Pasó una semana desde entonces y, por un solo día, un acontecimiento opacó mi plan de invitar a Eva a la parrillada familiar.
Cumplí catorce años el 18 de agosto de aquel 2009, aunque no se realizó una celebración como la que acostumbraba, ya que mis hermanos no estaban presentes; por eso papá y mamá tomaron la decisión de aprovechar la parrillada para también celebrar mi cumpleaños.
De ello no le conté nada a Eva al principio, ni le mencioné la invitación a la parrillada, aunque tampoco me dio tiempo para hablar de eso, pues tan pronto nos encontramos, me invitó a dar un “importantísimo” paseo.
¿Por qué le dio tanta prioridad al paseo? Bueno, eso lo descubrí cuando me presenté temprano por la mañana en su nuevo hogar.
La señora Cecilia ojeaba un periódico viejo frente a la entrada de la nueva barraca. Yacía sentada en su silla de mimbre mientras correspondía el saludo de algunas personas que iban de pasada; su rodilla ya empezaba a sanar, aunque fue un proceso bastante lento.
En cuanto a Eva, quien salió de la barraca al cabo de unos segundos, me recibió con una emoción que muy pocas veces había visto. Creí que tenía un ataque hiperactivo, pero solo era entusiasmo.
De hecho, abandonamos el lugar casi que a las carreras. Apenas pude despedirme de la señora Cecilia, que se mostró risueña ante la reacción de su nieta.
Por otra parte, seguía sin entender la razón del entusiasmo de Eva, pero me terminé contagiando de su alegría conforme seguíamos corriendo hasta la orilla del río.
—¿Por qué tanto apuro? —pregunté cuando nos detuvimos para descansar un rato.
—Tengo una sorpresa para ti —respondió, risueña y alegre.
No eran muchas las veces en las que Eva reía tanto o se comportaba acorde a su edad.
«¿Se habrá enterado de mi cumpleaños?» Me pregunté.
Al cabo de media hora, después de caminar a través de los botes abandonados a orillas del río y seguir el camino que nos guiaba hasta aquella zona cercana al denso bosque de pinos, nos detuvimos para tomar un descanso.
—Me encanta lo limpia que se ve el agua aquí, pero es demasiado lejos —dije, a la vez que hacía un ejercicio de respiración; estaba exhausto.
—Y apenas es el comienzo —dijo Eva.
Dejé escapar un suspiro ante la idea de tener que seguir caminando, pero solo por ver a Eva tan emocionada y alegre, me esforcé y seguí adelante.
Para poder entrar al bosque de pinos, fue necesario cruzar al otro lado del río a través de unas rocas húmedas en las que resbalé dos veces, aunque por suerte no caí al agua.
Una vez que nos situamos al otro lado, Eva me pidió que la siguiese y me mantuviese cerca de ella; se me erizó la piel cuando nos adentramos en la tenebrosa penumbra del bosque.
—¿Tienes miedo? —preguntó con voz socarrona.
—Mentiría si te dijese que no —respondí.
—Vamos, no te preocupes. Iremos a un lugar hermoso. No te arrepentirás.
Confié en su palabra, pues no la creí capaz de jugarme una broma pesada.
Así que seguimos adentrándonos en el bosque a través de un estrecho camino en el que había rastro de pisadas, tanto de personas como de algunos animales.
Tras haber caminado poco más de media hora, se escuchó de repente el sonido lejano de una cascada; no pude evitar idealizar un paraíso, tal como había visto en películas.
Conforme ese peculiar impacto del agua contra lo que supuse eran rocas se hizo más audible, en el suelo se empezaba a sentir la humedad que el rocío de aquel lugar producía.
Admito que me ilusioné con la idea de llegar a ese lugar, pero la ilusión se convirtió en asombro cuando nos detuvimos frente a ese bello paisaje.
Era una bella cascada de aproximadamente diez metros de altura, que caía sobre algunas rocas que rodeaban el paso de un lago de aguas cristalinas, mucho más que la del río que cruzamos; me pareció un lugar mágico.
Alrededor del río, un claro de terreno le daba al ambiente la apariencia de un balneario público. Era la única zona del bosque donde la luz del sol entraba de lleno.
—¡Vaya! Esto es hermoso —dije con asombro.
—Y todavía no hemos llegado al mejor lugar —respondió Eva con orgullo.
Yo la miré y me mostré mucho más emocionado de lo que ella estaba; incluso tuvo que pedirme que me tranquilizase.
Tras unos minutos de descanso, Eva me pidió que la siguiese con cuidado a través de un tronco que nos permitía cruzar al otro lado del lago. Conforme lo cruzamos, no pude evitar echar un vistazo al agua, donde noté que algunos peces diminutos nadaban contra la corriente; amé ese lugar desde entonces.
Sin embargo, la situación cambió cuando Eva, sin que yo se lo pidiese, comenzó a relatar un cuento que me aterró desde su inicio.
Supuse que era una leyenda local que murió en alguna generación pasada.
Cuenta la leyenda que, en la época de los colonizadores y durante la llegada de una tropa española, un grupo de indígenas intentó defender sus tierras tras sentir una amenaza invasora.