La diosa del sol, Amaterasu, terminó de compartir conmigo sus recuerdos, habían pasado un par de horas desde que entré al templo, al menos eso pensaba, tal vez habían pasado días si cuentas el tiempo como los mortales lo hacen.
—Dígame, mi señora ¿cuál fue la falta que cometió Isamu? — Pregunté con gran curiosidad.
—Quizá es mejor si no lo sabes — Habló con una melódica voz que me trajo paz— A veces la ignorancia es el remedio a los males irreparables.
—¿Isamu mató o comió a alguien? — Insistí.
—Antes de que Kurama naciera, la montaña y el valle serian repartidos a los dos hijos del rey, educados para la única tarea de gobernar sobre humanos y Yokais, mantener la paz era su obligación, pero ¿qué pasa cuando la persona que está a cargo de proteger a todos decide ya no hacerlo?
—¿Isamu decidió no hacerlo? — Pregunté con preocupación.
—Isamu no decidió nada — Dijo tajante, se puso de pie y me invitó a acompañarla.
—Mi señora ¿en dónde se encuentra Isamu ahora?
—Isamu es Isamu, me dijo, el mayor de sus hijos, la luz de sus ojos — Había tristeza en su voz.
Al escuchar las palabras de la diosa asumí que el hijo del rey de los Tengu, Isamu ya no vivía más —¿los Tengu pueden morir?
—Si.
El rostro de Kurama vino a mi mente al escuchar su respuesta, mi temor creció — Los Oni atacarán a Kurama y lo matarán — Dije sin consuelo.
—Los Oni no lo matarán — Respondió segura — El rey ya tiene preparado para él su castigo por nacer.
—¿Castigo por nacer?
—Kurama es hijo de Kazumi, la humana que cautivo al padre y al hijo.
—Fue el rey quien cometió una falta imperdonable, no Kurama, él no debe ser castigado.
—No fue el rey quien cometió una falta imperdonable, fue Isamu su hijo.
—¡¿Kurama no es hijo del rey?!
—Kurama es un error que nunca debió suceder — Dijo con voz gélida.
—¿Qué sucederá con él? — Pregunté horrorizada — Él no tiene la culpa de nacer.
—Es por eso que te necesito Yuriko— Amaterasu me tomó de las manos y me llevó fuera de la cueva.
—¿Por qué salimos de la cueva?
—Necesito que subas la montaña una vez más y entres en mi templo, te estaré esperando ahí.
En un parpadeo la diosa Amaterasu desapareció —¿cómo se supone que llegue al templo en la montaña con esta oscuridad? — Hablaba conmigo misma cuando alguien tiró de mi manga, era el Hitotsume-Kozo, quien sostenía su lampara brillante.
—¿Vienes a guiarme, no es así? —Pregunté sonriendo, Hito asintió.
Caminamos en la oscuridad del bosque, guiados por la lampara de Hito, quien diligente caminaba con rapidez.
—Amanecerá pronto— Me lamenté — Si no estás seguro de poder llegar a tiempo, regresa o escóndete del sol en algún lugar, no me perdonaría si llegases a morir.
Hito continuó caminando.
—¡Detente Hito, los Yokai pueden morir! — Exclamé frustrada.
Hito me miró y apuntó a la montaña, entendí que nada lo detendría, tenía una misión que cumplir.