(Valentina)
Valentina Torres entró en el despacho como si fuera suyo.
Su cabello perfectamente recogido, su blusa sin una sola arruga, los tacones resonando en el piso con un ritmo medido. A diferencia de los otros, no sudaba, no temblaba. Sus ojos oscuros miraban al inspector León con una mezcla de fastidio y curiosidad.
—Valentina —la saludó León, sin levantarse.
—Inspector. —Ella se sentó con gracia, cruzando las piernas. Ni siquiera esperó a que él le indicara que lo hiciera.
León apoyó el mentón en una mano, entretenido. Hoy, por fin, alguien que no se derrumbaba en cuanto lo miraba.
—Tú y Sophia eran… amigas —empezó, enfatizando la última palabra como si dudara de ella.
—Éramos. —Valentina corrigió con un leve alzamiento de cejas—. Hace tiempo que no lo somos.
—Ah. ¿Qué pasó?
Valentina lo miró a los ojos, sin pestañear.
—Me traicionó.
—¿Cómo?
—Me robó un proyecto —dijo, como si hablara del clima—. Un ensayo que preparé para un concurso internacional. Lo presentó con su nombre. Ganó. Y, con ello, consiguió una beca que debería haber sido mía.
León la contempló un momento en silencio.
—Debió doler.
—No —respondió ella, con una sonrisa helada—. Doler es para los ingenuos. A mí me enfureció.
El inspector sonrió, como si aquella respuesta le agradara.
—Y anoche —continuó él—. ¿Dónde estabas?
—En la biblioteca —contestó ella sin dudar—. Preparando un informe. De hecho, hablé con la bibliotecaria cerca de las diez. Puede confirmarlo.
León anotó algo en su libreta.
—A las diez estabas en la biblioteca. ¿Y después?
—Después regresé a mi habitación.
—¿Alguien más puede dar fe de eso?
Valentina se encogió de hombros, impecable.
—No es mi problema si nadie me vio, inspector. Yo no la maté.
León cerró su libreta y se inclinó un poco hacia ella.
—Tienes que admitir, Valentina —dijo con suavidad—. Que Sophia destruyó algo importante para ti. Que te robó más que un concurso. Que te quitó algo que tal vez nunca recuperarás.
Valentina sostuvo su mirada, y por primera vez, su sonrisa se desdibujó apenas.
—Sophia robaba cosas a todos —replicó, con voz baja—. Y todos aquí lo sabemos. Pero yo no soy tan estúpida como para arruinar mi vida por alguien que ya estaba arruinada.
El inspector la observó en silencio unos segundos, luego sonrió.
—Buena respuesta —murmuró.
Se puso de pie, caminó hasta la puerta y la abrió para que el oficial la escoltara fuera.
Antes de salir, Valentina se detuvo, se volvió hacia él y añadió, casi como un susurro:
—Si me pregunta, inspector… Sophia estaba cavando su propia tumba desde hace tiempo. Yo no hice más que mirarla cavar.
León sostuvo su mirada hasta que ella se marchó.
Cuando la puerta se cerró, exhaló un largo suspiro y se dejó caer en la silla.
En su libreta quedaba un solo nombre sin tachar: Pedro Rojas, el jardinero.
León la hojeó una vez más, como si leyera entre las líneas.
—El último en la lista —murmuró—. Y a veces, los últimos son los más interesantes.
Se acomodó la chaqueta sobre los hombros y llamó al oficial para que trajeran a Pedro.