Nadie te lo dijo. Y si lo hicieron, no les creíste. Te prometiste que el bebé sería el accesorio perfecto para tu vida de pareja, que solo añadiría alegría. La verdad, la honesta, es que un recién nacido es una bomba de tiempo. Y cuando esa bomba explotó, se llevó por delante a la pareja de dos que eras. Es necesario reconocer que esa pareja ha muerto.
El miedo no es solo a hacer las cosas mal; es el pánico a la enormidad de lo que tienes en brazos. De repente, tu propósito ya no es tu carrera o tu próximo viaje; es asegurar que una pequeña vida frágil esté mejor de lo que tú estuviste. No existe una escuela para esto. Operamos con instinto, con las memorias no resueltas de nuestra infancia y con un manual de instrucciones que improvisamos a las tres de la mañana con el móvil en la mano.
El primer gran cambio, y el más honesto de asumir, es la pérdida de tu nombre, de tu esencia y de tu tiempo. Ya no eres "Juan" o "María"; eres el "padre de..." o la "madre de..." La persona individual, con sus planes egoístas, sus hobbies y su paz, se esfuma.
Y este es el punto que nadie quiere admitir: dejaste de ser vos. Aquel individuo que se acostaba tarde, que leía horas o que salía sin avisar, murió. Te has convertido, por la fuerza de la naturaleza, en una persona nueva, forzada a la responsabilidad. El miedo a perder la individualidad es real, y negarlo solo enciende la mecha del resentimiento. Pero al aceptar que aquella persona se fue, liberas la energía necesaria para construir a la nueva, una persona con más profundidad, propósito y un amor que nunca conociste.