cumpleaños de Dumán y desde nuestra charla algo incómoda, Dumán y yo habíamos hecho como si nada. Porque ambos sabíamos que si lo hablábamos saldríamos mal.
Porque no éramos tan tontos para ignorar el hecho de que estaba empezando a pasar algo entre nosotros.
Porque todavía no queríamos migrar.
Llevé a Dumán conmigo aquel día al hospital. Porque las penas era mejor llevarlas acompañada.
Él me miraba tranquilo, aunque podía ver los nervios en su rostro un tic en su ojo izquierdo aparecía.
Dumán, con cariño, acunó mi rostro y sonrió.
Asentí confundida y de la mano, entramos a la habitación de Nigel.
Estuvimos hablando de Dumán y de mí, de nuestra relación y de la que fue.
Los dos rieron y yo sonreí, porque de alguna forma, estaba viendo a dos personas que fueron y son, lo más importante en mi vida amorosa.
Después de una charla, vi cómo se miraron entre ellos y asintieron.
Yo estaba sentada a su lado, Dumán estaba frente a nosotros.
Noté al miedo entrar por la puerta y cerrarla con pestillo.
No podía moverme, estaba paralizada, sentía mi cuerpo en otro lugar, aunque mi mente luchaba por ir a correr. Por correr hasta llegar a casa.
No pude hablar, el miedo había entrado a mi garganta y había robado mis palabras.
Noté las lágrimas salir por mi rostro, noté cómo el aire desaparecía.
Me sentía desprotegida, porque en cualquier momento ella podía aparecer y matarme.
Iba a matarme.
Dumán se levantó alerta y Nigel siguió sosteniéndome de la muñeca.
De pronto, sus manos gruesas y ásperas se convertían en unas finas y dulces manos de uñas negras afiladas y no paraban de hacer presión.
Si seguía subiendo la mirada, veía el rostro de Nigel disolverse hasta que el de mi madre relucía, sus ojos, sus ojos que tanto odié, su sonrisa y dientes perfectos, su pelo corto y su flequillo.
Los mismos que atesoraban mis recuerdos.
Los mismos que me hicieron temblar.
Negué, no podía respirar, me estaba ahogando, estaba sin respiración.
La imagen de mi madre entrando en aquella habitación y mirándome no paraba de reproducirse, venía con la aguja, venía dispuesta a matarme, con los médicos que la iban a ayudar. Venía dispuesta a asesinarme.
Yo, sentada en el suelo, en una esquina, reviví aquel momento, lo reviví hasta que sentí unos brazos rodearme, hasta que levanté el rostro y vi a Dumán con una rota sonrisa. Hasta que me di cuenta de que mi herida, no paraba de sangrar.
Asentí mientras tomaba su mano con fuerza, porque Dumán era un ancla en mi vida. Era lo que me mantenía en la superficie de no ahogarme.
Abrí los ojos y negué. Dumán besó mi rostro y me dejó en su pecho caer.
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Editado: 14.07.2025