Un nuevo mes transcurrió conforme seguía manteniendo contacto con Cata.
Por otra parte, me esforzaba en mis estudios y hacía todo lo posible para no revelarle a Eva que la noche de un sábado caluroso iríamos al concierto con la excusa de distraernos un poco de la monotonía diaria.
Estábamos emocionados e impacientes, sobre todo yo, en la sala de estar mientras esperábamos a papá, quien se encargó de llevarnos hasta el Palacio de Eventos, un lugar icónico de Ciudad del Valle y donde se llevaban a cabo grandes espectáculos.
—¿Estás emocionada? —le pregunté a Eva mientras bebíamos un poco de café.
—Bastante —respondió, animada—. Esta mañana, cuando me dijiste que iríamos al concierto de Cata Florencia, me quedé congelada, pero ahora ya me puedo expresar mejor. ¿Crees que tengamos posibilidad de conocerla?
—Bueno, tenemos entradas VIP. Por lo que tendremos la oportunidad de visitar su camerino al finalizar el concierto, tomarnos algunas fotos y pedir su autógrafo. Pero debes tener en cuenta que no seremos los únicos, así que no te hagas muchas ilusiones —respondí con la finalidad de persuadirla de esa idea, aun cuando había pactado un encuentro privado con Cata.
—Mis niños, ¿no se les olvida nada? —preguntó mamá de repente.
—No, mamá, aunque tampoco es que debamos llevar gran cosa —respondí—. Tenemos los pases, dinero suficiente y nuestros celulares. Es lo único que necesitamos.
—Yo quería preparar una pancarta, pero Paúl apenas me avisó esta mañana que iríamos a un concierto —comentó Eva.
—Bueno, ya es hora de irnos —intervino papá.
Así que nos despedimos de mamá, que nos deseó una bonita velada y nos pidió que tuviésemos cuidado.
Como era de esperar, mamá demostró la típica muestra de cariño y preocupación de una buena madre. Así que le agradecimos por sus palabras y le pedimos que no se preocupase, ya que, a fin de cuentas, éramos adultos.
De camino al Palacio de Eventos, Eva mantuvo silencio mientras que papá y yo hablábamos de la hora en que volveríamos a casa. Él nos dio permiso de estar fuera hasta la medianoche, pero dado que el concierto comenzaba a las diez de la noche y luego tenía en mente encontrarme con Cata, le pedí que nos diese más tiempo.
—Me gustaría darles más tiempo, pero no puedo salir de casa en plena madrugada. Mañana debo irme temprano al trabajo —dijo papá.
—Ah, por eso no te preocupes —contesté—. Ya contacté a un amigo que hace transportes nocturnos. Él nos llevará a casa.
—Comprendo, pero de todas formas, me mantienes al tanto, por si acaso —dijo.
—Cuenta con ello —respondí.
Ya no me costaba persuadir a papá, a diferencia de antes, lo cual me ayudó a comprender que ya me veía como un adulto capaz de resolver mis asuntos.
Aunque, de todos modos, eso no impedía que, como buen padre que era, se preocupase por nosotros y, de vez en cuando, nos tratase igual que a unos niños.
Por otra parte, entré en un pequeño aprieto porque le estaba mintiendo respecto al transporte, pues no conocía a nadie que trabajase en ese ámbito durante el turno nocturno, ni mucho menos tenía un amigo, así que empecé a buscar una solución de manera anticipada.
Me mantuve pensativo por unos minutos hasta que llegamos al Palacio de Eventos, donde mi contrariedad pasó a segundo plano cuando vimos el gentío formándose para entrar al reconocido anfiteatro.
Apenas eran las ocho de la noche y ya el alboroto me permitió intuir lo complicado que sería encontrar transporte después del concierto.
—Bueno, hijos, pásenla bien y me llaman si necesitan que los venga a buscar, pero estoy disponible hasta la medianoche —dijo papá al despedirse.
—Está bien, papá, gracias por traernos —respondí.
—Hasta luego —dijo Eva para despedirse.
Papá, antes de poner su auto en marcha, nos pidió que nos divirtiésemos, aunque también demostró un dejo de recelo y preocupación como mamá; algo que consideré típico de un buen padre.
—¡Vaya! Pensé que la lengua te comieron los ratones —le dije a Eva.
Eva se mostró pensativa por unos segundos ante mis palabras, lo cual me confundió, aunque lo que me tomó desprevenido fue la manera en que empezó a reír a carcajadas, como si hubiese contado un buen chiste.
—¿Qué dijiste? —preguntó, mientras contenía las ganas de seguir riendo.
—Pensé que los ratones te comieron la lengua —respondí con seriedad.
—No… Eso no fue lo que dijiste —dijo, con su persistente contención de la risa.
—Tú me entendiste, así que entremos —repliqué con un dejo de molestia.
Gracias a que teníamos pases VIP, no fue necesario que hiciésemos aquella larga fila para entrar, por lo que rápidamente entramos y nos dirigimos a la zona preferencial, cerca del escenario y donde había unos cómodos asientos.
—Nada mal —dije al sentarme.
—Qué relajante —continuó Eva—, aunque dudo que vayamos a sentarnos durante el concierto.
—Bueno, todo depende del repertorio que Cata nos presente. En lo personal, me gustaría que fuese un concierto acústico, pero por cómo va la cosa —giré para echar un vistazo a mi alrededor y notar lo rápido que se llenaba el lugar de gente—, esto será eufórico.
—¿Por qué hablas de ella como si la conocieses? —preguntó Eva, confundido.
—¿Así soné? —inquirí.
—Sí, fue raro —respondió.
—Supongo que es por la emoción —dije a modo de excusa; logré persuadirla.
Con el paso de los minutos, y aprovechando que estábamos en la zona preferencial, pedimos algunas bebidas y aperitivos que nos llevarían durante el concierto según el acuerdo entre el repartidor y nosotros, lo cual me pareció increíble y me permitió entender la razón por la que la cual los pases VIP eran tan costosos.
Claro está que nuestros pases cubrían un límite de consumo, pero eso no nos preocupó, ya que, a fin de cuentas, contábamos con suficiente dinero.
Eva se sorprendió cuando supo que nuestros pases cubrían el consumo de bebidas y bocadillos, aunque también se molestó un poco por la imposibilidad de consentirse con su propio dinero, el cual era administrado por mamá.