Mi relación con Sabrina, después de sumarse a nuestra experiencia la confianza de la intimidad, se afianzó hasta tal punto que nos volvimos codependientes.
Esto, como era de esperar, trajo problemas a la relación, ya que nos llevó a un estado en el que no queríamos separarnos el uno del otro y celarnos a un nivel nocivo para nuestra estabilidad mental.
Por suerte, tuvimos la sensatez de reconocer la codependencia como un problema y recurrimos a la señora Assunção para que nos aconsejase, aunque la tarde en que nos sentamos frente a ella, nos vimos obligados a revelar detalles de nuestra relación que nos avergonzó bastante.
Que la señora Assunção fuese liberal en cuanto a la relación sexual que mantuve con Sabrina evitó que la conversación se tornase incómoda, pues en vez de regañarnos y hacernos sentir culpables, reiteró que nada estaba mal siempre y cuando estuviésemos usando preservativos.
Sus consejos fueron de vital importancia en nuestra relación, por lo que con el paso de los días pudimos superar esa codependencia y subir un escalón más en la madurez que requería nuestro noviazgo; me dio gusto haber recurrido a mi suegra en vez de recurrir a mis padres.
Desde entonces, nos enamoramos mucho más el uno del otro, e incluso ya les insinuábamos a nuestros padres que, al cumplir la mayoría de edad, nos casaríamos.
Hubo muchos factores que favorecieron nuestra relación, como el hecho de vernos a diario en el colegio, compartir juntos los fines de semana para estudiar y disfrutar de algunas citas, tener gustos similares en cuanto a la elección de películas, coincidir en optar por la misma carrera universitaria y asociarnos en una compañía, y casarnos al cumplir la mayoría de edad.
Más allá de eso, gracias a los consejos de nuestros padres, cuando algunos desacuerdos surgían y emergían las inevitables discusiones, ya fuese por tonterías o temas serios, lográbamos resolver nuestras diferencias en cuestión de minutos tras permitirnos reflexionar y reconocer quién de los dos estaba equivocado.
No tengo dudas de que Sabrina, a mi parecer, era una chica perfecta.
Con ella sentí que tenía más de lo que merecía en la vida, que mi fortuna requería de un gran esfuerzo y sacrificio que creí que estaba dispuesto a enfrentar cuando llegase el momento.
Sin embargo, tales pensamientos los tuve siendo un adolescente que aún no alcanzaba la madurez real, por lo que no supe cómo actuar cuando una gran desgracia nos tomó desprevenidos.
Una mala noticia nos impactó recién iniciado el mes de junio de aquel 2010 inolvidable, cuando llegamos a su casa después de tener una cita en el cine.
Habíamos pasado una tarde espectacular en la que prácticamente aprovechamos la oscuridad de la sala del cine para besarnos y dejar que nuestras manos explorasen partes sensibles de nuestros cuerpos; incluso nos llamaron la atención por reírnos de forma traviesa.
Conforme nos acercábamos a su casa, no pudimos evitar reírnos tras recordar lo que hicimos; nuestra intimidad, más allá de ser placentera, nos divertía en gran medida.
Por desgracia, esa alegría se convirtió en intriga cuando notamos a un grupo de personas que recibieron a Sabrina en medio de llantos y lamentos.
Al principio, nos extrañamos con los repentinos pésames que le dieron a Sabrina, por lo que fue fácil deducir que alguien había fallecido, pero la cuestión era quién.
—¿Habrá sido la abuela? Hace meses que viene mal de salud —comentó Sabrina.
No sabía qué responder.
Enfrentar a la muerte era lo único que me dejaba sin palabras cuando se trataba de alguien que apreciaba.
—Ahí está mi tío, preguntémosle —dijo.
Nos acercamos hacia la figura de un señor de canosa cabellera; era alto y elegante, vestía de traje negro y mostraba una apariencia cansada.
Sus ojos estaban rojos y vidriosos; se le notaba el dolor de haber perdido a un ser querido.
No supe qué decir al estar frente a él, y menos cuando me vio con recelo.
—Tío, ¿qué pasó? Me extraña que mamá no me haya avisado de algo tan delicado, aunque supongo que no le resulta fácil afrontar la muerte de la abuela —dijo Sabrina.
—Sabrina, tenemos que hablar a solas. Preferiría que el joven nos diese tiempo —respondió el señor con voz entrecortada.
—Él es mi novio, tío, y aunque sea un asunto familiar, tiene derecho a saber lo que pasó… Cuento con su consuelo —replicó ella, que no mostraba aires de tristeza a pesar del momento que enfrentaba.
—Supongo que lo toleraré, pero de igual manera acompáñenme —ordenó su tío.
Nos dirigimos al estudio de Sabrina para aprovechar que era el único lugar en el que no había familiares ni allegados. Ahí nos sentamos en un cómodo sofá mientras su tío caminaba de un lado a otro sin parar.
—Tío, ¿qué sucede? Me estás poniendo nerviosa —preguntó Sabrina. Su semblante ya había cambiado, por eso tomé su mano a modo de apoyo.
—Hoy el alcalde fue víctima de un atentado al salir de la alcaldía —reveló—. Fue una balacera repentina. Se presume que fueron radicales del partido comunista, aunque eso no viene al punto tratándose de una joven como tú.