La muerte de sophia

Capitulo 2

(Jazmín)

El reloj en la pared del pequeño despacho marcaba las ocho de la mañana, aunque para Jazmín la noche parecía no haber terminado nunca.

Sentada frente al escritorio del inspector León, con las manos entrelazadas sobre las rodillas, intentaba mantener la compostura. Pero cada tanto sus dedos temblaban, delatando que su control era más débil de lo que quería aparentar.

El inspector se acomodó en su silla, entrelazó las manos bajo la barbilla y la miró largo rato antes de hablar. Jazmín desvió la mirada hacia el suelo, sintiendo que la escrutaban como si ya la hubieran declarado culpable.

—Bonita mañana —dijo él, por fin. Su tono era seco, con una pizca de sarcasmo—. Si no fuera por el cadáver en la cancha, claro.

Jazmín tragó saliva. No contestó.

—Tú eras su compañera de cuarto, ¿cierto? —prosiguió León, hojeando unas hojas de su carpeta sin dejar de observarla de reojo.

—Sí —respondió ella, apenas un susurro.

—¿Cuánto tiempo llevaban compartiendo cuarto?

—Un año y medio… desde que empezó el segundo año.

—Un año y medio es bastante tiempo para conocer a alguien. —Hizo una pausa significativa—. ¿Cómo era Sophia?

Jazmín apretó los labios. En su mente se agolparon imágenes de Sophia: con su sonrisa venenosa, sus palabras afiladas, su mirada calculadora. Recordó cómo le robó la confianza, cómo le pidió ver aquellas fotos “solo por curiosidad”, para luego humillarla frente a todo el campus.

—Era… difícil —dijo al fin—. Sabía cómo… conseguir lo que quería.

—Ah —murmuró León, como si la respuesta no le sorprendiera—. Y supongo que eso no siempre te agradaba.

Jazmín levantó la vista y lo miró, por primera vez, a los ojos. Eran oscuros, incisivos. Como si ya supiera la respuesta.

—No —admitió ella.

El inspector asintió lentamente, tomó un bolígrafo y comenzó a girarlo entre los dedos.

—Cuéntame sobre anoche. —Sus palabras colgaron en el aire como una orden.

Jazmín respiró hondo.

—Estuvimos juntas en la habitación hasta más o menos las nueve. Estaba arreglándose para salir. Yo… yo no le pregunté a dónde. Ya no hablábamos mucho.

—¿No hablaban? ¿Por qué?

Ella cerró los ojos por un segundo, intentando mantener a raya las lágrimas.

—Porque… porque no se puede confiar en alguien así. —Sus dedos se crisparon sobre su falda—. Ella… me arruinó.

—¿A qué te refieres con “te arruinó”?

Jazmín guardó silencio. Sabía que, en cuanto lo dijera, quedaría desnuda frente a él. Pero también sabía que ya lo sabían todos.

—Hace seis meses —dijo finalmente—. Tomó unas fotos mías. Personales. Y las envió a todos… a toda la universidad. Sin decir nada. Solo las mandó.

Su voz se quebró al final. El inspector la dejó hablar sin interrumpirla, sin pestañear siquiera.

—¿Por qué haría algo así?

Jazmín negó con la cabeza, desesperada.

—Porque podía. Porque le parecía divertido.

León escribió algo en su libreta y levantó la mirada otra vez.

—¿Y después de las nueve? ¿Dónde estabas?

—En la habitación… creo. No salí hasta tarde. Estudié, luego me quedé dormida. Cuando me desperté… —hizo una pausa, tragando saliva—. Cuando me desperté ya era de madrugada y había policías por todas partes.

El inspector ladeó la cabeza, como si sopesara sus palabras. Luego se puso de pie y caminó lentamente alrededor de la silla donde ella estaba sentada.

—Déjame ver si entiendo, Jazmín —dijo—. La última vez que viste a Sophia, estabas en la habitación con ella. Ella se arreglaba para salir. Tú te quedaste estudiando, te dormiste, y cuando despertaste… ella ya estaba muerta.

Jazmín asintió, cada vez más pequeña en su asiento.

—¿Nadie puede confirmar que estabas en la habitación después de las nueve?

Ella negó con la cabeza, sin atreverse a mirarlo.

León se detuvo detrás de ella, con las manos en los bolsillos. Su sombra la cubría como un manto.

—Sabes —murmuró, inclinándose ligeramente hacia ella—. La mayoría de las personas no apuñalan a alguien por unas fotos. Pero cuando la humillación es lo bastante grande… cuando el odio es lo bastante profundo… uno nunca sabe lo que puede hacer.

Jazmín giró el rostro hacia él, con lágrimas resbalando por sus mejillas.

—Yo no lo hice —susurró.

El inspector la observó unos segundos más, luego se irguió, volvió a su silla y cerró la carpeta con un golpe seco.

—Eso ya lo veremos.

Se levantó, abrió la puerta y, con un gesto, hizo que un oficial la escoltara fuera de la sala.

Cuando Jazmín desapareció por el pasillo, León se apoyó contra el escritorio y miró por la ventana hacia la cancha, donde aún trabajaban los forenses.

Sonrió apenas.

—Una menos —murmuró para sí—. Cinco por interrogar.

Sacó un nuevo cigarrillo de su bolsillo, lo encendió y esperó a que trajeran al siguiente.




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