La migración de las aves

Alma

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Ama

Había pasado una semana desde el cumpleaños de Dumán y desde nuestra charla algo incómoda, Dumán y yo habíamos hecho como si nada. Porque ambos sabíamos que si lo hablábamos saldríamos mal.

Porque no éramos tan tontos para ignorar el hecho de que estaba empezando a pasar algo entre nosotros.

Porque todavía no queríamos migrar.

Llevé a Dumán conmigo aquel día al hospital. Porque las penas era mejor llevarlas acompañada.

Él me miraba tranquilo, aunque podía ver los nervios en su rostro un tic en su ojo izquierdo aparecía.

  • ¿Estás bien? – inquirí por tercera vez mientras lo miraba preocupada.

Dumán, con cariño, acunó mi rostro y sonrió.

  • Mejor que nunca, ¿y tú? ¿Estás relajada?

Asentí confundida y de la mano, entramos a la habitación de Nigel.

  • Hola – sonreí cuando vi su rostro alegre
  • ¡Alma! – gritó con una sonrisa mientras me miraba a mí y a Dumán.
  • Él es Dumán, mi pareja – presenté y Nigel sonrió con aprobación, aunque sabía que por dentro se estaba muriendo de dolor.
  • Encantado – dijo Dumán antes de ir a estrecharle la mano.
  • Oh, este sí – dijo Nígel a modo de saludo.

Estuvimos hablando de Dumán y de mí, de nuestra relación y de la que fue.

  • A Alma difícilmente la verás con unos jerseys sosos. Si ocurre, preocúpate – avisó Nigel a Dumán, que asentía de acuerdo a sus palabras.
  • Adoro sus jerseys de flores.
  • ¡Yo también! En mitad de invierno, flores y cuando es época de flores, muñecos.
  • ¡Sí! – gritó Dumán sonriente. – O cuando ríe, por favor, su risa tienen que grabarla porque es preciosa.
  • ¡Es dulce!
  • ¡Eso!

Los dos rieron y yo sonreí, porque de alguna forma, estaba viendo a dos personas que fueron y son, lo más importante en mi vida amorosa.

Después de una charla, vi cómo se miraron entre ellos y asintieron.

  • Alma – empezó Nigel tomando mi mano.

Yo estaba sentada a su lado, Dumán estaba frente a nosotros.

Noté al miedo entrar por la puerta y cerrarla con pestillo.

  • Hay algo que tenemos que decirte – continuó Dumán con pena –. Nosotros… nos han mandado a que te contemos esto.
  • Hace unos días, semanas – especificó Nigel –, ocurrió algo.

No podía moverme, estaba paralizada, sentía mi cuerpo en otro lugar, aunque mi mente luchaba por ir a correr. Por correr hasta llegar a casa.

  • Alma... – empezó Dumán con cautela.
  • Han encontrado a tu madre. – finalizó Nigel antes de mirarme con lástima.

No pude hablar, el miedo había entrado a mi garganta y había robado mis palabras.

Noté las lágrimas salir por mi rostro, noté cómo el aire desaparecía.

Me sentía desprotegida, porque en cualquier momento ella podía aparecer y matarme.

Iba a matarme.

  • No... – susurré antes de estallar en llanto.

Dumán se levantó alerta y Nigel siguió sosteniéndome de la muñeca.

De pronto, sus manos gruesas y ásperas se convertían en unas finas y dulces manos de uñas negras afiladas y no paraban de hacer presión.

Si seguía subiendo la mirada, veía el rostro de Nigel disolverse hasta que el de mi madre relucía, sus ojos, sus ojos que tanto odié, su sonrisa y dientes perfectos, su pelo corto y su flequillo.

Los mismos que atesoraban mis recuerdos.

Los mismos que me hicieron temblar.

  • Sácame de aquí – susurré, no podía respirar –, no, mi madre no… no… ¡sácadme de aquí! –grité presa del pánico.
  • Alma…– me llamó Dumán que corría a abrazarme, Nigel me había soltado, aunque yo seguía sintiendo una mano apresarme la muñeca.
  • Sácame de aquí, por favor, sácame de aquí, va a venir por mí, por favor... – supliqué hincando mis rodillas, porque no podía mantenerme en pie.
  • Alma… tu madre está en el hospital... – comenzó y no le dejé seguir, porque el miedo a que apareciese por las puertas fue lo único que sentí.

Negué, no podía respirar, me estaba ahogando, estaba sin respiración.

La imagen de mi madre entrando en aquella habitación y mirándome no paraba de reproducirse, venía con la aguja, venía dispuesta a matarme, con los médicos que la iban a ayudar. Venía dispuesta a asesinarme.

  • Sácame de aquí, sácame de aquí – imploré antes de gritar del dolor que tenía, porque mi madre se acercaba a mí sin pudor, se acercaba con una aguja dispuesta a acabar con mi vida.
  • Alma, tranquila, ya nos vamos, por favor…
  • ¡Me va a matar! – sollocé – ¡Sácame de aquí por favor!
  • Dumán, siéntate, te verá como a su madre, lo mejor será que la dejemos gritar un poco – informó Nigel.

Yo, sentada en el suelo, en una esquina, reviví aquel momento, lo reviví hasta que sentí unos brazos rodearme, hasta que levanté el rostro y vi a Dumán con una rota sonrisa. Hasta que me di cuenta de que mi herida, no paraba de sangrar.

  • Perdóname – murmuré tan rota que vi cómo las lágrimas flaqueaban en sus ojos.
  • Alma no te disculpes por sentir mi amor, es humano. Está bien. ¿Puedo terminar de decirte lo que estaba contándote?

Asentí mientras tomaba su mano con fuerza, porque Dumán era un ancla en mi vida. Era lo que me mantenía en la superficie de no ahogarme.

  • Está en el hospital, ingresada, pero no en este, en otro, de las afueras, un hospital casi abandonado, destartalado y viejo. Está mal Alma y… saliste en las noticias, estas navidades.

Abrí los ojos y negué. Dumán besó mi rostro y me dejó en su pecho caer.

  • Está a punto de fallecer, quiere verte... – susurró – Es su voluntad. Si no quieres, no pasa nada yo…
  • ¿Dónde está?
  • En el hospital Noviusla, tu padre… guardó el secreto porque decía que si él te lo decía no te diría que quiere verte. Pero… es necesario que lo sepas.
  • Dumán…
  • Dime Almi.
  • Gracias.




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