La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 9

Al principio, cuando papá rodeó los hombros de Eva con suma delicadeza, me sentí algo nervioso por la manera en que pensé que ella reaccionaría. Pero, si bien se notó un poco incómoda, le siguió el paso y le escuchó con atención.

Por mi parte, quedé a cargo de la guitarra una vez más y esperé a que todos mis hermanos fuesen presentados, mientras que mamá, que tenía un pañuelo con el que supuse había limpiado sus lágrimas, se me acercó y dio unas caricias en mi cabello; sus ojos humedecidos me causaron intriga.

—No me gusta presumir, Eva, pero debo mencionar que mis hijos son mi más grande orgullo —dijo papá conforme se acercaba a Raúl y a Ana Paulina.

—Puedo imaginarlo, señor Fernández —respondió Eva.

Yo intenté acercarme a ellos, pero mamá me tomó de la mano e hizo un gesto de negación, asegurándose de que le diese su espacio a nuestra invitada.

—Él es Raúl, el mayor de mis hijos. Es un gran y reconocido inversionista, uno de los más respetados en el Estado de Zepeda —dijo papá al presentar a mi hermano.

—Mucho gusto, señor Raúl —continuó Eva con respeto, al notar que mi hermano era considerablemente mayor que nosotros.

—Es un placer, Eva, pero el señor está de más —respondió Raúl con simpatía, presentando luego a Ana Paulina.

Papá giró hacia Alexis.

—Este es Alexis, le decimos el querendón por ser tan afectuoso. Es un ingeniero civil muy solicitado en el Distrito Capital —dijo papá al introducir a mi segundo hermano.

—Me alegra conocerte, Eva. Es todo un placer —respondió mi hermano antes de darle un cálido abrazo.

Eva se mostró sonriente; una sensación de orgullo emergía dentro de mí.

—Alexis está solo porque su esposa es conferencista y el día de hoy no nos podrá acompañar —aclaró papá.

Eva asintió a modo de comprensión; cada vez se le notaba más segura.

—El tercer regalo que Dios me mandó es Noel. Lo considero uno de los mejores abogados de Nuevo León —comentó papá, rebosante de orgullo al presentar a mi tercer hermano.

—Así que la mejor amiga de mi hermanito —respondió Noel—. Mucho gusto, Eva. Es un verdadero placer conocerte. Ella es Francis, mi esposa.

Francis se limitó a saludarla con un simple hola que no me agradó del todo, pero, desde cierto tiempo, mi cuñada había cambiado un poco su personalidad, así que preferí ignorarla.

—Finalmente, Eva, este apuesto jovencito, que muy pronto se convertirá en un gran odontólogo, es Cristian —dijo papá al presentar a mi cuarto hermano.

—Mucho gusto, Eva. Para ser honesto, no esperaba que mi hermano tuviese tan buenos gustos —respondió Cristian.

—Admito que tengo buenos gustos —intervine—, pero tú tampoco te quedas atrás, hermano, ya que tu novia es muy hermosa.

Cristian y Alana se ruborizaron ante mi intervención.

—¡Ella no es mi novia, idiota! —reclamó Cristian.

Todos en la sala rieron por la reacción infantil de mi hermano, aunque, por otra parte, no entendí la razón de su molestia, pues Alana era una muchacha muy hermosa a la que a cualquier chico le encantaría presumir como su novia.

—¿No tiene hijas, señor Fernández? —preguntó Eva de repente.

—No, querida, no tuvimos esa dicha —respondió papá.

Después de presentar a mis hermanos y responderle a Eva, papá sugirió a todos establecernos en el patio trasero para disfrutar mejor de la reunión, pues era un día hermoso.

Todos aceptaron y salieron animados, por lo que Eva se me acercó para tomar su guitarra.

Por otra parte, a diferencia del resto, mamá no salió de la casa. En vez de eso, me retuvo con claras intenciones de mantener una conversación conmigo.

—¿Sucede algo, mamá? —pregunté con fingida confusión.

—Solo quería decirte que estoy muy orgullosa de ti y lo bondadoso que has sido con esa muchacha —respondió, a la vez que me daba suaves y reconfortantes caricias en mi mejilla.

—De eso estuviste hablando con Eva, ¿verdad? —inquirí al recordar que estuvo llorando después de su conversación con ella.

—Sí, aunque me asombró que, por iniciativa propia, me hablase de cosas que considero muy personales. Detalles de su vida que no te ha querido decir para no preocuparte. Ella te conoce muy bien y sabe lo impulsivo que eres.

—¿Qué detalles? —pregunté asombrado.

—Son cosas que ella te irá revelando en su debido momento, así que no cuentes conmigo para decírtelo —respondió con voz traviesa.

—¿Por qué no? —insistí intrigado.

—En parte porque estoy un poco molesta contigo. Tuviste que haberme hablado de ella desde el momento en que empezaron a ser amigos. Yo te hubiese apoyado para que la ayudases de mejor manera, Paúl —respondió mamá, a la vez que fruncía el ceño con un gesto que me resultó infantil.

—Tenía miedo —revelé.

—Comprendo que hayas tenido miedo, pero debiste confiar en mí por lo menos, aunque bueno, ya pasó —mamá hizo una pausa y respiró profundo—. A partir de ahora, sabes que puedes contar conmigo y con papá.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.