Capitulo 3

(Marco)

El inspector León estaba de pie, apoyado contra la pared cuando Marco entró al despacho.
El muchacho vestía impecable: camisa blanca, corbata perfectamente anudada, el blazer del consejo estudiantil con el pin reluciente. Pero su frente brillaba por el sudor y sus manos no lograban estarse quietas: una se ocupaba en ajustar el reloj, la otra en alisar el dobladillo de la manga.

—Buenos días, Marco —saludó León, con una sonrisa seca—. Puedes sentarte.

Marco obedeció, manteniendo la espalda recta y las piernas juntas. Intentaba dar una imagen de compostura, aunque sus rodillas apenas perceptiblemente temblaban. El inspector lo observó un momento antes de sentarse frente a él.

—Presidente del consejo estudiantil. Felicitaciones.

—Gracias —dijo Marco, con voz débil.

León hojeó la carpeta frente a él con parsimonia, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—Sophia Montes —empezó—. ¿Cómo la conocías?

—Era… una compañera. Estaba en varias comisiones y… ayudaba en los eventos.

—¿Ayudaba? —El inspector levantó una ceja—. Según entiendo, tenía una habilidad especial para meterse donde no la llamaban.

Marco forzó una pequeña sonrisa.

—Bueno, era muy… curiosa.

—Curiosa. —León repitió la palabra, como saboreándola—. ¿Qué clase de “curiosidad” tenía contigo?

Marco tragó saliva. Miró al suelo, luego a la pared, y finalmente se obligó a mirar al inspector.

—No sé de qué habla.

León ladeó la cabeza, todavía con esa media sonrisa que parecía desarmar a todos.

—Oh, creo que sí sabes —dijo, apoyándose en el escritorio—. Sophia descubrió que habías… cómo decirlo… “malversado fondos” del último evento del consejo, ¿no? Eso no es poca cosa. Según dicen, ella te estaba chantajeando. ¿Cuánto te pedía?

El silencio fue la única respuesta durante varios segundos. Marco apretó los labios, y la mano derecha se cerró en un puño sobre su rodilla.

—No era lo que parece —murmuró al fin.

—Oh, ¿no? —León arqueó una ceja—. Entonces explícame. Me encantan las buenas explicaciones.

Marco suspiró hondo, el aire saliéndole a borbotones como si hubiera estado aguantando la respiración todo este tiempo.

—Yo no tomé nada para mí —dijo finalmente—. El presupuesto de la feria cultural era un desastre. Faltaba dinero para cubrir los proveedores, y… tuve que… mover algunos números para que todo saliera bien.

—Y Sophia lo descubrió.

—Sí.

—¿Y qué te pidió a cambio de su silencio?

Marco dudó un instante antes de contestar.

—Favores. Acceso a información. Influir en decisiones del consejo… cosas así.

El inspector asintió lentamente, rascándose la barba incipiente.

—Y anoche… ¿la viste?

—No.

—¿Dónde estabas?

—En mi habitación, trabajando en unos informes. Nadie me vio, estaba solo.

León soltó una carcajada breve y sin alegría.

—Vaya, qué conveniente.

Marco frunció el ceño.

—No la maté —dijo con más firmeza de la que sentía.

El inspector se inclinó hacia él, los codos sobre el escritorio, la mirada clavada en la suya.

—Déjame explicarte algo, Marco —dijo en voz baja—. Cuando alguien se mete con tu reputación, tu cargo, tus planes… eso saca lo peor de cualquiera. Y Sophia no solo amenazaba con destruir tu pequeña carrera universitaria. También te hacía quedar como un imbécil frente a todos. Y los hombres como tú no soportan eso, ¿verdad?

Marco bajó la mirada, y un silencio incómodo llenó la habitación.

—No la maté —repitió, más débil ahora.

León volvió a sonreír, aunque esta vez no había ni rastro de calidez en su expresión.

—Eso ya lo veremos.

Cerró la carpeta con un golpe seco, se puso de pie y llamó al oficial de la puerta.

—Acompáñelo —ordenó.

Cuando Marco salió, con la cabeza gacha y las manos sudorosas, el inspector permaneció quieto unos segundos. se dejó caer en la silla y miró la lista de sospechosos.

Tachó mentalmente el nombre de Marco. No por inocente. Sino porque si era culpable, todavía no estaba listo para confesarlo.

Sus ojos se deslizaron hacia el siguiente nombre: Diego Álvarez.

—Veamos qué secretos tienes tú —murmuró para sí, mientras exhalaba una bocanada de aire.