La migración de las aves

Dumán

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Dumán

La primavera se abría paso por doquier. Los pajarillos habían comenzado a trinar hacía poco y yo sonreía mientras dejaba que la brisa se colase por mi ventana. Mientras el cálido aire primaveral me acariciaba el rostro.

Sentado en el escritorio haciendo el regalo de cumpleaños de Alma – que no sería hasta septiembre –, decidí escribirle. Porque necesitaba verla, porque desde el cumpleaños de mi padre no era que la veía.

Almi, vamos a dar un paseo?

¿En plan cita?

Podría ser...

No.

Vale…

Dame diez minutos y te esperaré en

el parque, como no llegues te mato, Dumán.

Te amo, Almi

Te amo, imbécil.

Y la conversación se quedó ahí, porque ambos sabíamos lo que queríamos decir del otro.

En el parque, llegué antes que ella para no hacerla esperar, porque sabía que ella llegaría en cinco minutos.

Cuando llegó me señaló cabreada, yo estaba sentado en un banco viendo cómo una ardilla trepaba un árbol aterrada por la presencia de un niño que la perseguía sin pudor.

  • Has llegado temprano – articuló
  • Yo creo que tú también – sonreí y me levanté dispuesto a darle un abrazo
  • Solo por esta vez dejaré pasar tu imprudencia. – eso dijiste las anteriores veces, pensé –. No llegas tan temprano a la biblioteca para limpiar – lanzó una pullita que preferí ignorar y sentí su aroma subir hasta llegar a mis fosas nasales e inundarlas de amor.

De la mano, caminamos por toda la ciudad en silencio. En marzo era difícil encontrar un lugar libre de la gente, ya que como el buen tiempo se alojaba, todo el mundo decidía salir a verle.

Y eso era bueno, porque todos los comercios disfrutaban, pero era malo porque apenas se podía pasear tranquilo.

  • ¿A dónde vamos a ir? – inquirió antes de apretar mi mano con más fuerza
  • Sorpresa – respondí con una sonrisa que solo ella era capaz de sacarme
  • ¿Me das una pista? Una pequeñita, tan pequeña como una mota de polvo.
  • No.
  • Dumaaán – se quejó y yo sonreí

A pesar de su evidente cabreo, conseguí llevarla a una zona poco habitada, con casas en ruinas y algunas, tristemente abandonadas. Llena de vegetación y con miles de florecillas serpenteando el paisaje.

  • ¿Qué es esto?
  • Uno de mis escondites – respondí antes de guiarla hasta una de las casitas en ruinas
  • No sabía que te gustase lo abandonado
  • No me gusta esa palabra. Mejor di…
  • ¿Tirado como si nada?
  • Alma – la regañé antes de ver cómo una pequeña lucecita se encendía en la casita –, vamos a entrar
  • Buen lugar para guardar un cadáver, espero que el asesino por lo menos esté bueno. – susurró y la miré con los ojos abiertos alarmado

Una antigua voz se carcajeó y salió de una puertecita entreabierta. Alma la miró aterrada, yo, sonreí, su pelo se seguía manteniendo corto y blanco, aunque su rostro seguía con las mismas arrugas. Me atrevería a decir que alguna más adornaba sus mejillas.

  • Hacía años que nadie fantaseaba con esta casa ruinosa – habló con su débil voz

Alma se tensó y se acercó a mí, yo, sonreí y la abracé. Se miraron mutuamente, durante minutos, parecían conocerse. Pero a la vez no. No se conocían aunque juraría que se sí, en el fondo de sus almas.

  • Almi, esta es la señora Naroha, Naroha, esta es…
  • Alma Ñounds. – susurró la señora con una cálida sonrisa – Hacía tiempo que no venías listillo.
  • Lo sé Naroha, ¿cómo estás?
  • ¿Vieja? – respondió risueña

Sonreímos y Alma se me quedó mirando como si de dos cabezas me hubiesen crecido.

Naroha sacó con mi ayuda y la de Alma sillas y nos sentamos entre aquella hierba llena de flores, en silencio, porque aquí nada hacía ruido.

  • Me mudé aquí cuando mi esposo falleció – le informó a Alma –, la casa estaba así cuando llegué.
  • ¿No pensó en arreglarla? – inquirió tímida.
  • ¿Para qué? Me iba a morir quisiese o no. Cuando una es vieja y ya ha vivido rodeada de mucho ruido, lo único que busca es el silencio y algo tan viejo como ella para no sentirse expuesta ni excluida. Uldarico murió feliz – sonrió con pena y acarició las alianzas de su mano –, no sufrió… creo que eso es lo primero que se busca cuando a tu compañero de vida le quedan dos suspiros mal contados. La tranquilidad…
  • ¿Por qué eligió este lugar? – inquirió y yo las escuché atentamente. Porque nada era más bonito que ver al amor de mi vida con la señora más amable del planeta.
  • Porque aquí todo está derruido. Como yo. Alma, la mitad de la gente que vivía aquí, era como yo. Personas a las cual su compañero de vida, dejó de serlo. Pero todos murieron. Todos lo hacemos– sonrió –. Yo moriré feliz, porque por fin este listillo me ha traído una novia para que la vea. ¡Nunca pensé que este día llegaría! – rió eufórica y Alma sonrió con cariño – Dime bonita, ¿han criado ya las ranas pelo?
  • Yo creo que sí – respondió risueña y las dos sonrieron amistosamente.

Después de unas preguntas sobre la relación, Naroha comenzó a relatarnos la suya. Y ambos supimos que no podríamos irnos sin haber escuchado aquella maravillosa historia.

  • Uldarico y yo estuvimos sesenta y dos años casados, me casé a los veintitrés, echa cuentas de mi edad
  • Ochenta y cinco – le susurré a Alma y Naroha me miró dramáticamente ofendida
  • ¡Qué vieja que estoy ya! – dramatizó con una sonrisa antes de mirar las flores y volver al tema – Tuvimos nuestras peleas, ¡siempre peleábamos por lo mismo! – sonrió y miró a Alma – Él decía que no hacía falta que estuviese todo el día haciendo cosas, que me relajase y yo le decía lo mismo a él, al final, los dos acabábamos tumbados en el suelo sin hacer nada. Alma, búscate a un novio que no le de miedo tumbarse en el suelo durante horas y horas hasta quedare dormidos juntos.
  • Me lo anoto – sonrió y la miré ofendido.




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