La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 14

Una mañana de martes, papá y mamá se fueron de viaje al Distrito Capital para asistir a una reunión en la universidad de Cristian. Por ende, dejaron la primera responsabilidad a Eva como parte de nuestra familia, que en pocas palabras fue cuidar de mí y mantener la casa en orden.

Se sentía extraño tener la casa para nosotros solos, e incluso creímos que nos podríamos dar algunos lujos a la hora de comer y holgazanear, pero debido a que mamá exigió mantener todo en orden, gran parte del día lo dedicábamos a las labores de limpieza y jardinería.

Gracias a tomar esas responsabilidades junto a Eva, comprendimos lo mucho que mamá se esforzaba para mantener la casa en orden, cocinar, cuidar de nosotros e incluso tener tiempo para relajarse y dedicarse a sus pasatiempos; todo esto sin mostrar signos de agotamiento.

Pero, a pesar del tiempo que nos quitó llevar a cabo las labores domésticas, logramos planificar algunas actividades que consideramos divertidas, como ir a acampar en la montaña, encender una fogata en el patio trasero de la casa y mirar las estrellas, e incluso organizar nuestra propia parrillada, aunque nada se pudo concretar por falta de organización.

De igual manera, con el paso de dos días, un jueves caluroso por la mañana y aprovechando que teníamos el permiso de nuestros padres, preparamos algunos mini sándwiches con mermelada de fresa, un refrescante jugo de piña cargado de hielo y algunas galletas con chispas de chocolate.

El plan era darnos un baño en las refrescantes aguas del lago cristalino dentro del bosque de pinos, e incluso acercarnos a la cascada con la idea de explorar un poco detrás de la misma. Así que salimos de casa a las diez de la mañana, pasamos por la cafetería del señor Francisco y le pedimos que nos guardase nuestras llaves con tal de evitar un extravío.

Él con amabilidad aceptó guardar las llaves e incluso nos obsequió un par de sándwiches de jamón ahumado, queso mozzarella, tomate, cebolla y un toque de mostaza que más tarde degustamos frente al lago; estaban deliciosos.

Nuestro trayecto hasta el Puente Del Valle nos tomó poco menos de una hora, esto debido a que tomamos el transporte público, que por mucho era más barato que un taxi, a pesar de sus deficiencias.

Una vez que estuvimos en el barrio y pasamos cerca del que una vez fue su hogar, noté que a Eva ya no le causaba el mismo dolor emocional que experimentaba en meses anteriores, lo cual fue evidencia de que ya empezaba a aceptar la muerte de la señora Cecilia.

—¿No crees que sería bueno colocar una lápida a la señora Cecilia sobre los restos de la barraca? —pregunté minutos después, conforme nos adentrábamos en el bosque.

—La verdad, no sé qué pensar al respecto. Mi abuela tan solo quería que sus restos fuesen quemados. Mejor dicho, deseaba que al morir quemasen su hogar y la dejasen adentro, tal como lo hicimos —respondió.

—Entiendo, aunque me sigue pareciendo inaceptable que no haya una lápida ahí, o algo que la mantenga en la memoria de los que siguen viviendo por aquí —dije.

—Yo también pienso así, pero debes saber que a mi abuela no le preocupaba permanecer en la memoria de nadie. De hecho, una vez me dijo que mientras más rápido la olvidase después de morir, mejor me iría cuando estuviese sola —alegó con un dejo de tristeza.

No supe cómo responder a esas palabras, por eso mantuve silencio por unos segundos mientras pensaba en una respuesta sensata.

—Creo que se volvió deprimente la conversación —comenté con un dejo de nerviosismo.

—Sí, lo siento por eso —respondió.

—¿Qué? No te disculpes por eso, soy yo quien tiene que disculparse por sacar el tema —repliqué, preocupado y aún nervioso.

—Bueno, ya llegamos al lago —respondió al ignorar mis palabras—. ¿Sabes qué, Paúl? El resto de la mañana se presta para que sepas los detalles de mi vida que le conté a tu mamá.

—Ahora que lo mencionas, me había olvidado de eso —dije avergonzado, mientras reía con nerviosismo.

—No me extraña con lo idiota y despistado que eres en ocasiones… Bien, a lo que iba.

Eva hizo una breve pausa para sentarse sobre un tronco que usábamos para descansar cuando íbamos a la montaña y respiró profundo. Tal acción, me permitió intuir que aquello que me iba a contar sería una historia difícil de asimilar.

—Bueno, para empezar, ya sabes que mi abuela me encontró en un basurero. Lo más probable es que se haya tratado de una canallada por parte de mi familia de sangre. A lo mejor me querían matar, en vez de dejarme en un refugio o un orfanato.

Una vez más, hizo una pausa y se mantuvo reflexiva por unos segundos.

Matar era una palabra demasiado fuerte considerando que apenas era un bebé, pero recordando tantas tragedias perpetradas por el hombre, lo asimilé rápido con indignación.

—También debes saber que mi abuela no siempre vivió en la indigencia, y eso creo que lo pudiste notar por la clase y educación que la caracterizaba. De hecho, una vez reveló que sus padres tenían mucho dinero y que, hasta su adolescencia, vivía en una enorme casa, gozó de los lujos de la época y asistió a las mejores escuelas. Por desgracia, la crisis de los años sesenta estropeó la situación económica del país, por lo que se produjo una gran guerra civil de la que su familia fue víctima. Por ende, más allá de perder sus bienes materiales, también perdieron sus vidas, es decir, solo ella sobrevivió.




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