Dos meses después
Al principio, a Eva no le agradó la idea de quedarse en casa.
De hecho, en varias ocasiones comentó que se sentía como un estorbo para nuestra familia y alguien que generaba un gasto innecesario, pero la verdad era que quien seguía generando más gastos innecesarios, y por mucho debido a mis caprichos, era yo.
Incluso, por las noches, era normal encontrarla en el pasillo del segundo piso, donde se encontraban las habitaciones, intentando escapar en vano, ya que siempre la encontraba bajando a la sala de estar.
Por lo general, le decía que no se preocupase y que diese gracias a Dios por tener la oportunidad de vivir sin preocupaciones y la necesidad de salir a la calle a pedir limosnas.
Sin embargo, Eva se caracterizó por ser un poco negativa respecto a su situación, creyendo que no merecía tanta fortuna en la vida y menos la oportunidad de tener un mejor futuro.
¿Por qué pensaba eso? No tengo idea, tal vez solo quería buscar la mejor excusa para que dejásemos de ayudarla.
—Paúl, yo entiendo que hacen esto de todo corazón, pero no me siento cómoda viviendo aquí. Tengo la sensación de que estoy abusando de la bondad de tus padres —dijo una noche, tras un fallido intento de escape.
—Comprendo que no te sientas cómoda, y entiendo que el cambio de ambiente ha sido brusco, pero sácate esa idea de la cabeza de que estás abusando de nosotros, porque no es así —repliqué.
—La señora Ariel y tú han hecho bastante por mí… ¿Por qué no me dejas ir? —preguntó.
—Porque te quiero y ahora eres parte de mi vida. Temo que, si te dejo ir, haya la posibilidad de que no nos volvamos a ver. Sé que te estoy imponiendo mi capricho, Eva, pero entiende que lo que hacemos no es para perjudicarte, sino para que tengas un mejor futuro —respondí.
—¿No te conformas con que seamos amigos como lo éramos antes? —inquirió con un dejo de aflicción.
—No, mi avaricia no lo permite. Más que mi mejor amiga, quiero que seas lo que te empecé a considerar, es decir, mi hermana —respondí con repentina determinación.
—¿¡Hermana!? —exclamó impresionada, tapando luego su boca con preocupación, pues temió despertar a mis padres.
—Sí, si te conviertes en mi hermana, todos saldríamos ganando… Tú tendrás un hogar y una familia, yo podré pasar más tiempo contigo como hermanos, y mis padres podrán cumplir el sueño de tener una hija —alegué.
—No sé qué decir —musitó.
—¿Recuerdas la vez que le preguntaste a papá por una hija? Él dijo que nunca tuvo la oportunidad de tener esa dicha —inquirí.
—Sí, cuando reveló eso, se sintió un dejo de tristeza en su voz —respondió.
—¡Exacto! ¿No sería buena idea que lo ayudases, tanto a él como a mamá, a persuadir esa tristeza? Además, no sé si lo sepas, pero estoy seguro de que ella ya te considera su hija. No por nada decidió de buenas a primeras que te quedases a vivir con nosotros, más allá de conocer toda tu historia, una que por cierto, no me has contado.
Eva, quien para mi asombro esbozó una sonrisa, me pidió con señas que la acompañase hasta la sala de estar para sentarnos y conversar a gusto, aunque en vez de eso, me atacó, a modo de broma, verbalmente para burlarse de mí.
—Sin lugar a dudas, serías un pésimo hermano. Lo que estás haciendo es chantaje y manipulación —alegó con voz socarrona.
Era verdad, aunque todo lo hacía con tal de lograr que Eva se quedase a vivir con nosotros y formase parte de nuestra familia, que fuese una Fernández más.
—Por otra parte, a pesar de que el señor Fernández es bueno y amable conmigo, es evidente que no le agrada mucho que esté viviendo aquí, se nota por la forma en que me habla —dijo.
—No es eso, Eva. Papá solo es tímido y no sabe cómo expresar su alegría, así que no te preocupes por eso —alegué.
Es cierto que papá era torpe al momento de dirigirse a Eva, por eso ella pensó que él no estaba de acuerdo con que permaneciese en casa.
Pero la realidad era otra, ya que mi padre estaba más que feliz por la presencia de mi mejor amiga en nuestra casa, por lo que las posibilidades de que legalmente fuese mi hermana eran grandes.
♦♦♦
Con el paso de los días, con papá mejorando su trato con Eva progresivamente, a la vez que ella se empezaba a adaptar a su nueva vida, se empezó a discutir la idea de adoptarla.
Por lo general, el tema siempre quedaba en desacuerdo, ya que mamá y yo queríamos que se llevase a cabo el proceso de adopción, mientras que papá y Eva, todo lo contrario.
Papá era de los que apoyaba a Eva en ese aspecto, alegando que tal decisión le correspondía a ella. Mientras que mamá y yo, por puro capricho, queríamos que fuese adoptada cuanto antes.
Por otra parte, y algo que volvió a ser rutinario para Eva, fue que retomó sus presentaciones frente al cafetín del señor Francisco, con la diferencia de que, en vez de encontrarnos como lo hicimos durante meses al conocernos, nos íbamos juntos hasta la parada de autobús.
Eva se sintió a gusto desde que retomó su rutina diaria, aunque a partir de entonces, ya no lo hacía por limosnas ni por la comida que el señor Francisco le daba, sino porque realmente amaba la música.