Para mencionarle a Eva el concurso que se iba a llevar a cabo en el colegio, esperé a que pasasen unos días, específicamente el día en que iniciaron las vacaciones.
Estuve nervioso desde el momento en que desperté aquella mañana, porque una parte de mí anhelaba que Eva participase, y otra le temía al rechazo.
De hecho, tenía previsto que me llevaría mucho tiempo convencerla, pero para mi asombro, tan pronto le propuse la idea, aceptó emocionada.
Evidentemente, Eva no tenía problemas con el público. El pánico escénico nunca representó un problema para ella, y menos viniendo con la experiencia de cantar en la calle.
Incluso, por la tarde de ese día, mientras nos relajábamos en nuestra montaña secreta y disfrutábamos de unos bocadillos que mamá preparó, reiteró que su sueño era cantar ante mucha gente y recibir una ola de aplausos.
—Es cierto, habías mencionado que querías cantar ante un público numeroso, así que tu sueño está por cumplirse —comenté con un dejo de emoción.
—Sí, me asombra lo rápido que ha surgido esa posibilidad —respondió mientras afinaba su guitarra.
—Bueno, fue algo que surgió inesperadamente, pero cuando escuché de concurso, no pude evitar recordarte. Incluso, me desesperé esperando la hora de salida en el colegio, aunque a fin de cuentas, te lo dije hoy —dije.
—Típico de ti, pero cambiando de tema, ¿crees que debería cantar una canción propia o algunas de las que ya me sé? —preguntó.
—A ver —musité pensativo—. No he escuchado una canción de tu autoría, pero sé que eso requiere de mucho tiempo y esfuerzo, por lo que creo que sería mejor recurrir a una de las que ya sabes… Y si me permites ser específico, diría que una buena opción es Víveme de Laura Pausini.
—Esa me encanta, aunque requiere de mucho esfuerzo, así que sería una buena idea ensayar —respondió.
—La práctica hace al maestro —comenté.
Eva asintió y esbozó una sonrisa, luego hizo sonar su guitarra con una melodía que no reconocí y seguimos disfrutando de la fresca tarde hasta que regresamos a casa.
♦♦♦
Los días pasaron volando y no me di cuenta, ya que disfrutaba al máximo pasar tiempo con Eva, tanto en casa como en la montaña secreta.
A veces íbamos a algún centro comercial o visitábamos al señor Francisco en el cafetín; todo dependía de lo que surgiese. El punto era que disfrutábamos bastante nuestra mutua compañía.
En cuanto al concurso de talento del colegio, se realizó el 30 de diciembre en un ambiente familiar, pero repleto de estudiantes.
Fue fácil identificar la mayoría de los rostros, aunque se me hizo extraño verlos con ropa casual, y tal tontería me hubiese distraído si no fuese por la atención que llamó Eva desde que llegamos.
Tal como esperaba, Eva llamó la atención por su estilo, parecido al primero que compramos juntos cuando la presenté a mi familia durante la parrillada, aunque además de ello, gracias al maquillaje que le aplicó mamá, las facciones de su lindo rostro resaltaron mucho más.
—¿Dónde tengo que presentarme? —preguntó Eva, sin notar que era un imán de miradas.
—Bueno, primero tenemos que ir al anfiteatro del colegio y notificar que eres una participante —respondí.
—Entonces vamos. Necesito prepararme y ensayar un poco antes de presentarme. No me gustaría que mi voz…
De repente, aun con la gran cantidad de estudiantes que iban y venían, alguien nos asombró cuando me abrazó por la espalda y me saludó con una euforia que me dejó petrificado.
—¡Paúl! ¿Cuánto tiempo? Me da gusto verte —exclamó Sabrina al saludarme.
«¿Qué clase de broma es esta?», pensé alarmado.
—Sabrina —musité apenas, mientras me sentía acorralado por la gran cantidad de miradas que me fulminaban, en su mayoría la de los chicos—. No ha pasado tanto tiempo.
—Es cierto, pero aun así, no hemos podido hablar desde que iniciaron las vacaciones. Siento que nuestra cercanía se desvanece —alegó, sin dejarme de abrazar.
«¿Cercanía? Por amor a Dios, ¿qué pasa con esta chica?» Me pregunté, tan alterado como confundido.
—¿Son cercanos? —preguntó Eva de repente.
—Muy cercanos —respondió Sabrina, con un tono de voz que me resultó retador.
«Ya entiendo. Está celosa y compite por mi atención», pensé, aunque me avergoncé por mi arrogancia.
—Eva, Sabrina es la única persona con quien comparto mi tiempo en el colegio —respondí.
—Creo que es una pésima forma de presentar a una amiga —dijo Eva, quien no mostró recelo con Sabrina.
—Sí, tienes razón, lo siento, Sabrina —respondí con un dejo de vergüenza—. Por cierto, ella es mi hermana mayor, Eva.
Ambas estrecharon sus manos y asintieron con simpatía, mientras que yo me enfrentaba al repentino resentimiento que me gané por estar en medio de dos chicas tan hermosas.
Tales fueron las miradas asesinas que sugerí irnos al anfiteatro con tal de buscar un lugar en el que nadie nos viese, pero Sabrina insistió en hacernos compañía, tomándose el atrevimiento de agarrarme del brazo como si fuésemos una pareja.