La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 19

Al cabo de unos días, al bajar para desayunar antes de irme al colegio, me asombró notar la ausencia de Eva en el comedor, aunque mamá comentó que había ido al cafetín del señor Francisco.

Fue un tanto extraño desayunar sin Eva, lo cual nos permitió percatarnos de lo mucho que nos importaba y que ya la considerábamos parte de nuestra familia. De igual manera, para distraernos un poco, conversé con mis padres respecto a mis hermanos y el hecho de que no supiesen de la nueva integrante de los Fernández.

—Tus hermanos ya están al tanto de que Eva vive con nosotros, les dijimos hace unos días —comentó mamá mientras le servía un poco de café a papá.

—¿En serio? —pregunté con un dejo de asombro—. Ya veo.

No me esperaba recibir esa noticia de repente, y tampoco que mis hermanos, según las palabras de papá, se mostrasen ansiosos por visitarnos para celebrar la integración de Eva a nuestra familia.

—Por cierto, ¿les dije que Eva se presentó en el concurso de talento con nuestro apellido? —pregunté para cambiar de tema.

Mamá y papá giraron sus vistas hacia mí, evidentemente asombrados.

—¿En serio? —preguntó papá.

—Sí, se me había olvidado mencionarlo —respondí—. Cuando la escuché presentarse como Eva Fernández, el orgullo por poco me gana la partida, pues quería presumirles a todos que ella es mi hermana mayor, pero afortunadamente mantuve la compostura.

—¿Crees que esto amerite una celebración? —le preguntó mamá a papá.

—No lo creo, seguramente Eva no estaría de acuerdo con eso —respondió papá, y tenía razón, ya que estábamos conscientes de que ella no permitiría una celebración por un motivo tan simple.

—Si por ese motivo piensas celebrar, no imagino el momento en que les diga: papá y mamá —comenté.

—Espero que ese día llegue pronto, porque queremos mucho a Eva. Supongo que no está de más reiterar que es la hija que siempre quisimos tener —comentó papá.

Fue conmovedor escuchar eso, y me hubiese encantado que Eva estuviese presente, pero estaba seguro de que algún día, tanto papá como mamá, tendrían bastante tiempo para dedicarle ese tipo de palabras.

Minutos después, después de despedirme de mis padres, cuando llegué a la parada de autobuses, noté la presencia de Eva frente al cafetín del señor Francisco. Estaba afinando su guitarra y mirando al cielo como si estuviese en una especie de trance; supuse que pensaba en la señora Cecilia.

Me hubiese gustado saludarla, pero opté por subir al autobús y buscar un asiento con ventana, al menos para despedirla con un gesto, aunque Eva siguió concentrada en lo suyo y me conformé con verla al llegar a casa.

Esa mañana, por alguna extraña razón, el trayecto hasta el colegio se hizo más largo de lo normal, aun cuando el autobús tomó la misma ruta de siempre.

Tuve la corazonada de que algo bueno me iba a pasar.

Incluso me sentí nervioso tan pronto pensé en Sabrina y la forma en que me saludó en el regreso a clases, ni hablar de la invitación a la cita, que me tenía tan ansioso como entusiasmado.

Al llegar al colegio, tal como imaginaba, me topé con Sabrina en la entrada principal. Aun con el uniforme y la misma apariencia de siempre, lucía más hermosa de lo normal; tal vez porque ya la empezaba a mirar con otros ojos.

La saludé con amabilidad y me correspondió de igual manera, aunque también pude notar la forma en que titubeó con su mano, en un vago intento de tomar la mía mientras sus mejillas se ruborizaban; qué bueno que se contuvo, ya que me hubiese sentido tan nervioso como ella y caminar habría sido complicado.

Debido a que estudiábamos en distintas clases, teníamos apenas unos minutos de mutua compañía antes del primer periodo, por lo que aprovechamos al máximo ese escaso tiempo para conversar y dar de qué hablar a quienes nos veían juntos.

—Supongo que algunos rumores no tardarán en esparcirse en el colegio —comenté conforme caminábamos por el pasillo en que se ubicaban los salones de cuarto año.

—La verdad es que no le doy importancia a eso. Imagino que sabrás falsas anécdotas de mí solo por ser la capitana del equipo de voleibol —dijo.

—Pues, fíjate que no sabía nada de ti, salvo que eres la capitana del equipo de voleibol y una de las chicas más hermosas del colegio —respondí.

Sabrina me dio un golpecito en el brazo y luego susurró algo que no entendí, aunque sí noté cómo sus mejillas se ruborizaron; se veía encantadora.

—Yo, al contrario, sabía mucho de ti. Eras de los más populares del colegio hasta que, de repente, te aislaste —dijo.

—No me aislé, solo seguí siendo yo mismo mientras que todos se alejaron de mí, aunque me alegra que así haya pasado, ya que la soledad me ha permitido disfrutar mucho mi etapa colegial —alegué.

Sabrina no respondió al momento, ya que se mantuvo reflexiva.

—¿Sabes? Me impresiona que, si no fuese por el pelotazo que intentó darte mi amiga cuando nos conocimos, tal vez hoy no estuviésemos hablando.

—Eso es verdad. Así que me alegra que haya sucedido de esa manera, porque conocerte ha sido de las mejores cosas que me han pasado últimamente —respondí.




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