Días después, Sabrina, Eva y yo hablábamos en la sala de estar de mi casa y tomábamos nota en una libreta con información de los diferentes concursos de talento que se llevaban a cabo en el país.
La idea era que Eva obtuviese más reconocimiento del que estaba logrando, sobre todo por lo que nos reveló una mañana de sábado en la que fuimos al centro comercial para pasar el rato.
Eva reveló había escrito sus propias canciones, e incluso nos cantó una que, tanto a Sabrina como a mí, nos conmovió. Trataba del amor hacia las personas importantes de nuestras vidas y la manera inesperada en que nos dejan; en su caso, la señora Cecilia.
Nuestra reunión era de lo más agradable gracias a la capacidad de organización que Sabrina tenía.
Era evidente que había aprendido bastante de su mamá, quien era secretaria del alcalde de Ciudad del Valle; fue algo que en su momento me asombró.
Sin embargo, conforme más información reuníamos de los concursos que se llevaban a cabo en todo el país, una visita inesperada nos tomó desprevenidos y nos impactó hasta tal grado que, incluso, se me olvidó al principio presentar a mi novia.
Quienes llegaron a casa fueron Cristian y Alana, demostrando agotamiento como si hubiesen caminado desde la terminal.
Al principio me emocioné tanto que no dudé al recibir a mi hermano con un cálido abrazo que correspondió con fingida alegría, aunque no quise reclamar que fingiese, pues era evidente que algo lo tenía preocupado.
Además, la expresión de Alana en su rostro demostraba también una preocupación que me alarmó por instantes. Debido a ello, se proyectaron en mi mente varias situaciones que pudiesen causarles ese estado de ánimo, específicamente la de un embarazo.
—Oye, Cristian… ¿Sucede algo malo? —pregunté.
—No, para nada, solo estamos algo agotados. El autobús en el que vinimos era una porquería antigua sin aire acondicionado —respondió con el mismo tono de voz alegre que lo caracterizaba.
Entonces, recordé que Sabrina estaba en casa.
Una sensación de nervios y orgullo me embargó ante la idea de presentarla como mi novia, por lo que le pedí a mi hermano que me acompañase hasta donde estaban Eva y Sabrina.
—Hermano, ven, te quiero presentar a alguien —dije.
—Bueno, ya sé que Eva ahora es nuestra hermana, no es necesario que la presentes —replicó con fingida voz gentil; era evidente que quería evitarnos.
—No se trata de Eva —dije cuando le hice señas a Sabrina, quien se levantó del sofá y se acercó a nosotros—. Cristian, te presento a Sabrina, mi novia… ¿Verdad que es hermosa?
—¡Paúl! —exclamó Sabrina a modo de reclamo, notablemente avergonzada; se veía encantadora.
—¡Vaya! —intervino Cristian con asombro—. Es muy bonita, hermanito. Felicidades… ¡Alana, mi amor! Ven a conocer a la novia de mi hermano.
«¿Mi amor?», pensé confundido, aunque opté por ignorar ese detalle cuando Alana se acercó a nosotros.
Las presentaciones se llevaron a cabo y optamos por sentarnos para hacerle compañía a Eva, quien se asombró cuando Cristian la saludó con un cálido abrazo y la llamó “hermanita”.
Eva se ruborizó con esa acción de nuestro hermano y, de no haber sido por la repentina aparición de mamá, se hubiese conmovido al punto de romper a llorar.
—¡Cristian! Pero qué sorpresa —exclamó mamá con emoción, quien no dudó en acercársele y darle un cálido abrazo—. Oh, Alana, ¿cómo has estado?
Mamá logró lo que Cristian y yo no habíamos logrado; hizo que el rostro de Alana se embelleciese con una sonrisa y tomase un brillo que nos tranquilizó.
—Mamá, disculpa que no te hayamos avisado con antelación, pero por estos días la universidad será sede de una convención de ingenieros y, como no queríamos estar allá, optamos por venir a pasar tiempo con ustedes —reveló Cristian.
—¿Y la familia de Alana estuvo de acuerdo? —preguntó mamá.
—Bueno, ya Alana es mayor de edad… Además es mi novia —dijo Cristian.
Alana se ruborizó cuando Cristian hizo la revelación. Se vio muy tierna, tanto que incluso Eva y Sabrina dejaron escapar una risita.
—Mamá, ¿será posible que hablemos un momento a solas? Bueno, con Alana también —preguntó Cristian, dejando que la preocupación volviese a apoderarse de él.
—Claro que sí, hijo… Paúl, estaremos en el patio trasero, así que no nos interrumpan, ¿entendido? —dijo mamá.
—Está bien, mamá —respondí.
Mientras mamá, Cristian y Alana se fueron al patio trasero, Sabrina, Eva y yo nos quedamos en la sala de estar tratando de adivinar el tema de conversación que abordarían.
La tentación casi nos ganó la partida cuando optamos por dejar al azar quién sería el encargado de espiar la conversación, pero en última instancia, Eva decidió seguir buscando información respecto a los concursos de talento en su habitación.
Sabrina y yo, que no teníamos mucho que hacer en la sala de estar, acordamos subir a mi habitación para ver una película, aunque una parte de mí tuvo segundas intenciones que me costó ocultar con una infantil emoción conforme mencionaba las posibles películas que veríamos.
Eran las dos de la tarde para entonces, y a Sabrina le habían dado permiso de quedarse en casa hasta las diez de la noche, pues su mamá estaría ocupada con algunos compromisos relacionados con la campaña electoral del alcalde; en otras palabras, teníamos bastante tiempo para estar juntos.
Debido a ello, consideramos que la saga de Shrek era una excelente opción para pasar el rato y con una serie de películas entretenidas y graciosas. Por ende, y a fin de cuentas, bajamos a la cocina y buscamos algunos dulces para centrarnos de lleno en nuestro momento de pareja.
Sin embargo, una vez que nos acomodamos, las segundas intenciones emergieron una vez más cuando Sabrina dio una suave caricia en mi pierna, por lo que a partir de entonces, lo que menos hicimos fue ver la primera película.
Sabrina también tenía segundas intenciones, y eso lo pude confirmar cuando nuestras miradas se cruzaron. Por ende, mi única defensa era hacerme el distraído y comentar detalles de la película, pero…