La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 25

Las siguientes dos semanas después de la muerte de la señora Assunção, Sabrina y yo tuvimos la oportunidad de seguir viéndonos, ya que su padre tuvo que realizar varias diligencias para poder llevarse a su hija a Brasil.

Qué ironía fue tener la oportunidad de conocer al señor Assunção por medio de una desgracia que lo afectó de manera notable, ya que en nuestro primer encuentro, noté que tenía los ojos hinchados por haber llorado tanto y grandes ojeras que evidenciaban su falta de sueño.

Además de mirar esa aflicción, producto de perder al amor y no haber estado presente para su hija tras semejante pérdida, tuve que presentarme como el mejor amigo de Sabrina; eso fue lo que ella y yo acordamos.

Por otra parte, aunque me dolía pensar en la despedida de mi primer amor y mi primera vez en muchos aspectos que marcaron mi adolescencia, mostré mi personalidad amable y comprensiva para que su dolor emocional pasase a segundo plano.

También, tuve la idea de preparar algunos obsequios que le permitiesen recordarme como el chico que compartió gratos momentos con ella y un amor que pudo ser más hermoso de no haber sido por la tragedia, aunque no fue fácil pensar en las cosas que podrían alegrarla.

Por suerte, conforme sucumbía a la desesperación una mañana en mi habitación, Eva, que entró con una taza de té y la disposición de apoyarme emocionalmente, me sugirió algunas ideas que me parecieron interesantes.

Esa misma mañana, Eva y yo visitamos todo tipo de tiendas en un centro comercial, aunque fue en una joyería y una tienda de juguetes donde dimos con los regalos que consideré duraderos y que le permitirían a Sabrina recordarme sin caer en la tristeza.

En la joyería compré un collar de perlas y un anillo de plata con una réplica de piedra preciosa, eso como representación de la promesa que tenía en mente en caso de contar con la oportunidad de casarme con ella en el futuro.

En cuanto a la juguetería, compré un oso de peluche que emitía sonidos graciosos cuando le oprimía el pecho, aunque también tenía una función que permitía realizar grabaciones de voz; esto a sugerencia de Eva.

—¿Cómo supiste de esto? —pregunté con un dejo de asombro.

—Vi un comercial en la televisión. Me pareció gracioso por la forma en que lo mostraban.

—Sí, se presta para buenas bromas, aunque esa no es mi intención —alegué.

Eva llamó a un empleado de la tienda para preguntar por la capacidad de memoria que tenía la grabadora de voz, a lo que este aclaró que se podía grabar hasta cien minutos continuos.

También nos explicó cómo borrar grabaciones y editar notas de voz.

Era un juguete novedoso e interesante para entonces, y a juzgar por el precio, se veía que cumplía con lo que ofrecía.

♦♦♦

Al día siguiente, papá nos sorprendió a Eva y a mí con la compra de unos celulares de última generación, lo cual fue una maravilla porque, gracias a eso, surgió la oportunidad de mantener comunicación con Sabrina sin importar a dónde fuese, considerando también que las redes sociales se empezaban a popularizar en el país.

Es por eso que visité a Sabrina para darle la buena noticia y, además, entregarle algunos regalos; en ese caso, el collar de perlas y el anillo.

—¡Hola! Me asombra tu visita —dijo Sabrina emocionada al recibirme. Incluso me abrazó y me besó en los labios.

—Oye, si tu papá nos ve besándonos, podría enojarse —respondí con dejo de nerviosismo.

—Ah, no te preocupes, papá fue al colegio para presentar mi situación. Hoy estoy sola en casa —alegó.

—Ya veo, me gustaría que tu papá estuviese presente para que vea los regalos que te traje —dije.

—¿Me trajiste regalos? —preguntó emocionada—. ¡Vaya! No te hubieses molestado.

—Son detalles duraderos para que no me olvides en Brasil —aclaré—. Lo primero es esto.

Saqué el anillo de plata de mi morral y se lo presenté como si fuese una propuesta de matrimonio. Sabrina se ruborizó y se mostró nerviosa cuando tomé su mano con delicadeza.

—¿Te casarías conmigo? —pregunté, al mismo tiempo que le colocaba el anillo.

—Me encantaría decir que sí —musitó.

—Con eso me conformo —dije.

—Ahora, ¿puedes darme la espalda? Por favor —pedí con amabilidad.

Sabrina giró sin preguntarme para qué quería que me diese la espalda.

Así que me acerqué a ella antes de sacar el collar de perlas y retiré un poco su larga y lacia cabellera. El aroma a champú y perfume me hipnotizó por unos instantes, y al mismo tiempo, noté cómo su piel se erizaba ante el tacto suave de mis manos.

—Estamos solos y papá llegará tarde —musitó.

—Lo sé —susurré en su oído.

Una vez más, la piel de Sabrina se erizó e hizo el intento de girarse para besarme, pero le pedí que se quedase como estaba.

—Este es el otro regalo para que no me olvides —dije, después de ponerle el collar de perlas.

—¿Es necesario que me des estas cosas? —preguntó emocionada.

—Sé que son cosas materiales, pero toma en cuenta el valor sentimental que tienen y tendrán con el paso del tiempo, aún si conoces a alguien que te brinde más amor y felicidad que yo —respondí.

Sabrina no dijo nada, tan solo se quedó de espaldas a mí como si intentase ocultar su rostro, aunque esto duró unos segundos, pues su cuello descubierto terminó de tentarme; besé con sutileza su área sensible y dejó escapar un leve gemido.

Mis besos erizaron de nuevo su piel, y con un abrazo alrededor de su cintura, no aguantó las ganas de entregarse. Así que giró hacia mí con agilidad y me besó apasionadamente; terminamos haciendo el amor en su habitación.

Recostados en su cama, nos abrazamos al culminar el acto para recuperar el aliento.

Con Sabrina era fácil dejarse llevar, por eso me dolía aceptar que en cuestión de días tenía que partir a Brasil.

De hecho, una de las cosas que consideré en ese momento, mientras sentía su respiración en mi cuello, era irme a Brasil y pedirle empleo al señor Assunção, pero además de ser menor de edad y no tener experiencia laboral, y ni siquiera haber terminado la secundaria, esto era una simple y absurda fantasía juvenil.




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