La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 1

Contar mi historia implica viajar al pasado. Precisamente a la época en que apenas tenía trece años de edad.

Recién nos mudábamos a Ciudad del Valle y no estaba contento con la idea de la mudanza, sobre todo por haber dejado atrás muchas de mis amistades, en especial la de mi mejor amigo, Uriel, a quien consideraba un hermano.

No era un simple capricho el hecho de mudarnos.

La verdad es que había una buena razón para hacerlo, pues habían ascendido a papá en su trabajo.

Su nuevo cargo implicaba trabajar en una reconocida central hidroeléctrica ubicada en las afueras de Ciudad del Valle.

Mamá estaba emocionada y orgullosa; era quien más ansiaba un cambio en nuestras vidas.

La idea de poder disfrutar de un ambiente renovado le daba a su semblante bastante jovialidad.

Cabe destacar que soy el menor de cinco hermanos.

Sin embargo, eso no significó un consuelo en aquel entonces, ya que mis hermanos mayores eran independientes.

Por ende, fue un tanto solitario llevar la mudanza a cabo sin mis hermanos, aunque, por otra parte, conté con la ventaja de ser el único al que consentían; específicamente con la compra de dulces y chucherías que me hicieron engordar más de lo que estaba.

En cuanto a mis hermanos, Raúl es el mayor. Luego sigue Alexis, después Noel y finalmente Cristian.

Raúl en ese entonces tenía treinta y tres años.

A esa edad, había logrado posicionarse como uno de los inversionistas más reconocidos y respetados en el estado de Zepeda. Gracias a él, la economía en varias ciudades tuvo un considerable crecimiento y posterior estabilización.

Estaba casado con Ana Paulina. Ambos se conocieron en la universidad y se casaron siendo estudiantes. Como fruto de su relación, tuvieron dos hermosos hijos que llamaron Saúl y Valentina.

Mi segundo hermano, Alexis, tenía treinta y un años.

Como ingeniero civil, Alexis estaba encargado de grandes obras en el Distrito Capital, esto gracias a los contactos que hizo durante su etapa de estudiante universitario.

Alexis se casó con Raquel, a quien conoció por casualidad en un café. Ambos, a diferencia de Raúl y Ana Paulina, no tenían hijos, ya que dedicaban gran parte de su tiempo al trabajo.

Mi tercer hermano, Noel, tenía veintisiete años.

Noel, que permaneció en nuestra ciudad natal, Nuevo León, era uno de los mejores abogados de la zona y a quien consideraban un prodigio, pues a su edad había ganado treinta casos, de los cuales cinco eran importantes a nivel nacional.

Estaba casado con su amiga de la infancia, Francis, con quien tuvo una hermosa hija a la que siempre consideré mi favorita entre mis sobrinos; su nombre es Camila.

Mi cuarto hermano, Cristian, tenía diecinueve años.

En ese entonces, todavía era un estudiante universitario perteneciente a la Facultad de Odontología en la Universidad del Distrito Capital.

Papá y mamá, al igual que Alexis, que cuidaba de él, estaban muy orgullosos, pues más allá de ser el mejor de su clase, también era reconocido como el número uno en cuanto al promedio general de la universidad.

En fin, y volviendo al tema principal, estaba solo con papá y mamá en una ciudad que no conocía y donde los primeros días de estancia fueron un fastidio para mí.

No la pasé del todo bien debido a que mis padres priorizaban la visita de lugares importantes como el hospital, las farmacias cercanas a nuestro vecindario y uno que otro supermercado.

Lo que mantuvo una pequeña chispa de emoción en mi vida fue la idea de viajar a Nuevo León, esto por la promesa que le había hecho a Uriel al despedirnos.

Antes de despedirnos, le dije a Uriel que lo visitaría una vez que mi familia y yo nos estableciésemos en Ciudad del Valle, pues la distancia entre ciudades era relativamente corta; poco menos de cien kilómetros.

Otro detalle que también mantuvo una pequeña chispa de emoción en mi vida fue que mis padres me dejaron escoger el colegio en el que quería estudiar.

Así que fui caprichoso al elegir uno de los institutos privados más costosos de Ciudad del Valle.

Pensé que semejante capricho les molestaría, pero no lo pensaron dos veces cuando hicieron las averiguaciones necesarias para inscribirme; al parecer, querían enmendar el descuido que me tuvieron durante la mudanza.

Algo que debo resaltar de mi personalidad en ese entonces es que era el típico chico inmaduro al que le encantaba la idea de ser popular y tener muchos amigos.

Ser el centro de atención lo era todo para mí, claro, siempre y cuando no implicase ser un payaso o motivo de burlas.

Mi objetivo fue alimentar mi ego con la mayor cantidad de amistades posibles.

Entonces, con el paso de cinco meses y la persistente dificultad para adaptarme a la ciudad, mis padres finalmente me inscribieron en el Colegio Católico Privado de la Santísima del Valle, cuyo complejo competía con los mejores campus universitarios del país.

El Colegio del Valle, como lo llamé desde el momento en que vi su largo nombre, presumía de lujosos edificios y una ciudad deportiva en la que se practicaban distintas disciplinas a nivel académico y profesional.




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