V
MARLENE
El día siguiente a ese tampoco fue mejor. Volvías a ignorarme incluso cuando me senté frente a ti durante el almuerzo. La única razón por la que iba al comedor era Cameron y en su ausencia eras tú, Louie. Fui con la esperanza de que, como solías hacer, intentaras bromear conmigo. Creí que tu actitud se te pasaría con la misma rapidez con la que te habías permitido reír al descubrir mi primer nombre.
Nuestro alrededor estaba silencioso, viéndose interrumpido de vez en cuando por algún que otro comentario despistado o malintencionado. El comedor era una especie de lugar de encuentro para personas aburridas, con sueño y sin muchas intenciones de alzar la voz. Lo curioso es que ese también era el ambiente predilecto para miles de discusiones que tomaban lugar día tras día, interrumpiendo el almuerzo de los estudiantes. Lo rescatable es que teníamos la decencia de disimular la falta de cordura, la disfrazábamos de tranquilidad y calma que originalmente estaban hechas de frágil, frágil cristal.
Bailee escuchaba música, como siempre. William comía en silencio, distraído de lo que sucedía a su alrededor. Luce ya no se nos unía como antes, cuando todavía salía con Casper. Desde que habían terminado todo parecía indicar que se detestaban. Incluso cuando se suponía que eran novios nada daba el mínimo indicio de que se quisieran, en especial porque procuraban mantenerlo en secreto. Ni siquiera se lo dijeron a Cameron, por ejemplo. Tiene sentido teniendo en cuenta que el padre de Luce era el director, un hombre viejo y roñoso que jamás aceptaría que su linda hijita saliera con alguien con la apariencia de Casper.
Ninguno se percató de que llegué ni siquiera cuando tiré mi bandeja sobre la mesa, haciendo más ruido del planeado. Will apenas levantó un poco la mirada para luego volver a dirigirla al plato que tenía delante.
—Tan dulce como de costumbre, Marlene—dijo Bailee dándome la bienvenida, a la vez que se hacía a un lado para que tomara lugar junto a ella—. Se te extrañaba por estos lugares. William y Andrew son bastante aburridos para ser los únicos con testosterona aquí presentes. ¿No se suponían que ustedes eran los graciosos? ¿Qué pasó con eso de que las mujeres no dan risa?
Les obsequió una mirada divertida, característica de ese carisma que hacía a Bailee ser quien era, la reina de los ataques deliberantes y causantes de tantos encuentros que jamás alcanzan a molestar del todo a nadie, aunque esa parezca ser su principal intención.
—Eso es ridículo—protestó Andrew—. William ni siquiera cuenta como hombre.
El aludido no se inmutó ante el comentario, muy a pesar de que tanto tú como Bailee estallaron en risas al instante. Se suponía que era un chiste interno, al fin y al cabo éramos todos presuntos amigos que se permitían bromear de esa forma. Aun así, a William no se le movió ni un solo pelo.
—Lástima que tú tampoco. Pero eh, al menos eres gracioso—dije entonces, mirándote a ti y solo a ti—. Bueno, a veces.
Bailee siguió riéndose, pero tú no. Al contrario, te dedicaste a mirarme durante un par de segundos con seriedad, como si hubiese hecho el peor comentario que podrías escuchar jamás. Si te soy sincera, no sé qué pretendía. No sé qué creí que lograría diciéndote algo tan tonto como eso, supongo que asumí que pasaría como una broma inocente más.
A juzgar por tu reacción, no te causaba ni un poco de gracia.
—Pensé que no habíamos contratado ningún payaso hoy—comentaste entre dientes.
Tanto Bailee como William parecieron darse cuenta de que ya nada de eso estaba intencionado para causar risa, pero a pesar de ello no intervinieron.
—Entonces no entiendo qué haces aquí—respondí.
Te divertía. Eso quise creer, porque de parecerlo en realidad ni hablar. Estabas tan serio como si estuviéramos manteniendo esa charla en un funeral.
—Lo mismo digo—soltaste con tranquilidad, tomando tu botella de agua para darle un largo sorbo, inclinándote un poco hacia atrás—. Porque yo siempre vengo a apoyar mi culo aquí, en este mismo lugar, bonita. No como otras personas que, en cambio, dejaron de venir porque cierto innombrable se fue.
Estabas justo delante de mí, enfrentándome con esa actitud tan tuya de superioridad. Sabíamos muy bien lo que estaba pasando ahí, Bailee y Will también podían verlo. Lo que había comenzado como un divertido juego estaba volviéndose de a poco en una pasivo agresiva discusión.
—¿Algún problema con eso?
—Ninguno—negaste con la cabeza sin perder la seriedad ni por un solo instante—, justamente por eso mejor me voy también yo.
Me contuve de pedirte que no lo hicieras. Sabía que era eso lo que querías, que demostrara la más mínima emoción por seguir una discusión que en realidad me estaba comenzando a sacar de quicio. Por eso, en silencio te invité a irte sin problemas si eso era lo que tanto querías y, por supuesto, lo terminaste haciendo. Toda la bandeja de la que antes no podías desprenderte terminó quedando sobre la mesa como el mero recuerdo de tu presencia, la prueba de que estuviste ahí.
Creí que darte más atención de la que merecías seria innecesario, pero aun así no pude contenerme de mirarte la espalda mientras te alejabas a través del pasillo que formaban las mesas en dirección a la salida.
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Editado: 21.11.2021