La muerte del amor

Capítulo 14 · No queremos asesinos aquí

XIV

ANDREW

Se suponía que lo teníamos todo planeado.

Uno de los hombres de Dante se había presentado en mitad de nuestras clases con la excusa de ser un tío de Roland que venía a buscarlo. Consiguió su cometido sin tanto esfuerzo, llevándonos posteriormente hasta Ghael para que nos encontráramos en Catábasis con Dante y el resto de los involucrados en el caso.

Fue la primera vez que vi Catábasis con personas que no estaban ahí por una fiesta, con música y alcohol de por medio. En lugar de eso, el vestíbulo estaba predispuesto para que en el centro se encontraran Dante y Virgilio dando las órdenes, primero en general y luego cada uno con sus propios hombres.

Si conocía a Dante con anterioridad gracias a Ron y a Hades por Jo, a Virgilio lo reconocí de una cantidad de oportunidades en las que lo vi observando cómo mujeres semidesnudas bailaban para su diversión en la sala de la que te hablé con anterioridad. ¿Recuerdas el primer día que conocí Catábasis, ese show de mierda al que Ron me había arrastrado? Todo eso era organizado y llevado a cabo gracias a Virgilio, por y para sus hombres. Él lo llamaba recompensa.

El suceso que omití contarte estaba relacionado con una de esas bailarinas, en concreto la que destacaba por sobre las demás.

Ron y yo intentamos sacarla de ahí al finalizar el show. Nos metimos detrás del escenario y, cuando la encontramos, le ofrecimos la posibilidad de ayudarla a recobrar su libertad.

Tontos de nosotros, la pobre empezó a insultarnos a los gritos llamando a Virgilio, acusándonos de intentar aprovecharnos de ella. Puede haber parecido eso, pero te aseguro que nuestras intenciones—o al menos la mía, mejor no incluir a Ron en esto—eran sacarla de ahí ante la impresión de que estaba atrapada.

Esa fue la noche en la que Ron se convirtió en un lacayo de Virgilio. Si yo me salvé, si yo pude escapar, fue porque mi nuevo amigo lo permitió al mostrarme dónde esconderme mientras aseguraba hacerse cargo.

Así que sí, Ron también se había sacrificado por mí cuando tuvo la oportunidad. Independientemente de si eso era justo lo que él estaba buscando, ¿cómo iba a ser tan egoísta de no hacer lo mismo por él cuando sucedió lo de Dante?

A pesar de no ser tan relevante como Dante y Hades, Virgilio era el que mejor caía a la gente. De baja estatura, relleno y con cada vez menos cabello, era considerado el único genuinamente simpático de todos los amos así como también ser quien permitía ciertas normalidades. Ya sabes, tener pareja, disfrutar, todo aquello de lo que Hades y Dante privaban a los suyos. Ron veía en ese hombre, fan de la lujuria, un segundo padre. Una figura a seguir. Perderlo para salvar su vida no le parecía suficiente, aunque por supuesto que prefería acostumbrarse a ello antes que morir.

Quien más órdenes nos dio toda esa tarde fue el mismo Dante, hablando y repitiendo hasta el cansancio lo que nos tocaba hacer a cada uno. Ahí dentro éramos alrededor de veinte hombres de diferentes edades y tamaños, todos predispuestos a llevar adelante un plan que desconocíamos hasta la fecha.

La idea principal para los Virgilianos era vender droga, tal y como me había advertido con anterioridad Ron. El dinero recaudado sería dividido entre todos nosotros como pago por nuestros servicios. Podríamos decir que ese era el lado bueno del peligro, ser remunerado es una motivación de la que crees ser capaz de zafar hasta que se te es presentada como miel en los labios.

¿El lado malo? Que ni Ron ni yo teníamos la tarea de vender drogas, lo cual parecía ser de por sí una cuestión complicada. Pero no, la nuestra era mucho peor.

Esa noche nos tocaba contribuir en un secuestro.

—Tenemos varios infiltrados—nos informó Dante, tan arriba como de costumbre—. Una de las muchachas de Hades se encargó de conseguirnos puestos para que cinco de ustedes se hagan pasar por guardias. Esos serán Theo, Axl, Iullo, Zed y Giovanni.

Cinco hombres enormes y musculosos levantaron sus manos, haciéndose notar entre el resto. Dante asintió, recorriendo sus rostros como un padre que reconoce a sus hijos con orgullo.

—Excelente. Su tarea será permitirnos la entrada cuando sea la hora. Mike estará a cargo de conducir el coche. Dentro de él, tres de ustedes irán armados, preparados para encontrar al objetivo, silenciarlo y llevárselo—su discurso se vio interrumpido cuando encendió el cigarro que llevaba entre los dedos, tomándose luego el tiempo de darle una calada. Mientras expulsaba el aire, clavó sus ojos en mí—. Kit, Ron y Flynn serán las estrellas de esta noche.

Virgilio se mostró confundido.

—Ron es de los míos—le recordó, bajando un poco la voz como si de esa manera el resto no pudiéramos escucharlo a la perfección.

Dante mostró su típica sonrisa.

—Ya no más, gordito—le respondió, volviendo a darle otra calada a su cigarro—. En fin, no se les debería complicar demasiado. Una vez lo tengan, lo traerán a Catábasis en el metro de las 3.45am. Procuren no ser vistos y por nada del mundo se quiten las máscaras una vez que tengan al objetivo. Lo primordial es que jamás descubra quién lo tiene.

Lo siguiente que hizo fue tirar el cigarro e indicarnos a los tres héroes del día que lo siguiéramos a su despacho. Virgilio, entretanto, debía enviar a los guardias infiltrados a la fiesta. Me encontré por segunda vez en la vida caminando tras las espaldas del enorme Dante, siguiéndolo hasta su despacho en los campos elíseos.




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