Si bien pude comprender que la decisión de mamá respecto a Eva no era un capricho personal, sino que la quería proteger a toda costa, me costó asimilar esos detalles que no sabía de su pasado; no fue fácil afrontarlo como ella, quien para entonces ya lo había superado.
La ida al río de agua cristalina se vio opacada por la tristeza, más que todo de mi parte, pues en la vida, jamás había enfrentado situaciones complejas y desgarradoras; siempre fui un niño mimado.
A pesar de todo, Eva mostró valentía y logró animarme.
De hecho, nos relajamos dándonos un refrescante baño y disfrutando los sándwiches que nos obsequió el señor Francisco.
Incluso tuvimos la idea de ir a la montaña, pero como queríamos volver antes de las siete de la tarde, dejamos ese plan de lado.
Más tarde, de regreso a casa, justo antes de abrir el portón de la entrada principal, notamos que nuestro vecino, Manuel, nos saludó por primera vez desde que nos mudamos a Ciudad del Valle.
Era un muchacho callado y tímido con el que me crucé muy pocas veces de camino al colegio.
Su complexión atlética me permitió deducir que era deportista o un aficionado al ejercicio, pero nunca me di la oportunidad de conocerlo.
Eva y yo decidimos ignorarlo, pero a pesar de su timidez, Manuel se mostró muy interesado en querer hablar con nosotros; su exagerada y mal actuada simpatía nos resultó empalagosa.
—Hola, chicos, es un gusto saludarles... ¿Qué tal? ¿Cómo les fue hoy? —dijo al saludarnos.
—Hola… Eres Manuel, ¿cierto? —pregunté con recelo.
—Sí, mucho gusto —respondió animado.
—Tu mamá se lleva muy bien con la nuestra, ya nos había comentado algo de ti, mucho gusto… soy Paúl y ella es mi hermana, Eva.
Eva se asombró cuando la presenté como mi hermana con total naturalidad, aunque recuperó rápido la compostura y le tendió la mano a Manuel para estrechársela; él se ruborizó.
Al notar el rubor natural de sus mejillas, me di cuenta de la razón por la cual nos saludó esa tarde. Era evidente que a Manuel le gustaba Eva; solo por eso se atrevió a hablar con nosotros.
Al principio lo consideré de mal gusto, pero considerando la posibilidad de tener por lo menos un amigo en el vecindario, y admirando su valentía, me mostré un poco amable y gentil.
Eva, por su parte, no se sintió cómoda, y no precisamente por Manuel, sino porque a este se le notaba la presión que le generaba su presencia.
—Paúl, iré a ducharme y recostarme un rato. En una hora bajo para preparar la cena —dijo Eva al despedirse.
—¡Bien! Muchas gracias… Por cierto, me divertí mucho a pesar de todo —respondí.
Eva esbozó una bella sonrisa y se despidió de nosotros, asintiendo con esa gracia que la caracterizaba cuando agradecía a las personas que admiraban su talento frente al cafetín.
—¡Carajo! Soy un desastre —dijo Manuel a modo de reproche.
—¿Por qué? —pregunté confundido.
—No pude darle una buena impresión a tu hermana —respondió.
—Y a mí tampoco con lo descarado que eres —repliqué.
—Ah, lo siento, de verdad. Lo que pasa es que, desde que la vi, no dejo de pensar en ella —comentó.
—Concuerdo ahora con que eres un desastre —dije.
—¡Oye! Pero tampoco seas cruel conmigo —reclamó.
—Aprecia mi honestidad. No todos tienen la dicha de gozarla —respondí.
—Ok, la apreciaré. Así que dime, ¿tengo posibilidades de tener una cita con tu hermana? —preguntó con repentino interés.
—No —respondí de forma contundente.
—¿Eh? Pero, ¿por qué? —insistió él, repentinamente alarmado.
—Porque ella no está interesada en pasar tiempo con otros chicos, ni le importa el romance, ni nada que implique compartir con gente en la que no confía —revelé.
—¡Carajo! Tu honestidad es filosa, ¿sabes? —musitó con repentina aflicción.
—Lo siento, solo te digo la verdad para que no pierdas tiempo —dije a modo de consuelo, aunque hice que se afligiese más.
Manuel no dijo nada por unos segundos, aunque de pronto, se mostró determinado al apretar sus puños y fruncir el ceño.
—De igual manera, no pienso rendirme. Así que por ahora, me conformaré con ser tu amigo para ganarme la confianza de Eva… ¿Eso podría ayudarme, cierto? —preguntó.
—Sí, pero también serías un interesado, y eso me molesta —respondí con un dejo de molestia.
—Lo siento, Paúl, pero en el amor y la guerra, todo se vale —alegó.
—En el amor y la guerra todo se vale, menos arrastrarse. En la guerra se muere de pie y en el amor se dice adiós con dignidad —repliqué.
Manuel me miró perplejo; no esperaba que replicase su argumento incompleto.
—Touché —musitó apenas.
—A ver, no quiero decir que esté mal que te guste Eva. De hecho, admiro tus buenos gustos, pero te aseguro que perderás tu tiempo. Por ende, lo mejor será que tengas dignidad.