Un sonido distante y peculiar, aunque también familiar, me despertó. Se escuchaba a lo lejos y algo distorsionado, como si estuviese en una cueva.
Conforme abría los ojos, una intensa claridad me aturde mientras el sonido se intensifica y me ataca un fuerte dolor de cabeza; por un instante, sentí que iba a explotar.
Mi cuerpo se sentía pesado, tenía la boca seca y la garganta me ardía. De hecho, intenté pedir ayuda, pero me percaté de que, además de todo lo mal que me encontraba, también estaba afónico.
No sé dónde estaba, por lo que la preocupación me llevó a considerar el peor de los escenarios, aunque también pensé que todo era producto de una extraña pesadilla. Sin embargo, comprendí que se trataba de la realidad cuando reconocí aquel sonido que me molestaba; era mi celular.
Pero, más allá de reconocer el sonido de mi celular y con el paso de los minutos recordar lo que fue parte de la noche anterior, me percaté de la razón por la cual sentía un peso sobre mi cuerpo.
Un cuerpo femenino desnudo se aferraba a mí con un abrazo y piernas entrelazadas con las mías. Al principio, me alarmé al no recordar nada de la noche anterior, sobre todo después de haber tomado la gaseosa de cola, así que intenté zafarme con sumo cuidado para no despertar a esa mujer.
Conforme intentaba zafarme de ella, me percaté de que su cabeza estaba cubierta con una almohada. Esto me preocupó un poco cuando noté las gotas de transpiración que se deslizaban de su cuerpo hasta la cama, pues hacía un calor insoportable.
Así que, al considerar su comodidad al dormir, me tomé el atrevimiento de quitar la almohada de su cabeza para enterarme de que esa mujer era Susi.
«Mierda, ¿qué fue lo que pasó?» Me pregunté mientras indagaba respecto a la noche anterior, de la cual solo recordaba lo sucedido antes de beber la gaseosa que Jesús me dio en complicidad con Eliezer.
«Malditos idiotas», pensé furioso, a la vez que mi dolor de cabeza se intensificaba de repente por todo lo que pensaba y el insistente sonido de mi celular.
En medio de la confusión y mi esfuerzo por tener un recuerdo, me levanté de la cama y caminé por la habitación en busca de algo con que vestirme; por suerte encontré mi pantalón, aunque no mi ropa interior.
Me puse el pantalón y el único zapato que conseguí. Mi celular estaba en el bolsillo, razón por la cual no dudé en contestar.
La voz que escuché fue la de papá, quien con notable preocupación me pidió que volviese a casa, ya que mamá estaba hecha un mar de furia; apenas logré decirle que iba en camino, pues no tenía voz para comunicárselo de mejor manera.
Después de la llamada, comprendí la razón por la cual mamá estaba furiosa, ya que de su parte, desde las dos de la madrugada, tenía cincuenta llamadas perdidas y veintisiete mensajes de texto. Mientras que Eva apenas se tomó la molestia de escribirme un mensaje a través de WhatsApp, aunque no me tomé el tiempo de leerlo; la preocupación me embargó y solo quería llegar a casa.
—¿Ya te vas? —preguntó Susi de repente al notar que buscaba una puerta de salida.
Susi estaba soñolienta y, sin pudor de mostrarme su desnudez, se recostó con una pose sensual que me costó ignorar. Yo, que buscaba una salida, entré a un baño y luego a un armario, por lo que solo quedaba una puerta que me garantizaba mi libertad.
—Sí, no sé qué es lo que pasó anoche, pero lamento lo que sea que te haya hecho —respondí, asustado por todas las cosas que imaginé.
—Te veo mañana en la universidad —musitó, antes de quedarse dormida.
Al salir de la habitación, lo que encontré fue la secuela de una fiesta salvaje, es decir, un desastre total.
Había rastros de vómito por doquier, chicos y chicas semidesnudos durmiendo en pleno pasillo, aun con la música que seguía sonando, aunque con un volumen moderado, gemidos de fondo que me dieron a entender lo que pasaba, incluso, vi una pelea de chicos en plena sala de estar y en la que nadie intervino.
El anfitrión de la fiesta, en otras palabras, Joel, estaba junto a Jesús y Eliezer en el patio trasero, sosteniéndose entre ellos a duras penas y en medio de risas; me asombró que siguiesen despiertos.
Yo, que desde entonces los dejé de considerar posibles amigos, busqué rápido la salida principal de la casa para no toparme con ellos, y me sentí aliviado cuando logré dar con el portón abierto. Una vez que estuve en la avenida, una señora me regañó por mi apariencia, pues apenas vestía con un pantalón y un zapato; fue complicado conseguir que un taxi me llevase a mi vecindario.
Cuando llegué a casa, mamá se quedó sin palabras al ver mi apariencia, aunque antes de reclamar mi irresponsabilidad, revisó mis bolsillos para encontrar mi celular, mi billetera con todos mis documentos y un poco de dinero en efectivo.
Eva fingió perplejidad, aunque era evidente que contenía las ganas de reír a causa de mi apariencia; tal vez hubiese reído a carcajadas si no fuese por la furia de mamá cuando empezó a regañarme.
Lo más que pude hacer, después de recibir los regaños de mamá y los consejos de papá, fue disculparme a pesar de no tener toda la culpa, pues los responsables de mi estado eran Jesús y Eliezer. Sin embargo, yo también cometí el error de aceptarles una bebida destapada, así que acepté las consecuencias de mis actos y subí a mi habitación para ducharme y luego descansar.
Ese domingo por la noche, después de haber superado la resaca, salí un rato al patio para relajarme e intentar recordar algo de la fiesta, pero mi mente estaba en blanco.
Mi lógica apenas me permitió llegar a la conclusión de que, en un punto de la fiesta, Susi se aprovechó de mi estado y me convidó a una habitación para salirse con la suya.
Creí que pasaría un tiempo a solas para reflexionar, pero Eva salió de casa y me hizo compañía por un rato.
Ella creyó que me sentía mal, pues su rostro me demostraba preocupación. De hecho, cuando se sentó a mi lado, esperó a que tomase la iniciativa de la conversación, aunque no quería decirle nada respecto a la fiesta, ni mucho menos que me habían drogado.