La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 16

Dos semanas pasaron desde entonces y fui sorprendido en el colegio con los exámenes finales del segundo lapso, aunque por suerte estaba preparado para la mayoría de ellos. Además, eran los últimos días de clases, es decir, las vacaciones navideñas estaban a la vuelta de la esquina, lo que significaba pasar más tiempo con Eva y descansar de las desgastantes jornadas en el gimnasio junto a Manuel.

Debido a que eran mis primeras jornadas en el gimnasio, los dolores musculares me dificultaban mucho moverme como solía hacerlo.

Incluso, durante esas dos semanas, no pude acompañar a Eva a la montaña, aunque esto no le molestó. De hecho, me dijo que pasar tiempo a solas en un lugar especial le sentaba bien.

Soportar el dolor muscular por poco me hizo desistir de seguir yendo al gimnasio, pero con la motivación de Manuel y papá, mantuve mi voluntad.

Por otra parte, y lo que no me esperaba, era contar con el apoyo y amistad de alguien inesperado en el colegio, y todo comenzó una mañana de miércoles durante el receso.

Iba de camino al comedor para comprar mi desayuno cuando accidentalmente choqué con Sabrina Assunção.

Debido a que ella chocó contra mi pecho, área donde sentía más dolor por haber superado una sesión de ejercicio intenso el día anterior, no pude evitar quejarme con un gruñido, aunque me disculpé enseguida.

—Disculpa, Sabrina… ¿Estás bien? —pregunté preocupado.

—¿Sabrina? —intervino una de sus amigas con desdén.

—¿Y este, desde cuándo te tiene tanta confianza? —inquirió otra de sus amigas.

—Ya, chicas, Fernández es un buen chico, ¿verdad? —me preguntó Sabrina con amabilidad.

—Bueno, no sabría cómo juzgarme a mí mismo, supongo que soy normal —respondí.

—¿Normal? Pues lo dudo. No eres más que un perdedor arrogante —comentó una de las chicas con desdén.

—Te acepto lo de perdedor. Pero te pido, con todo respeto, que te retractes sobre lo de ser arrogante —repliqué.

—Ya, Fernández, no le hagas caso. Dime, ¿tú estás bien? Porque noté que te quejaste cuando chocamos —intervino Sabrina.

—Sí, estoy bien, gracias. Es solo que tengo el cuerpo estropeado por culpa del ejercicio —respondí.

—¿Vas a un gimnasio? —preguntó Sabrina con interés.

—En contra de mi voluntad, pero sí —respondí.

—¡Genial! ¿Hace cuánto? —insistió.

—Hace unos días.

Entonces, después de escuchar mi respuesta, Sabrina giró hacia sus amigas y murmuró unas palabras que no pude entender, pero a juzgar por sus expresiones, supe que no les gustaba la propuesta que ella les hizo.

—No te acostumbres a pasar tiempo con ese perdedor. Hay mejores prospectos que eso —dijo con desdén una de sus amigas antes de dejarnos a solas.

Sabrina frunció el ceño y la fulminó con la mirada, razón por la cual las otras chicas apuraron sus pasos.

—Lamento que te insulten de esa manera —dijo avergonzada.

—No te preocupes, no me afecta —respondí.

—¿Vas al comedor? —preguntó.

—Sí, a comprar el desayuno.

—En ese caso, perderás tu tiempo, porque ya se agotó todo. De hecho, es posible que mis amigas anden de mal humor por el hambre que tienen.

Evidentemente, no era por el hambre que me atacaron verbalmente, pero antes que ofenderme, preferí ignorarlas en la medida de mis posibilidades.

—Lástima, tendré que salir e ir a la panadería entonces —dije.

—Buena idea, te acompaño —respondió con repentina emoción.

—¿Segura? ¿No es raro que Sabrina Assunção esté acompañando a un perdedor? —pregunté.

—No eres un perdedor —replicó, a la vez que fruncía el ceño.

«¿Por qué se molesta?» Me pregunté, aunque no quise prestarle atención a ese detalle.

—Aprecio que lo menciones —dije—. En ese caso, será un honor que me acompañes a desayunar.

Fue así como finalmente nos dirigimos a una panadería cercana al colegio, que se encontraba a dos cuadras, y donde disfrutamos de unos deliciosos croissants mientras conversábamos sobre nosotros mismos; conociéndonos, en otras palabras.

De regreso al colegio, después de disfrutar un delicioso desayuno y una grata conversación, al llegar, fuimos a las gradas del campo de fútbol y seguimos aprovechando lo que quedaba de receso para seguir conociéndonos, lo cual me permitió tener una opinión propia de Sabrina, a diferencia de la mayoría de los chicos que la idealizaban.

—Oye, Paúl… ¿Puedo llamarte por tu nombre? —preguntó.

—Ya lo hiciste, ¿no? —respondí con voz socarrona.

—Cierto —musitó, dejando escapar una tierna risa, apenas audible.

Me resultó extraño notar a una Sabrina avergonzada, aunque fue fácil deducir la razón de ese repentino interés en mí, el cual ocultó con una propuesta deportiva.

—¿Sabes? El club masculino de voleibol necesita nuevos miembros para completar el equipo que competirá en el campeonato colegial, y sería genial si…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.