La migración de las aves

Alma

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Alma

  • Vale, ya te puedes ir – sonreí mientras le quitaba a Nígel la corbata –, que asquerosidad la de ir conjuntados. – me quejé mientras veía su sonrisa.
  • Alma, ¿estás bien?

La sonrisa se quedó pegada a mi rostro aunque su pregunta estaba atascada en mi garganta. Le mostré mi mejor cara mientras removía inquieta la corbata entre mis manos.

  • Como una puta manzana drogada. Perfecta. Ya puedes irte. Gracias por ayudarme.
  • Bueno, si necesitas que siga fingiendo, puedes llamarme – sonrió y se marchó andando con las manos en los bolsillos y silbando.

Yo, llamé a Ronan y le dije que le esperaba en el coche.

Ya había cumplido mi misión.

Ver que había seguido adelante con otra, ver que estaba feliz.

Porque aquella sonrisa me daría fuerza para el resto de mi vida, porque nuestros caminos, se acababan de separar para siempre.

Porque ya teníamos que ponerles punto y final.




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