La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 8

Llegamos a casa pocos minutos para las diez de la mañana, después de haber pasado por el cafetín del señor Francisco, donde los empleados se impresionaron con Eva, aunque el propietario del lugar, a quien quise presumirle el cambio de mi amiga, no estaba.

A Eva se le notaba un poco nerviosa, pero la tranquilicé diciendo que no debía preocuparse, ya que estaría siempre a su lado con tal de que no se sintiese incómoda.

En el garaje, tres automóviles estacionados me permitieron saber que el resto de mis hermanos habían llegado, lo cual me emocionó bastante por la idea de presentarles a Eva y que, a su vez, ella pudiese tener la oportunidad de sentirse cómoda en mi casa.

—¿Estás nerviosa? —le pregunté a Eva antes de entrar a casa.

—Un poco, pero también estoy emocionada —respondió.

Era evidente que el cambio de apariencia le generaba un poco de seguridad en sí misma.

—Sobre quién eres en realidad, queda en ti revelarlo o no. Sea cual sea tu decisión, yo te apoyaré —dije, conforme abría el portón de la entrada principal.

—Gracias, aprecio mucho todo lo que sigues haciendo por mí —musitó ella con un dejo de vergüenza.

Entonces, entramos al patio frontal y recorrimos el camino adoquinado, rodeado este de arbustos finamente podados y que nos llevaba hasta la puerta principal de la casa.

Eva miró impresionada a nuestro alrededor, admirando el lindo jardín al que mamá le dedicaba su tiempo y las macetas que embellecían parte del patio frontal con distintos tipos de flores.

—Qué hermoso lugar —musitó Eva.

—¿Eh? ¿Qué dijiste? —pregunté distraído.

—El jardín es muy hermoso. Es la primera vez que estoy en un lugar así —respondió.

—Bueno, supongo que cuando estuvimos en la montaña sentí lo mismo, así que estamos a mano —alegué.

—Tonto, no estamos compitiendo —replicó.

Antes de abrir la puerta de la entrada principal, para nuestro asombro y temor, esta se abrió sola de repente, o al menos eso creímos.

Era evidente que quien lo hizo nos esperaba con ansias desde adentro.

—¡Hola! —exclamó mamá de repente con notable alegría—. Paúl comentó que invitaría a una amiga, pero no nos dio detalles de ti.

—Mucho gusto, señora. Me llamo Eva —musitó con nerviosismo.

—Pero qué nombre tan hermoso —dijo mamá con gentileza—, bienvenida a nuestro hogar. Yo soy Ariel, la madre de Paúl, mucho gusto.

Mamá y Eva se dieron la mano al presentarse.

Luego entraron a la sala de estar y se olvidaron, al parecer, de mi existencia.

—Por favor, entra y siéntete como en casa —dijo mamá, con persistente alegría.

Escuchar a mamá decirle a Eva que se sintiese como en casa me incomodó un poco. Por eso comprendí la importancia de ser sincero con respecto a la condición social de mi mejor amiga, pero esa decisión se la había dejado a ella.

—Mamá, disculpa que te interrumpa, pero…

—Su casa es muy bonita, señora —dijo Eva al interrumpirme—. Estoy muy feliz por haber aceptado la invitación de su hijo.

Como esperaba de Eva, empezó a demostrar los modales que su abuela le había enseñado. Esas palabras, aunque simples, fluyeron con envidiable seguridad y con un tono de voz tan claro que dudé por momentos que esa chica era mi amiga.

—Sin embargo, señora Ariel…

Eva se interrumpió a sí misma e hizo una breve pausa.

Luego me miró fijamente y esbozó una sonrisa encantadora.

—Debo decirle que muy difícilmente pueda sentirme como en casa. No sé si su hijo le mencionó que soy indigente, así que espero que me comprenda.

Mamá dejó escapar una risa breve, como si de un chiste se tratase, pero al notar mi asombro y la seriedad de Eva, comprendió que hablaba en serio.

—Pero, ¿cómo así? Eso quiere decir que no tienes una casa… ¿¡Vives en la calle!? —preguntó mamá con asombro.

—Mamá, sé más prudente, por favor, y no entremos en detalles. Lo que importa es que Eva es mi mejor amiga y me gustaría que todos fuesen comprensivos, respetuosos y amables con ella.

Mamá no me respondió, solo giró hacia Eva y le invitó a sentarse en el sofá de la sala de estar.

Yo me quedé de pie y a la expectativa.

No sabía qué esperar de mamá, quien, más allá de ser una buena anfitriona, observaba a Eva minuciosamente.

—Voy a ser honesta, Eva —dijo mamá con repentina seriedad.

Ante tales palabras, mi corazón se aceleró repentinamente, tanto como para querer intervenir por Eva, pero a pesar de eso, traté de mantener la calma.

—Mi esposo es un hombre estricto y no sé cómo se tome tu amistad con Paúl, pero te apoyaré en la medida de mis posibilidades. Espero que, con el resto de mi familia, seas igual de sincera como lo fuiste conmigo —alegó mamá con persistente seriedad.

—Cuente con ello, señora. No quiero que me tomen por alguien que se aprovecha de la bondad de su hijo —respondió Eva.




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