La muerte de sophia

Epílogo

El tribunal estaba abarrotado. La tensión en el aire era casi física.
En el estrado, el juez hojeaba el expediente con el ceño fruncido, mientras los seis acusados esperaban su turno para declarar.

Pedro.
Raúl.
Valentina.
Diego.
Marco.
Jazmín.

Las cadenas de las esposas tintineaban cuando los llamaron uno por uno.
Lo que nadie esperaba —ni siquiera León, de pie al fondo con su eterno cigarro entre los dedos— era lo que iba a salir de sus bocas.

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Pedro

—Sí —empezó, con voz grave—. Lo planeamos juntos. Hace un mes. Cada uno tenía un motivo… y un miedo. Sophia nos controlaba a todos. Nos tenía a todos agarrados por el cuello con sus secretos, sus fotos, sus mentiras. Así que… nos reunimos y decidimos acabar con ella. Juntos. Para que ninguno pudiera delatar al otro.

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Raúl

—Yo… conseguí las llaves del gimnasio —añadió, con un suspiro resignado—. Abrí la puerta trasera. Coordiné la hora. Le dije que fuera a recoger su dinero a las once en la cancha. Sabía que aceptaría. Era demasiado orgullosa para sospechar que la estábamos esperando.

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Valentina

—Fui yo quien preparó las coartadas —continuó, sin rastro de arrepentimiento—. Revisé los horarios, quién debía llegar primero, quién después. Para que pareciera un accidente… o para que, si nos atrapaban, todos tuviéramos las mismas huellas. Si caía uno, caíamos todos.

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Diego

—Yo llevé el sobre con las fotos y la carta —dijo el profesor, su voz apenas audible—. Ella pensó que era sólo otro chantaje. Cuando lo abrió y leyó: “esta noche se acaba”, todavía sonrió. Todavía creyó que tenía el control.

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Marco

—Yo… yo estaba escondido detrás de la portería —añadió, pálido—. Con el trofeo en la mano, esperando mi turno. Cuando Pedro la derribó, yo la inmovilicé. Ella me miró y se rió… hasta que sintió el golpe.

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Jazmín

Y por último, Jazmín se puso de pie. Su voz era clara, cortante, como un cuchillo.

—Fui yo quien le dio el golpe final —confesó—. No porque nadie más quisiera. Sino porque todos lo decidimos así. Ella nos miró a los seis, en esos últimos segundos… y supo que la habíamos ganado. Que ninguno más le temía. Le cerré los ojos yo misma. No por piedad… sino para que supiera que era el final.

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El juez guardó silencio largo rato.
Luego se inclinó hacia ellos y habló, con voz grave:

—Seis personas. Un plan. Un asesinato premeditado. Seis culpables.

Golpeó el mazo.

—Prisión preventiva para los seis. Sin derecho a fianza. En espera del juicio.

Los guardias se acercaron para llevarlos. Nadie se resistió. Nadie lloró.
Sólo Jazmín, al pasar junto a León, se detuvo un instante y lo miró.

—Ahora sabe la verdad —susurró—. No hubo monstruos entre nosotros. Solo víctimas… que se cansaron.

León no respondió. Solo le sostuvo la mirada hasta que ella fue empujada hacia la puerta junto a los demás.

Cuando el salón quedó vacío, el inspector encendió un cigarro, miró la foto de Sophia en la cancha y murmuró para sí:

—Seis manos, un pacto… y un cadáver para sellarlo. Así es como termina.

Y salió del tribunal, dejando que el eco de las confesiones se apagara detrás de él.




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