La muerte del amor

Capítulo 10 · El vacío en demandar demasiado

X

ANDREW

—¿Sabes cuál es el objetivo de Catábasis?

En cuanto Dante abandonó el Tártaro a paso seguro, Roland volvió a dirigirme la palabra sin intentar erguirse. Era evidente que le significaba un esfuerzo sobrehumano que no estaba dispuesto a llevar a cabo dos veces seguidas, por lo que se mantenía inclinado sobre sus propias piernas ante la debilidad de su cuerpo.

—¿Qué mierda tiene eso que ver con nada, Roland?

Usar su nombre completo lo hacía enfadarse, era algo que tenía muy claro. Puede ser que sea cruel provocarlo en un momento de suma debilidad, pero estaba harto de tantas vueltas para algo simple.

—¿Lo sabes o no?

Me acerqué a él, agazapándome a su lado. Con mi zurda tomé tres de sus rastas con fuerza, llevándolas hacia atrás para de esa manera levantar su cabeza y obligarlo a mirarme. Tenía los ojos inyectados en sangre, la cara completamente roja ante la falta de oxígeno y sangre por todos lados.

—¡Por supuesto que no lo sé, y tampoco me importa un culo! Lo único que necesito es que me digas que mierda acabas de hacer para terminar aquí, imbécil.

Ni siquiera en tales circunstancias era capaz de dejar de lado su egocéntrico lado de poeta frustrado, gracias al cual estaba seguro de poder darle un lado metafórico a cada una de sus explicaciones sobre Catábasis. No sé si alguien más se daba cuenta de esto pero a Ron le fascinaba ese peligro, por ende lo enloquecía aún peor toda la historia detrás de él.

—¡Es lo que estoy intentando explicarte, inútil! ¿Sabes o no cuál es el objetivo de Catábasis?

—No—tuve que rendirme, aceptando seguirle el juego.

—Bien. El objetivo es su opuesto: Anábasis. En español, el ascenso. Bajar al infierno no sirve de nada si luego no vuelves a la tierra, de lo contrario no es más que una simple muerte. ¿Y cómo asciendes a la tierra? Cometiendo maldades. Maldades convenientes para tus tres amos: Hades, Dante y Virgilio.

Conforme hablaba, su voz se iba quebrando de manera gradual. El titánico esfuerzo que debía de estar poniéndole a hacerse entender era evidente en algo tan simple como su manera de hablar.

—Para salir de aquí hay que ser oscuros, Flynn—dijo, utilizando un tono diferente al llamarme por mi nombre recién inventado—. Cometer toda clase de pecados como para merecer el mismísimo infierno. ¿Y sabes lo que yo hice? ¿Quieres saberlo? Sospeché, imbécil. Me permití dudar. Nada es seguro en las profundidades de la tierra, chico. Todos sabemos eso, pero si alguien lo entendía antes que cualquier otra persona esa era Josephine. Ella estaba tan al fondo que lo único que tiene sentido, la única posibilidad de explicar su desaparición, es que se haya tratado de un asesinato. ¿Y por qué no uno planeado por Catábasis?

Josephine no era solo mi novia cuando todo sucedió, también era su mejor amiga. Nunca lograré comprender cómo la primera persona que debía haberme condenado por su desaparición, fue en realidad el único que logró creerme y defenderme, incluso antes de que yo mismo creyera en mi propio testimonio.

—Creo...—continuó, algo dubitativo—. No, sé que alguien de aquí la quería ver muerta. Lo que no sé es quién, y es eso lo que estaba intentando averiguar. Llevo meses tratando de colarme en los campos elíseos, el despacho de Hades. Sé que ahí debe haber algo.

Así que de eso se trataba. De ahí venía toda la cuestión de la lealtad y esa supuesta pietas. Era por una aparente traición a Catábasis.

—¿Entonces cómo terminaste aquí?

—Dante me descubrió—jadeó, exhausto—. Chico, no podemos decirle la verdad. De descubrirlo me asesinarán y, peor todavía, lo disfrutarán. Irán a mear sobre mi tumba con champagne para celebrarlo.

Tuve que reírme, no pude evitarlo.

—Tendremos que negociar con él—maldecí, recordando las veces anteriores en las que había oído a Jo decir lo mismo.

Intentó negar con la cabeza, aunque debido a su estado eso lució más a un triste meneo de su parte.

—Sí, Ron, es la única forma—insistí, soltando sus rastas para que volviera a caerse.

—No lo hagas—me advirtió, rendido, volviendo a inclinarse hacia atrás para de esa manera apoyarse sobre el respaldo y no sobre sí mismo—. Te pedirán entrar. Dante es así, cuando alguien le cae bien lo quiere trabajando para él como una perra. Y yo jamás te pediría que te metas en algo como esto, chico. Josephine tampoco lo querría.

Analicé la situación por un instante, en especial el claro reflejo de lo cagado que se veía mi amigo delante de mí. Sabía que la mejor estrategia para evitarle confesar sería negociar, y que eso implicaba una consecuencia detestable aunque predecible: volverme un aliado más, otro integrante de Catábasis. No quería, Darcie. Te juro que nunca lo habría buscado por cuenta propia, pero tampoco veía otra solución posible. Estaba inmerso en un irónico catch–22. Cada una de las salidas estaban cerradas y en definitiva estaba atrapado.

—¿Qué otra opción tenemos?—inquirí, a la espera de que Ron tuviera algo que ofrecerme.

La única respuesta que obtuve fue un prolongado silencio.




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