El despacho del inspector olía a café y cigarro cuando la puerta se cerró tras la salida de Pedro Rojas.
León se quedó un momento en silencio, de pie junto a la ventana, mirando la cancha desde donde todavía se retiraban las últimas cintas amarillas. Bajo sus pies, sobre el escritorio, había una pila de notas, fotografías, declaraciones escritas y un sobre con las primeras conclusiones del forense.
Uno por uno, volvió a desplegar los expedientes. Las fotos de los seis sospechosos lo miraban desde la madera como piezas de ajedrez en un tablero:
Jazmín Ramírez. Compañera de cuarto. Humillada con fotos íntimas. “Estudiaba” sola en la habitación.
Marco Santoro. Presidente del consejo estudiantil. Chantajeado por Sophia. “Trabajando” solo en su habitación.
Diego Álvarez. Profesor. Amante despechado, amenazado con un escándalo. “Corrigiendo” solo en su despacho.
Raúl Medina. Entrenador. Acusado de acoso, suspendido por su culpa. “En su apartamento”.
Valentina Torres. Ex-mejor amiga. Traicionada por Sophia en un concurso. Vista en la biblioteca a las 22:00.
Pedro Rojas. Jardinero. Extorsionado con su secreto. “Dormía” solo en su cuarto.
León encendió un cigarro y dejó que el humo trazara círculos sobre las fotos mientras leía el informe forense.
Sophia Montes había recibido varias puñaladas, todas certeras, dos de ellas mortales. Hora estimada de la muerte: entre las 23:00 y las 24:00.
El inspector frunció el ceño y revisó sus notas.
—Valentina dijo que estuvo en la biblioteca hasta las diez —murmuró, arrastrando las palabras—. Eso le da más de una hora para volver y matarla… y un testigo parcial. Pero no una coartada completa.
Marcó la hora de muerte en grande sobre una hoja: 23:30 aproximadamente
León tomó el sobre con las pruebas físicas. Dentro había fotos de la escena, fragmentos de césped ensangrentado, un par de fotos de huellas parciales en la tierra húmeda… y un pequeño trozo de tela oscura, que habia quedado atrapado en la malla de la portería. Lo sacó con cuidado. El forense lo había etiquetado:
> “Fragmento de tela —probablemente chaqueta o pantalón deportivo —fibra sintética —color negro —con sangre.”
El inspector lo sostuvo frente a la luz. Luego miró de nuevo las fotos de los sospechosos.
—Chaqueta negra… —murmuró.
En las fotos del interrogatorio, uno de ellos todavía llevaba un blazer negro del consejo estudiantil. Perfectamente planchado. Pero… en la foto de esa mañana, cuando lo detuvieron en la cancha, la tela en su manga parecía… irregular.
León rebuscó entre las imágenes del lugar del crimen. Y ahí estaba: Marco Santoro, intentando apartarse de los policías, con la manga izquierda de su blazer deshilachada, como si algo hubiera arrancado un trozo de tela.
El inspector sonrió, satisfecho.
Abrió su cuaderno y escribió:
> “Marco —blazer negro —manga izquierda —trozo en portería.”
Levantó el auricular del teléfono.
—Tráiganme al señor Santoro otra vez —ordenó, mientras aplastaba la colilla del cigarro en el cenicero—. Parece que olvidó contarme algo.
Colgó el teléfono y volvió a contemplar las fotos de los seis.
No había terminado con ninguno de ellos todavía, pero al menos ya tenía un hilo del que tirar.
Uno siempre empieza por el hilo más fino.
Y a veces, basta un tirón para que todo el nudo se deshaga.