La muerte de sophia

Capitulo 16

Jazmín estaba sentada, las manos juntas sobre las rodillas, la cabeza baja. El inspector León, de pie, apoyaba una mano sobre el respaldo de su silla y la otra sostenía un cigarro que se consumía lento, como el silencio en la sala.

—Valentina dice que te vio —comenzó él, su voz baja pero cortante—. Después de Pedro. Con algo en la mano.

Jazmín levantó la mirada despacio, sus ojos húmedos pero serenos.

—¿Y usted le cree? —preguntó, casi desafiante.

León no respondió. Caminó alrededor de ella, sacó una foto y la puso sobre la mesa. La imagen ampliada: Sophia en el suelo, Pedro inclinado, y una segunda sombra tras la portería.

—Yo creo en lo que veo —dijo, apoyando el dedo sobre la figura en la esquina—. Y yo veo esto. Tú estabas ahí.

Ella respiró hondo, cerró los ojos.

—Sí —admitió—. Estuve ahí.

León ladeó la cabeza. Avanzó un poco más.

—¿Por qué volviste?

Ella guardó silencio. Solo cuando él exhaló una nube de humo sobre su cabeza, susurró:

—Porque Sophia no sabía cuándo parar.

León se sentó frente a ella, con los codos sobre la mesa.

—Dímelo todo —dijo, con un tono más suave, casi… compasivo.

Jazmín inspiró hondo, y su voz salió apenas audible:

—Ella… lo sabía todo. Sobre todos. Tenía pruebas, tenía secretos. Nos miraba como si fuéramos sus juguetes. Yo intenté no hacerle caso, pero… no podía más. Cuando la vi sola en la cancha… ya estaba en el suelo. No se movía, pero respiraba. Sangraba… y sonrió. Me miró y me dijo… “no importa lo que hagas, yo siempre gano”.

León la observó, atento.

—¿Y qué hiciste?

Ella lo miró a los ojos, un destello extraño en su mirada.

—La ayudé —murmuró—. A ganar.

León entrecerró los ojos.

—¿Cómo?

Jazmín sonrió, muy despacio.

—No la maté. Solo… me aseguré de que no sufriera más. —Hizo una pausa—. Alguien más ya había hecho el trabajo sucio.

El inspector frunció el ceño.

—¿Quién?

Jazmín se inclinó hacia adelante y susurró:

—¿Por qué cree que Pedro tenía las manos llenas de sangre? ¿Por qué cree que Valentina mintió al decir que no estaba allí? ¿Por qué cree que Raúl dejó el sobre, pero no miró atrás?

León se quedó inmóvil.

—¿Qué estás diciendo?

Ella sonrió de verdad esta vez, con una dulzura escalofriante.

—Que todos lo hicimos. —Se enderezó en su asiento, con la voz firme—. Uno la golpeó. Otro no pidió ayuda. Otro la dejó desangrarse. Y yo… yo solo cerré sus ojos.

El inspector sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La sala se sintió más pequeña, más fría.

—No hay un culpable, inspector —susurró ella—. Hay seis.

León la miró largo rato, procesando sus palabras. Después se levantó, caminó lentamente hacia la puerta y se detuvo con la mano en el picaporte.

—Sabes… —dijo, sin volverse—. La mayoría de la gente miente para salvarse. Tú lo haces para arrastrarlos a todos contigo.

Jazmín bajó la mirada, pero su sonrisa seguía ahí.

—O quizás —replicó ella—… para decir la verdad.

León salió, cerró la puerta con un clic. Afuera, los otros cinco lo esperaban en silencio. Todos con la misma mirada: esa mezcla de miedo, odio y alivio.

El inspector encendió un nuevo cigarro, lo llevó a sus labios, y mientras exhalaba, murmuró para sí:

—Un asesinato… cometido por seis manos.

Miró a los sospechosos, uno por uno, y sonrió con amargura.

—Esto no se acaba aquí.

Y se alejó, con la sensación de que la verdadera caza apenas comenzaba.




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