Si bien logré mantener mi excelente rendimiento académico en la universidad, e incluso escalé hasta la tercera posición como uno de los mejores estudiantes, mis estudios pasaron a segundo plano debido al contacto que mantuve con Cata.
Al principio, solo eran intercambios semanales de correos electrónicos en los que nos centramos en Eva, donde daba detalles de su talento, sus canciones y le enviaba enlaces de los videos que ella había subido a sus redes sociales.
Siempre me caractericé por ser considerado y respetar el tiempo de Cata.
No le escribía si no tenía un buen motivo, y por mucho que quise hacerlo, no me comporté como un fanático alocado; me esforcé por el bien de Eva.
Tal vez fue esto lo que le permitió tener la confianza de compartirme su número de contacto personal, por lo que empezamos a mantener conversaciones, casi a diario, a través de WhatsApp.
Debo ser honesto, tener el número telefónico de Cata Florencia, aunque fuese de otro país, fue algo que quise presumir, pero una vez más respeté su confianza y mantuve todo en secreto hasta que llegase el momento de conocerla en persona.
Se sentía genial saber que podía tener conversaciones gratas con alguien famoso, aunque el paso del tiempo me permitió conocer a una mujer que de repente dejé de idealizar como famosa cuando me mostró su personalidad, su sentido del humor y una confianza que me ayudó a intuir que me consideraba un amigo.
Perla Catalina Florencia Estrada era su nombre completo, tenía veintiocho años en ese entonces y era una de las artistas del momento.
La venta de su tercer álbum la posicionaba como la tercera artista independiente con más ventas, y con la ayuda de sus redes sociales, su fama seguía creciendo hasta el punto de ser reconocida en Europa y parte de Asia.
Sin embargo, nada de esto influía en su verdadera personalidad, pues además de ser amable, comprensiva y humilde, mantenía un enfoque pragmático de su vida, en el que solía evocar su pasado antes de arriesgarse en el mundo artístico y casi perderlo todo; eso me hizo admirarla más.
Paúl. Aprecio que reconozcas el talento de Eva, pero creo que no se ha sentido motivada en estos días. ¿Cómo puedo ayudarla?
Cata. Es normal perder la motivación de vez en cuando, así que no te preocupes… Si quieres ayudarla, invítala a salir para que se distraiga y enfoque su mente en otras cosas.
Paúl. Entiendo, eso haré.
Cata. Verás que, en cualquier momento, tomará su guitarra y volverá a cantar como siempre, así que no te preocupes.
Paúl. Gracias, Cata. En ese caso, veré qué está haciendo para invitarla a dar un paseo.
Cata. Antes de que te vayas, dime una cosa… ¿Por qué tanto esmero en que Eva sea reconocida?
Paúl. Quiero asegurarme de que tenga un buen futuro, porque no sé dónde estaré de aquí a diez o veinte años. Recuerda lo que te dije de su pasado, que vivió en las calles toda su vida hasta que la conocí. Bueno, es mi objetivo evitar eso en caso de que nos veamos en la situación de tomar caminos diferentes.
Cata. O sea, que todo lo haces pensando en su futuro.
Paúl. Sí, todo es por ella.
Cata. Me conmueve lo mucho que amas a tu hermana.
Paúl. Mi familia, en general, es mi tesoro sagrado. Por ellos daría mi vida, aunque sé que no lo permitirían por ser el menor de todos.
Cata. Te comprendo… Bueno, ya me tengo que ir. Hablamos luego. Ten un bonito día y, por favor, no descuides tus estudios.
Paúl. Cuídate y no te preocupes, actualmente soy el tercer mejor estudiante de la universidad, y pretendo ser el primero.
Con ese mensaje me despedí de Cata para luego empezar a revisar los comentarios en mi canal de YouTube. La mayoría eran mensajes positivos e incluso de gente pidiendo que los saludase en mi próximo video.
Se sentía raro tener la atención de tanta gente a la que no conocía, y no imaginé lo que era capaz de sentir Cata, cuya fama iba más allá de la brecha idiomática.
Aun así, me tomé el tiempo de leer, en la medida de mis posibilidades, todos los comentarios que pude, incluyendo las críticas negativas, y responder a cada persona con tal de hacerles saber que estaba al pendiente de sus opiniones; a fin de cuentas, eso me ayudaba a mejorar.
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Días después, mientras caminaba por uno de los pasillos de la universidad, una chica se me acercó para pedir que me tomase una foto con ella, a lo cual accedí con amabilidad sin detallarla, pues de haberlo hecho, supongo que muchas cosas en mi futuro hubiesen sido diferentes.
Supongo que debo culparme a mí mismo por estar distraído con mi celular, porque ni siquiera detallé su rostro al despedirme; apenas me percaté de cómo unos compañeros de clase se me acercaron para decirme lo que había pasado.
—Oye, Fernández, ¿acabas de tomarte una foto con Susi? —preguntó Eliezer Acosta, un compañero con quien solía juntarme en las tareas grupales. Estaba en compañía de Jesús Peña y Joel Montes.
—¿Con quién? —pregunté confundido.
—Con Susi, idiota —replicó Joel, quien era el más alocado de ese trío de amigos.
—¿Acaso no te diste cuenta? —inquirió Jesús.
—En efecto, no me di cuenta, iba pendiente de mi celular, pero, ¿por qué tanto alboroto? —pregunté.
—Idiota, porque se trata de la mismísima Susi —respondió Eliezer, alarmado, como si yo hubiese perdido una gran oportunidad.
Susana Sifontes o Susi, como la conocían en la universidad, era de esas chicas que no gozaba de gran popularidad, pero que todos reconocían por su increíble belleza y sensualidad.
Podría decir que, físicamente, era perfecta de pies a cabeza.
Cada parte de su cuerpo era un lugar digno de admirar, aunque viniendo de tener una relación con Sabrina, a pesar de los años que habían pasado, y además mantener una amistad con la mismísima Cata Florencia, confiaba en que no había mujer que me conquistase con facilidad, y menos en ese entonces que no tenía interés en el romance o el sexo.