La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 3

Un sábado por la mañana, se me ocurrió la maravillosa idea, nótese el sarcasmo, de seguir a Eva hasta la zona en la que pasaba sus noches; no sabía si tenía un lugar al cual pudiese llamar hogar.

Debido a que no conocía Ciudad del Valle, salvo mi vecindario y algunas zonas que visité con mis padres, solo se me vinieron a la mente lugares como plazas poco concurridas o abandonadas; por eso tuve miedo al principio.

Aun así, no dejé que el temor me detuviese y me mantuve firme ante la idea de seguir a Eva tan pronto terminase su jornada diaria, pues estaba seguro de que, si le decía que quería ver dónde pasaba sus noches, no me dejaría ir con ella.

Por otra parte, para persuadir a mamá de mi tardanza, ya que los fines de semana estaba en casa antes de las dos de la tarde, le dije que estaría con unos amigos jugando videojuegos.

Ella aceptó sin preguntarme mucho al respecto, e incluso me pidió que llevase algunos refrigerios.

«¡Refrigerios!», pensé emocionado.

Así que fui hasta mi habitación para buscar una vieja valija en la que solía guardar los juguetes que llevaba a casa de Uriel cuando iba a pasar la noche con él.

Cuando regresé a la cocina, donde mamá iniciaba la preparación del almuerzo, se mostró bastante confundida, razón por la cual le dije, a modo de excusa, que quería presumir mi valija.

La valija se podía considerar un artículo aburrido y antiguo, pero esta había permanecido en mi familia desde que mis abuelos emigraron al país, después de escapar de Europa a causa de la Segunda Guerra Mundial.

La valija, en otras palabras, era una reliquia acompañada de grandes historias que mis abuelos, ya entonces fallecidos, me contaron durante gran parte de mi niñez y que me encantaba compartir con quien consideraba un verdadero amigo.

En fin, la valija que no era muy grande se llenó con paquetes de galletas saladas, una Nutella pequeña, algunas porciones de mermeladas y un six-pack de Coca-Cola.

—Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que te vi así de emocionado —comentó mamá.

—Bueno, mis amigos dijeron que también iríamos a un parque o una piscina —respondí.

—Entiendo. En ese caso, cuídate mucho, no causes problemas y regresa temprano —me pidió con amabilidad.

—Está bien, muchas gracias, mamá —dije emocionado.

Entonces, volví a mi habitación para vestirme con ropa cómoda y ponerme unos zapatos deportivos, pues no sabía cuánta distancia tenía que caminar para seguir a Eva.

Cuando volví a la sala de estar, me reencontré con mamá.

Ella estaba sentada en uno de los cómodos sofás que había comprado junto a papá hacía una semana mientras veía una revista de moda.

—Paúl, hijo. Antes de que te vayas, ten un poco más de dinero —dijo al verme.

Mamá me entregó cinco billetes de la más alta denominación, lo cual me dejó asombrado.

—¿Eh? Esto es mucho, mamá… No hace falta que me des dinero —respondí con asombro.

—Tómalos, hijo, es una compensación por lo bien que te has portado últimamente y lo mucho que han mejorado tus calificaciones —alegó.

Como no tenía argumentos para replicar, ya que ciertamente me estaba portando mejor gracias a la influencia de Eva, acepté el dinero.

A fin de cuentas, salí de casa después de despedirme de mamá y me dirigí al cafetín, donde me encontré con Eva en el mismo lugar de siempre; a unos metros de las mesas al aire libre.

—¡Vaya! Es raro verte tan temprano por aquí. Buenos días —dijo Eva al verme.

—Buenos días. Vine preparado para pasar el día contigo. Bueno, el tiempo que estés aquí —respondí con amabilidad.

—Eres un caso perdido, Paúl —dijo a la vez que rascaba su entrecejo y echaba un vistazo a mi valija.

—¿Te gusta? —pregunté con orgullo—. Es una valija que heredé de mi abuelo, que en paz descanse.

Eva ladeó la cabeza, notablemente confundida, aunque se limitó a sonreír al notar mi comportamiento infantil.

—Bueno, dame unos minutos. Cantaré mi primera canción aprovechando la afluencia de gente —dijo Eva, que buscó el mejor lugar para iniciar su presentación.

Algunos clientes frecuentes del cafetín se centraron en Eva conforme degustaban su café, mientras que yo me senté en una banca pública, bajo la sombra de unos árboles que embellecían la zona.

Como era de esperar, Eva cautivó a todos aquellos que se tomaron el tiempo de escucharla, por lo que me levanté rápido para ayudarla a recoger el dinero que le ofrecieron.

Todo fluía con normalidad. Era una mañana maravillosa en la que sentí que mis energías estaban al máximo, pero de pronto…

—Oye, muchacho. No pareces tener necesidad de hacer esto, ¿o sí? —inquirió un señor de repente detrás de mí y con notable desconfianza.

Este me había tomado del hombro, razón por la cual brinqué del susto y me puse a la defensiva.

Ya había visto a este señor muchas veces.

Era quien le daba a Eva un lonche extra de comida al día.




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