La migración de las aves

Dumán

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Dumán

¿Cómo podía tener a una belleza frente a mis ojos y no estar pensando en ella, y no amarla?

No me entraba en la cabeza.

Porque Alma no quería salir de ella.

La graduación fue peor de lo había imaginado.

La gente, con sus familias, sonreían orgullosos, pero yo no podía dejar de pensar en ella. En que mi familia estaba incompleta porque faltaba mi novia. Alma.

Pero ella, me lo dejó muy claro el día del callejón, me lo dejó muy claro cuando me miró con lágrimas y una sonrisa y dijo.

Dijo muchas cosas, dijo que me amaba. También dijo que tenía que alejarme o me pegaría una patada en los huevos, yo me reí, sabía que era broma.

Pero sus últimas palabras no lo fueron. Quizá por eso me dolieron más, quizá por eso estuve noches sin poder dormir, mirando nuestras fotos y mirando su regalo de cumpleaños que le di al año siguiente y que ella, abrió con una sonrisa.

Quizá por eso no permití estar en otra relación, porque la seguía amando.

***

  • Prométeme, que vas a rehacer tu vida, aunque no te guste Dumán, rehazla, vuélvete a enamorar, vuelve a besar y a mirar con amor a alguien. Alguien que no sea yo. Y cuando mires a esa chica, prométeme que pensarás en lo más bonito del planeta…
  • En t…
  • En ella, en únicamente la mujer que tendrás frente a ti. Porque la amarás y formarás una familia bella y te graduarás y harás todo lo que te propongas. Serás feliz.
  • Sin ti – contesté deprimido.
  • Sin mí, pero yo estaré detrás apoyándote en todo, entre las sombras. No me verás moverme porque me mimetizaré con ellas mi amor, pero tranquilo, porque te cuidaré en la distancia. – dijo antes de alejarse un paso.

Luego, se giró y echó a andar y con cada ruido de sus pasos golpear en el pavimento, un alarido de tristeza salía de sus labios, unas lágrimas caían en sus pies y la lluvia más intensa se volvía. Y con cada paso más lejos del mío. Más ganas tenía de ir corriendo y besarla.

Pero no podía ir, porque ella ya había puesto un límite, y era hora de que yo pusiese el mío.

***

Había descubierto que la morena bajita que me miraba alelada se llamaba Adara, pero aunque teníamos muchas en común, no me interesaba lo más mínimo.

Y no sabía por qué seguía hablando con ella, lo único que sabía era que no podía parar de hacerlo, porque me ayudaba a distraerme de dicha mujer que se movía inquieta entre el barullo de la gente buscando a alguien.

Nigel.

Ella había vuelto con él después de pensarlo mucho, él mismo me lo dijo, me enseñó fotos de que estaban juntos y los veía muy acaramelados.

Pero no me interpuse, porque Alma ya había rehecho su vida, era hora de que lo hiciese yo.

Mientras Adara me hablaba de las notas del último trimestre y de difícil que le habían resultado, yo miraba a Alma tomada de la mano con Nígel, posar para las fotos del centro escolar.

Y me preguntaba cómo le había resultado ella.

Porque a mí me había resultado difícil vivir sin ella al lado.

Y me fijé en ella, en sus ojos morados mirar vivos, tan vivos como el fuego. En cómo posaba con aquel vestido negro que juró no ponerse.

La vi sonreír, y sentí que todo se desmoronaba en mí, porque no me sonreía a mí, sus ojos no buscaban los míos y sus manos no buscaban mi calor.

Aunque por dentro, mi cuerpo gritaba su nombre.

Adara seguía hablándome sobre lo complicada que era la filosofía para ella, pero yo había no la escuchaba, porque por mucho que quisiese no podía hacerlo.

Vi a Alma pasar por mi lado y Nígel se acercó a saludar.

Adara los miró con una sonrisa antes de saludar con dos besos a Alma, que me miraba entre falsamente orgullosa y buenamente contenta de verme.

  • ¿Qué tal? – preguntó dándome unos golpes en la espalda.
  • De locos – contesté antes de ver cómo su corbata combinaba con el vestido de Alma. El miedo se removió entre mis tripas –, ¿y vosotros?
  • Estupendamente – contestó Nígel antes de mirar a Adara – ¿y tú eres?
  • Es Adara, mi novia.

La mentira salió sola, de tanto que había tenido que aprender para que mentir no se me notase, comencé a camuflar mi vida en la mentira.

Alma palideció, vi sus ojos abrirse y alejarse un milímetro, apretar la mano de Nígel y volverme a mirar, con una falsa sonrisa.

Podía ver oscuridad en sus ojos, una lugubreza que se expandía por la neblina de su ser.

Adara se dejó caer en mi hombro, quemaba, las mentiras quemaban, me rasgaban a garganta y me impedían hablar.

Mi hombro ardía, Adara no tenía que hacer eso, tenía que alejarse, no acercarse más. Ella no podía seguir llevándome la corriente. Ella tenía que alejarse, porque así yo me tragaría mi mentira y quedaría en ridículo.

¡Prefería quedarme en ridículo a ver cómo ella se alejaba más!

No podía tragar, la mentira había taponado mi garganta y solo quería gritar. Nígel miró a Adara y está sonrió coqueta antes de abrazarme de costado.

  • La verdad que nunca les hemos puesto etiquetas a lo nuestro, porque solo llevamos unos meses hablando, pero sí que es verdad que hemos notado cierto acercamiento el uno con el otro. ¡Es tan bueno! – gritó sonriente antes de acariciar mi mejilla y yo esbocé una falsa sonrisa, porque su tacto me molestaba, porque no habíamos notado nada, yo no, al menos – No sé cómo no nos hemos conocido antes. La verdad, que tenemos los mismos gustos y es tan serio que muchas veces tengo que sacarlo de su zona de confort para que ría. – sonrió antes de dejar su palma sobre mi corazón.

“Quita la mano de ahí, quita la puta mano, mi corazón no te pertenece, no tienes el derecho de tocarlo.” – decía mi subconsciente.

Adara miró a Alma y después a mí y la sonrió confusa.

  • ¿De qué os conocéis?
  • Amigos – contestó rápido –. De la biblioteca, sí que es verdad que hay que sacarlo de su zona de confort, no suele bromear mucho.




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