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Dumán
Le di vueltas a la invitación, inquieto, parecía normal a simple vista.
Envuelta en un sobre rosa con el sello dorado, dentro, tenía un papelito banco con mi nombre en cursiva junto al de Adara y justo debajo de aquella información, el suyo. Decorada por flores y estupideces.
Pero escondía algo, escondía el miedo y el pánico.
Escondía la verdad y eso era aterrador. Aterrador porque no se conocía. Porque la verdad se mimetizaba con las sombras. Como Alma.
Adara me había dejado invitar a mis amigos. Yo quise invitar al amor de mi vida. Quise que estuviese allí.
Quise verla.
Así que aquel día le dejé la invitación al cartero y él se la llevó.
Y yo esperé respuesta.
Esperé durante meses, durante semanas, esperé tanto que pensaba que iba a asistir.
Por eso el día de mi boda me resultó raro ver su lugar en la iglesia vacío.
Por eso quizá, me di cuenta que quería que interrumpiese la boda, que gritase; ¡yo me opongo! O cualquier gilipollez que se le ocurriese.
Quería ver que estaba allí.
Porque yo no amaba a la mujer que tenía frente a mis ojos. Yo no quería casarme. Pero si no lo hacía, probablemente me rompería de dolor, porque ella ya había dado el vuelo.
Ella había migrado de mis brazos.
Cuando coloqué el anillo y la besé, sentí dolor.
Alma no había asistido a la misa, pero preferí ignorarlo, porque quizá se presentaba en la comida.
Y la esperé.
La esperé cuando mis amigos me regalaron una moto.
La esperé cuando a Adara le llevaron un ramo de quinientas rosas entre sus amigas.
La esperé cuando corté la tarta y bailé junto a Adara.
La esperé.
Su silla siguió vacía, su lugar en la mesa de amigos, libre. Nadie se sentó ahí, nadie preguntó por aquel sitio.
Nadie me dijo que ella me había olvidado.
Nadie me dijo que tenía que pasar hoja, porque… ¡Me estaba casando por el amor de la vida!
Cansado del barullo, salí a tomar el aire y mi padre me siguió.
Mi padre, que pocas veces había estado decepcionado de mí, me miro como si hubiese cometido el peor error de mi vida.
¡Y lo era!
Me gustó imaginar a Alma siendo mi mujer, seguro le gritaría a algunos o diría cosas como:
Porque eran cosas muy ella, que sin algún motivo, me hacían querer seguir celebrando.
Y me paré a pensar, en Adara, en lo buena que había sido conmigo, en cómo me había demostrado su amor día y noche, durante años.
Y sonreí.
Mi padre no necesitó más, solo eso para negar y encenderse un cigarrillo.
Reí y me centré en mis manos. En el anillo dorado que las adornaba.
Silencio. El silencio de la verdad. Porque eso era lo único que sí que había asistido. La verdad.
Y la verdad era que seguía amándola.
Y la busqué y cuando alejé a ella de todo el barullo, tomé sus manos y aire, tomé demasiado aire, tanto, que empecé a toser. Ella, me miró con una sonrisa y los ojos vidriosos antes de acariciar mi rostro.
No necesitamos más, supongo, que por eso los dos nos casamos.
Para evitar los vacíos que había dejado la ausencia del amor.
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Editado: 21.07.2025