La sala de conferencias del campus estaba fría y en silencio cuando el inspector León llegó con el sobre amarillo en la mano.
Ya estaban todos allí: Jazmín, Marco, Diego, Raúl, Valentina y Pedro. Sentados en una fila, evitando mirarse entre sí. Cada uno con su propio infierno en la cabeza.
León se detuvo frente a ellos, dejó el abrigo sobre la silla de respaldo y encendió un cigarro antes de hablar.
—Gracias por venir todos juntos —empezó, con un tono tan educado que sonaba amenazante—. Hoy vamos a resolver un pequeño misterio.
Se sentó al borde de la mesa, abrió el sobre y empezó a esparcir las fotos una a una sobre la madera.
—Sophia era muchas cosas —dijo mientras colocaba una foto de Marco pasándole un fajo de billetes a Sophia—. Una ladrona —dejó otra, con Valentina mirando desde una esquina mientras Sophia entregaba un sobre en el concurso—. Una manipuladora —soltó una más, de Raúl en su apartamento con ella, discutiendo acaloradamente—. Una extorsionadora —las fotos siguieron cayendo—. Y, como pueden ver… una excelente observadora.
Los seis miraban las fotos en silencio. Algunos con rabia. Otros con miedo. Otros, simplemente rotos.
—Estas fotos —continuó León— fueron encontradas en la habitación de Jazmín. Según ella, Sophia le pidió que las guardara. Un seguro, por si las cosas se ponían feas. —Clavó la vista en Jazmín—. ¿Cierto?
Jazmín asintió, sin levantar la vista.
León dio una calada y se inclinó hacia el grupo.
—Lo interesante —añadió— es esta última foto.
Sacó la que había estado guardando y la deslizó lentamente sobre la mesa. En ella, Sophia estaba en la cancha, claramente a las once y media de la noche —la hora aproximada de su muerte—, discutiendo con alguien cuya silueta se recortaba contra la luz de los reflectores. No se veía bien el rostro, pero era evidente que no estaba sola cuando murió.
—Como pueden ver —dijo León, con una sonrisa afilada—. Marco no estaba con ella cuando la mataron. Al menos no en el momento de esta foto. Y eso me deja con cinco sospechosos. —Hizo una pausa, disfrutando de la tensión—. Uno de ustedes sigue mintiendo.
El silencio era denso, casi sólido.
—¿Quién quiere explicarme esto… antes de que lo haga yo?
Los cinco intercambiaron miradas. Nadie habló.
León se paseó lentamente frente a ellos, dejando que el humo del cigarro se colara entre sus caras.
—Jazmín. Tú eras su confidente. Pero también te humilló con esas fotos íntimas. Tenías acceso. Sabías dónde estaba.
Jazmín tembló, pero no respondió.
—Diego. Tú eras su amante. Y ella te tenía atado con amenazas de destruir tu carrera. Tenías miedo. Tenías odio.
El profesor apretó los labios.
—Raúl. Tú la odiabas desde el momento en que te denunció. Te hizo ver como un monstruo. Te quitó el respeto de tus alumnos.
El entrenador cerró los puños, pero no se movió.
—Valentina. Tú perdiste un futuro brillante por su traición. Y te dejó con nada más que rabia.
Valentina lo miró con frialdad.
—Pedro. Tú eras invisible… hasta que ella decidió verte. Y te obligó a obedecerla como un perro. A ti te quitó la dignidad.
Pedro respiró hondo, miró el suelo.
El inspector dejó que el silencio se alargara.
—Cinco personas con motivos. Una sola verdad. —Se inclinó sobre la mesa, sus ojos recorriendo los rostros uno por uno—. ¿Quién quiere empezar a hablar?
Entonces, un sonido rompió el aire. Un sollozo ahogado.
Jazmín.
Todos la miraron. Ella tenía las manos en la cara, pero las lágrimas ya le caían por las mejillas.
—¡Ya basta! —gimió—. Yo… yo no la maté… pero… —se atragantó con las palabras—. Pero estuve allí.
León la observó sin parpadear.
—Explícate —ordenó.
Jazmín respiró hondo, levantó la vista, los ojos enrojecidos.
—Fui a la cancha… a devolverle las fotos. Ya no podía más con todo esto. Quería que me dejara en paz. Y cuando llegué… ya estaba… en el suelo. Sangrando. Muerta.
El inspector ladeó la cabeza.
—¿Y viste a alguien más?
Jazmín dudó. Sus labios temblaron. Finalmente, susurró:
—Sí.
Todos la miraron, tensos.
León dio un paso hacia ella.
—¿Quién?
Jazmín tragó saliva.
—Vi… a Pedro. —Se giró lentamente hacia el jardinero, señalándolo con un dedo tembloroso—. Estaba allí. De pie junto a ella. Con las manos… llenas de sangre.
Pedro levantó la mirada, sorprendido. Pero no dijo nada.
León sonrió, satisfecho.
—Gracias, Jazmín —dijo suavemente.
Se volvió hacia Pedro, que ahora lo miraba con una mezcla de miedo y furia.
—Bueno, amigo mío —dijo León, apagando el cigarro—. Parece que ya es hora de que me cuentes… toda la historia.