Suavemente es sentó en la cama, y pudo apreciarla con más claridad.
Cuando Daniel le informo que había un herido de bala sin pensar salió en busca del paciente. Muchas veces pueden venir desangrados, y la pérdida de sangre es algo que no podía dejar pasar, poder hacer una transfusión en estos momentos de carencia era lo que menos quería hacer. Al llegar a la camilla de su paciente pudo ver a este sin camisa ya acostado. Había visto muchos cuerpos, claro pues era doctora y además era doctora de los soldados estadounidenses que llegaran heridos, esa era su misión. Pero no está demás decir que se fijó muy bien en la belleza de hombre que se encontraba a punto de dormir.
–Una bala me rozo el costado, no duele tanto ya, pero al caminar con el roce de la ropa incomoda.
–Claro entiendo, por favor siéntese a la orilla de la cama – diciendo esto se acercó a una mesita cerca de la cama, extrajo de una caja unos guantes los cuales se colocó, y puso un banco entre las piernas del hombre, las cuales caían en la orilla de la cama – ¿Quisiera que le colocara un poco de anestesia local?
–Si por favor, me está doliendo un poco.
Con agilidad tomo una jeringa y un embace de vidrio del cual extrajo un poco de líquido. Le coloco la anestesia con suavidad en su piel, tanta que casi no lo sintió, después de unos minutos se acercó y se sentó en el banco con una aguja e hilo en mano.
–Tratare de hacerlo muy lentamente para que no te duela, trata de no moverte tanto – el hombre asintió y ella después de una profunda inhalación comenzó con su trabajo.
Había cosido muchas heridas durante sus 2 años trabajando como doctora en esa base hospital, algunas eran horribles otras no tanto, pero la sabia diferenciar. Aquella herida era una bonita, si tenía cuidado al cocerla con pequeñas puntadas a pesar de que iban hacer unas cuantas no le importo el tiempo que duraría cociendo, aquel hombre no terminaría con una fea cicatriz
El miro a la mujer que se encontraba entre sus piernas sentada en un banco, nunca había visto una mujer tan pequeña y menuda, debajo del traje de doctor sabía que tenía (seguro) un cuerpo bellísimo. El dolor de una nueva punzada lo hizo volver a la realidad, pero aun así siguió fijándose en su cabello que lo traía lago hasta su cintura de un color castaño muy brillante. Fijo sus ojos en las manos de la mujer que trataba su piel con tremenda suavidad, vio que los puntos que colocaba eran pequeños a pesar de que la herida era pequeña, pero entendió que de esa manera la cicatriz casi no se notaría.
Cuando ella termino, vio la herida como una obra de arte y la verdad pensó así. Estaba cociendo un hermoso lienzo en el cual quedaría marcada sus manos de haberlo pintado. Levanto su mirada fijándose en los ojos color azules de ese imponente hombre que se encontraba a su merced. Él le devolvió la mirada con una pequeña sonrisa.
–¿Cuál es su nombre doctora? – ella se levantó de su asiento y quedo a su misma altura
–Doctora Stone – le extendió la mano, quitándose el guante – Camila Stone.
–Un gusto, soldado Javier Palmer – le tomo la mano con delicadeza y dejo en ella un pequeño beso. Se pregunto cuál sería la última vez que había tocado la caliente y delicada piel de una mujer. Ella en cambio sintió como el calor de su cuerpo se acumuló bajo sus mejillas ante tal acto.