La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 18

La llegada del año nuevo trajo consigo pocas sorpresas, aunque dos cosas que tenía en mente me mantuvieron un tanto distraído a la par que alerta.

Lo primero era el temor del retorno a clases y enfrentarme a la envidia de la mayoría de los chicos en el colegio, pues era evidente que tan pronto nos encontrásemos Sabrina y yo, no se iba a contener a la hora de saludarme.

Lo segundo, el cumpleaños de Eva, para lo que faltaba poco menos de un mes, y era un día que quería celebrar con una reunión decente, pero que la marcase de manera positiva.

En cuanto a una de las sorpresas que me trajo el nuevo año, fue que tal como intuí, el mismo día en que retornamos a clases, me topé con Sabrina en uno de los pasillos.

Yo la saludé con amabilidad, a diferencia de ella, que se mostró un poco atrevida a la hora de abrazarme y darme un beso en la mejilla; algunos chicos me miraron con recelo y asombro.

—Ahora estamos a mano —dijo con simpatía.

—¿Eh? —fue lo único que pude expresar.

—¿No lo recuerdas? Me diste un beso que me dejó sorprendida cuando estábamos en el concurso de talento. Fue justo antes de irte con tu hermana —alegó.

—Discúlpame si te incomodó —dije avergonzado.

—No me incomodó, solo me sorprendió —replicó a la vez que se ruborizaba.

—Fue algo impulsivo, tal vez por la emoción del momento —dije a modo de excusa.

—A diferencia de mí, que sí te besé con premeditación —reveló.

—Que digas eso me pone un poco nervioso —dije con repentina vergüenza; sentí como un leve calor invadía mi rostro.

—Oye, cambiando de tema, y sé que es muy repentino, pero, ¿te gustaría tener una cita conmigo? —preguntó. Yo la miré con asombro.

—¿Eh? —fue lo único que pude expresar.

Me costó creer que una chica tan hermosa y popular tomase la iniciativa de invitarme a lo que sería mi primera cita.

Admito que me alegré como un niño con un juguete nuevo, aunque a la hora de aceptar su invitación, mantuve la compostura y la serenidad.

Ese día, aunque recibir una invitación de Sabrina para una cita fue motivo suficiente para ser feliz, no pude evitar la molestia de ser víctima del acoso y la envidia por parte de varios chicos.

No fue fácil lidiar con ello, pero la emoción y la dicha que sentía al ser tomado en cuenta por una chica tan hermosa y popular me permitió persuadir los malos ratos.

Por la tarde, cuando llegué a casa, gracias al premio que obtuvo como la ganadora del concurso de talento, Eva me pidió que la acompañase al supermercado para canjear su cupón.

Se le notaba emocionada por la oportunidad, y ser yo quien estuviese con ella en momentos así me reconfortó más que la fortuna que gozaba personalmente en otros aspectos.

Papá fue quien nos llevó al supermercado y le pidió a Eva que gastase el dinero en ella misma, ya que le habíamos escuchado decir que quería hacernos regalos a modo de retribución por haberla acogido en casa. Su consideración fue de admirar, aunque en el fondo, todos estábamos felices de que formase parte de nuestra familia, menos mis hermanos que, para entonces, no sabían nada al respecto a petición de mis padres.

Más tarde, en el supermercado, tomamos un carrito y empezamos a deambular por los pasillos, mirando precios y comparando la calidad de los productos; me extrañó que Eva solo se fijase en las cosas esenciales para el consumo diario.

Era evidente que no tomaría en cuenta las palabras de papá. Estaba decidida a retribuir el apoyo que le habíamos brindado, aunque esto fuese poco en comparación; admiré ese gesto y me enorgullecí por considerarla mi hermana mayor.

Las primeras cosas que Eva colocó en el carrito fueron productos de higiene personal y limpieza, luego dos paquetes de pan cuadrado, una bandeja pequeña de queso amarillo y otra de jamón de pavo, una mayonesa de quinientos gramos y una salsa de tomate; ya me saboreaba los sándwiches que supuse iba a preparar con mamá.

Además, compró algunos productos cárnicos, así como también arroz, pastas, especias, huevos, legumbres y verduras. Por ello, conforme veía la forma en que se llenaba el carrito, traté de decirle a Eva que no se preocupase por retribuir algo a nuestra familia, aunque tampoco quise cohibirla de ello y, en vez de eso, le pedí que me comprase unas galletas de limón.

Al salir de los pasillos, para mi sorpresa, nos dirigimos al área de perfumería y cosméticos, donde me mostré un poco confundido por la forma en que Eva hablaba en voz baja con una de las despachadoras, quien al cabo de unos minutos le entregó una bolsa negra con el logotipo del supermercado.

—¿Y eso? —pregunté.

—Cosas de mujeres —respondió, a la vez que enarcaba una ceja y fingía seriedad.

Continuamos caminando y llegamos al área de licores, donde volvió a su modus operandi de pedir algo en voz baja; le entregaron otra bolsa negra con el logotipo del supermercado, aunque en esa ocasión era un poco más grande.

—Ya sé lo que estás haciendo —dije con voz triunfal.

—Piensa lo que quieras —replicó, esbozando una sonrisa traviesa.




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