Valentina se sentó en el borde de la silla del despacho, con las piernas cruzadas, la espalda erguida y los brazos tensos sobre su regazo.
Su rostro seguía sereno, pero en sus ojos brillaba un fuego contenido.
León, por su parte, no tenía prisa. Caminaba alrededor de la mesa, encendiendo un cigarro como si tuviera toda la noche.
Finalmente se sentó frente a ella, con las fotos extendidas en la mesa. Una en particular, la de Valentina y Sophia en el concurso, destacaba en primer plano.
—Bonita foto —dijo él, señalándola con un dedo—. ¿Cuánto hace de esto?
—Dos años —contestó Valentina sin pestañear.
—Dos años —repitió León, con voz neutra—. Tú sonríes, Sophia sonríe. Nadie diría que unas semanas después, ustedes dos ya no se hablaban.
Valentina bajó la mirada por un instante.
—Ella me traicionó —dijo finalmente.
León se inclinó hacia adelante.
—Cuéntame.
Valentina tragó saliva.
—Ganamos el concurso juntas… pero fue ella quien se llevó la beca. Ella quien se quedó con el premio y con los contactos. Me dejó fuera a propósito. Me humilló delante de todos cuando reclamé. Y luego… empezó a difundir mentiras sobre mí. Que había copiado. Que me había acostado con uno de los jueces. Que la beca nunca me perteneció.
Su voz se quebró un segundo, pero enseguida recuperó la compostura.
—Me quitó todo por lo que había trabajado.
León asintió lentamente.
—Y sin embargo, no la tocaste.
—No la maté —dijo ella, firme.
El inspector dio una calada al cigarro, pensativo.
—¿Dónde estabas anoche a las once y media?
—En mi habitación.
León arqueó una ceja.
—Pero dijiste que estabas en la biblioteca hasta las diez. Eso te da más de una hora para caminar hasta la cancha.
—No salí de mi habitación después.
—¿Alguien puede confirmarlo?
Valentina vaciló. Ese medio segundo de duda no pasó desapercibido para León.
—No —admitió—. Estaba sola.
El inspector sonrió apenas.
—Qué conveniente.
Sacó otra foto y la dejó frente a ella. Sophia en la cancha, con la figura oscura tras la portería.
—¿Eres tú esta sombra, Valentina?
Ella alzó la cabeza con una mezcla de orgullo y desafío.
—No. —Su voz sonó clara.
León se levantó, caminó lentamente hacia la ventana, exhalando humo.
—¿Sabes qué creo? —dijo, sin mirarla—. Creo que cuando Raúl se fue, tú ya estabas allí. Esperando. Observando. Y cuando Sophia se quedó sola, viste tu oportunidad. Cinco minutos bastan para hacerlo. Tú tenías las manos, el motivo… y la sangre fría.
Valentina no respondió.
El inspector giró sobre sus talones y volvió a mirarla fijamente.
—Dime, Valentina. ¿Valía la pena? —preguntó, con voz baja pero cortante—. ¿Valía la pena mancharte las manos por ella?
Sus labios temblaron apenas. Pero entonces algo cambió en su mirada. Un destello, no de miedo, sino de astucia.
—No fui yo —dijo, y esta vez, su tono sonó distinto. Más calculador—. Pero sé quién fue.
León se detuvo en seco. La sala quedó en silencio.
—¿Ah, sí? —preguntó, suavemente—. ¿Y por qué no lo dijiste antes?
Valentina alzó una ceja, casi divertida.
—Porque me convenía no hacerlo —murmuró.
El inspector entrecerró los ojos, evaluándola. Luego dio un paso hacia ella.
—¿Quién?
Valentina sonrió, aunque sus ojos seguían ardiendo.
—Jazmín —susurró—. La vi salir de la cancha después de Pedro. Con algo en la mano. Nunca dijo que volvió. Pero volvió.
León la observó en silencio durante un largo rato, leyendo en su rostro si era venganza o verdad.
Finalmente, apagó el cigarro y habló, con una media sonrisa:
—Me pregunto… si esto es una confesión encubierta… o la última puñalada a tu rival.
Valentina se encogió de hombros.
—Usted sabrá qué hacer con la información —dijo, con una calma inquietante.
León se enderezó, recogió las fotos, y señaló la puerta.
—Por ahora, puedes irte. Pero no salgas del campus.
Ella se levantó con la misma dignidad con la que había entrado, lo miró una última vez y salió sin decir nada.
El inspector se quedó solo, con el humo flotando en la penumbra. Miró la foto de Sophia en la cancha, con las dos sombras. La segunda figura… ¿Jazmín?
Frunció el ceño y murmuró para sí:
—Esto está lejos de terminar.
Encendió otro cigarro, mientras en su mente ya se formaba el siguiente paso: volver a hablar con Jazmín.
Y esta vez… no pensaba dejarla ir tan fácil.