La montaña secreta en la que descubrimos nuestros sueños

Capítulo 33

Días después, enfrenté un dilema absurdo mientras me relajaba bajo la sombra del árbol de nogal en el patio trasero de mi casa.

Quería persuadir las presiones que enfrenté con el reinicio de mis estudios universitarios y despejar la mente de todas las tareas que me faltaban por hacer.

¿Ir o no ir a la fiesta de Joel? Fue la cuestión, y me lo planteé al mejor estilo de Hamlet, como si fuese un tema importante a considerar.

Joel, uno de los compañeros de clase en quien más confiaba a la hora de realizar estudios grupales, me había invitado a una fiesta en su casa. Él, a pesar de ser un estudiante destacado, solía tener un estilo de vida nocivo en el que predominaban las fiestas y el consumo de alcohol.

Por lo general, ignoraba esa parte de él, ya que nos complementábamos de buena manera en nuestros estudios, aun cuando en ocasiones la resaca nos impedía mejores avances. Debido a ello, esos momentos en que llegaban algunos en condiciones deplorables al salón de clases, discutíamos tras terminar de aconsejarlos.

Paúl, me entenderás cuando experimentes la diversión de una buena fiesta.

Por lo general, sus excusas se relacionaban con mi falta de experiencia, pero en lo personal, no encontraba divertido ese tipo de eventos donde, usualmente, abundaban el alcohol, las drogas y el libertinaje.

Sin embargo, tal fue la insistencia de Joel que, a fin de cuentas, tomé la decisión de ir, aunque con la intención de demostrar que su estilo de vida, más allá de ser perjudicial, era monótono y vacío.

«Le demostraré que su estilo de vida es perjudicial y que aquello que llama diversión, en realidad es una ilusión producto de la intoxicación alcohólica», pensé.

De hecho, mi objetivo el día después de la fiesta era demostrar con hechos que la pasé mal y no me divertí. Era consciente de que no iba a cambiar de buenas a primeras, pero al menos podía tener pruebas de que “su diversión” no era genuina.

Pude seguir divagando y pensando sobre la evangelización de Joel si no fuese por la repentina aparición de Valeska, quien saltó desde el muro que separaba nuestros patios. Ella cayó en el césped a pocos metros de mí como si de un personaje de películas de superhéroes se tratase.

—¡Carajo! —exclamé al sobresaltarme.

—¿Tan fea soy? —preguntó con voz socarrona.

—Eso no tiene nada que ver, ¿por qué saltaste así? Pudiste lastimarte —reclamé.

—Soy experta en entradas geniales, no tienes por qué preocuparte, aunque me halaga que te preocupes —dijo.

Yo la miré con recelo, pero no dije nada.

—¿Qué haces aquí en un sábado tan bello como este? —preguntó—. A veces pienso que eres muy aburrido.

—En efecto, soy muy aburrido —respondí.

—¿Por qué? —inquirió.

—Porque sí —dije, sin ganas de seguir la conversación.

—Qué odioso —dijo con desdén—. ¿Cuántos años tienes?

—Eso, al igual que mucha gente, ya debes saberlo —respondí.

—Sí, definitivamente eres odioso —alegó.

—Piensa lo que quieras, me vale mierda —sentencié.

Valeska se mostró asombrada, pero no le di importancia y me levanté para entrar a casa, aunque ella me tomó del brazo y detuvo mi paso.

—¡Oye! No tienes por qué ser un imbécil conmigo. No te he hecho nada para que me trates así —reclamó.

—Me da igual, ya deberías notar que no me agradas —repliqué.

—¿Por qué? —preguntó, indignada.

—No hay una razón específica, simplemente no me agradas y no tengo por qué explicártelo —respondí.

—No te creo. Tengo la certeza de que es solo un pretexto para alejarme de ti. Tal vez te gusto y quieres evitarme por eso. Pero está bien, querido vecino, prometo que no sabrás de mí desde ahora en adelante —sentenció con voz socarrona.

Valeska habló en serio, a pesar de su tono de voz burlón y travieso, pues no supe más de ella por un largo periodo de tiempo; dejé de verla aun siendo mi vecina.

♦♦♦

Una semana después, me alistaba para asistir a la fiesta en casa de Joel, aunque no me sentía del todo motivado, ni siquiera por el objetivo de demostrar que su estilo de vida solo lo perjudicaría en el futuro.

La noche de ese sábado, después de alistarme y mentalizarme, me despedí de mis padres y de Eva, quienes me pidieron que no me excediese con las bebidas y que no aceptase nada de extraños. Comprendí la preocupación de mi familia, así que les agradecí por ello y prometí volver antes de medianoche.

Al salir de casa y dirigirme a la parada de autobús, volví a entrar en el mismo dilema que cuando fui invitado. Por alguna razón, una parte de mí se negaba a asistir a esa fiesta, aunque se me dificultaba ignorar la invitación de Joel y mis motivaciones personales.

Pude haber regresado a casa si hubiese esperado más de quince minutos en la parada, pero al llegar, justo iba de pasada un taxi que no solo me cobró menos de lo que estimaba, sino que también llegó rápido a la dirección que Joel me envió por WhatsApp.

Cuando llegué a la casa de Joel, me encontré con Jesús y Eliezer, quienes también fueron invitados y se encontraban en la entrada principal; ellos se conocían desde la secundaria. Ambos bebían cerveza, y a juzgar por el comportamiento que demostraron al saludarme, intuí que llevaban rato en la fiesta.

Jesús y Eliezer me saludaron con alegría y me invitaron a pasar, y una vez que estuvimos dentro de la casa, repleta de universitarios, Joel nos interceptó de repente al vernos juntos.

Estaba eufórico, a diferencia de nosotros.

Era evidente que había empezado a beber desde temprano.

Incluso nos explicó que sus padres estaban de viaje y tenía la libertad para desvelarse y continuar la fiesta durante todo el fin de semana. Su comportamiento, de pronto, se tornó errático, y al analizar detalladamente su rostro, noté cerca de su nariz un rastro de polvo blanco.

—Bueno, muchachos, ya que estamos los cuatro, les aseguro que esta fiesta será… ¡Una maldita locura! —exclamó Joel.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.