La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 20

Lo admito, cuando llegué a casa no pude fingir la tranquilidad que me caracterizaba; estaba muy nervioso por mi cita con Sabrina.

Era mi primera cita con una chica, por lo que no sabía qué hacer en ese tipo de eventos y menos con ella, que era tan hermosa y simpática. A pesar de que tenía muchas ideas para entretenerla, todas me resultaron infantiles, así que me encontraba en un pequeño aprieto que evidenció mi desespero.

Eva notó de inmediato que algo no iba bien conmigo, pero más le asombró el que no fuese al gimnasio esa tarde. Por eso fui donde Manuel para decirle que no lo acompañaría sin justificar el motivo, aunque este, repentinamente, se mostró insistente en saber la razón.

Al principio no quise decirle nada, pero debido a que era el único hombre al que podía pedirle consejos, ya que papá no estaba en casa y no quería molestar a mis hermanos mediante llamadas telefónicas, le dije la verdad con la esperanza de que me alentase a explotar la mejor versión de mí, aunque el muy idiota solo se emocionó.

—¡Vaya, qué alegría! Es evidente que tus cambios físicos empiezan a llamar la atención de las chicas —dijo con voz socarrona.

—Pensé que podía recibir un consejo de tu parte viendo que eres mayor que yo, pero ya veo que no será así —repliqué con fingido desdén.

—Pues, no podría darte un consejo. Lo único que te puedo decir, considerando tu inquietud, es que seas tú mismo y no pierdas tu esencia fingiendo ser interesante… Todos somos diferentes ante una situación como esa y todas las citas se desarrollan dependiendo de ambas partes. Así que no planifiques nada ni trates de impresionarla. Solo respétala, valora su tiempo, hazle saber lo hermosa que es y lo feliz que te hace estar con ella.

Fue inesperadamente un gran consejo de su parte. Por eso mantuve un breve silencio conforme reflexionaba al respecto.

—A veces no sé si eres idiota a propósito o solo finges para ocultar tu genialidad. Ese es un buen consejo.

—De nada —dijo al guiñarme un ojo.

Después de despedirme de Manuel y agradecerle por el consejo, volví a casa aliviado y me reencontré con Eva, que no dudó al preguntarme la razón por la cual estaba nervioso.

Ya me empezaba a asustar lo mucho que me conocía, pues temía que, con el paso del tiempo, empezase a ser un libro abierto para ella.

—Le comenté a la señora Ari de tu comportamiento cuando llegaste y ella dijo, sin titubear, que te gusta una chica —dijo Eva al recibirme.

—¿¡Qué!? —repliqué alarmado.

—Sí, que una chica te gusta… ¿Es verdad? —insistió con fingida seriedad.

—Bueno, sería un imbécil si niego que me gusta, así que sí. La paso bien con ella en el colegio y hoy tendremos una cita —respondí.

—Así que una cita… Dime una cosa, ¿será que se trata de esa chica que me presentaste durante el concurso de talento? Se llama Sabrina, si mal no recuerdo —dijo.

—Sí, será mi primera cita y no tengo idea de cómo actuar para impresionarla —aclaré.

—No tienes que impresionarla, solo sé tú mismo —intervino mamá—. Si la chica aceptó tener una cita contigo, es porque ya tiene una buena impresión de ti. Así que no cambies tu personalidad y deja que el tiempo fluya hablando de lo que los haga sentir cómodos.

—¿Solo eso? —pregunté asombrado.

—Para ti, solo eso. Tú siempre has sido un chico interesante y capaz de llevar todo tipo de conversaciones. No me gusta presumir, pero tu papá y yo te criamos muy bien y te inculcamos, de la mejor manera posible, los valores que te representan.

—Gracias, mamá —dije conmovido.

Motivado y conmovido por las palabras de mamá, a pesar de que era temprano, subí a mi habitación después de almorzar para dedicarme a la selección de ropa que usaría, por lo que una vez más me llené de dudas al no saber con qué vestir.

Lo primero que pensé fue en el lugar y la circunstancia.

Sabrina había comentado que se trataba de un café con temática inglesa, así que opté por un estilo casual y relajado.

Una playera blanca, una camisa roja, un pantalón negro y un par de zapatos Converse rojos completaron mi conjunto. Así que me sentí genial cuando me vi frente al espejo, seguro de mí mismo y un tanto confiado; fue grato sentir que los nervios estaban desapareciendo.

Lo que hice después fue pedirles una opinión a mamá y a Eva, quienes se encontraban en la sala de estar leyendo en conjunto una novela de drama y romance. Ambas alzaron el pulgar tan pronto me vieron, por lo que ya solo tenía que esperar la hora de irme.

Más tarde, a las cuatro con treinta, me despedí de mamá y Eva, quienes me desearon suerte y me pidieron que la pasase bien.

Cuando llegué a la parada de autobús, eché un vistazo a las rutas que cubría el transporte público y, por suerte, varios autobuses pasaban cerca del café que Sabrina me indicó.

Sin embargo, conforme esperaba y notaba que la parada se llenaba de personas, a la vez que el calor me empezaba a incomodar, tomé la decisión de tomar un taxi para no sudar ni estresarme con el gentío.

Gracias a la idea de tomar un taxi, llegué con quince minutos de anticipación a un elegante y acogedor establecimiento en el que, tan pronto entré, fui recibido por una amable chica que fungía como camarera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.