La muerte del amor

Capítulo 15 · Nada más que un juego para niños

XV

MARLENE

A decir verdad y sin intenciones de resultar egocéntrica, me considero profesional en ocultar mis sentimientos cuando son capaces de cagarme una buena fiesta.

Con el paso del tiempo había aprendido a disfrutarlas. Todo lo que me aterraba se volvió mi salvación, lo único que me servía para tolerar los malos momentos. Ni bien encontraron a Cassie, Danielle y Skylar corrieron a pasar con ella toda la noche. Por mi lado, yo me metí en el medio de la pista de baile con la intención de pasar desapercibida entre las personas.

La fiesta no tardó nada en comenzar a llenarse de adolescentes. Algunos familiares del cumpleañero permanecían aislados, recluidos en las mesas sin involucrarse demasiado. Al pasar la medianoche comenzó a servirse alcohol, detalle que aproveché para ahogar ese intento de tristeza que quería alojarse en mi pecho. Las bandas encargadas de llenar de música la noche pasaron horas y horas tocando, alternando entre ellas para descansar cuando les pareciera apropiado. Por otro lado, el cumpleañero se hacía notar usando una corona enorme y un tapado rojo con el cual bailaba entusiasmado.

Todos se divertían.

Era una fiesta de ricos, al fin y al cabo. Un paraíso construido para durar una noche con la condición de perfección intrínseca.

De las chicas Disney no parecía quedar ni un rastro. Y mira que bailé en cada esquina de la pista, atenta a quienes me rodeaban en caso de cruzármelas. Estaba lista para aparentar, colocar una sonrisa de oreja a oreja en mi carita y utilizar palabras amables. No quería causar una escena de dramatismo en un lugar así. Preferí pasarla bien por una noche antes de volver a mi aburrida normalidad de chica de clase media–baja.

¿Qué salió mal en mi plan?

Encontrarte entre la gente.

No lo estaba planeando en lo absoluto. Estaba segura de que esa noche estaría sola entre tantas personas que me desconocían, sin el inminente peligro que significaba para mí cruzarme con una de las causas de mi constante desequilibrio de esa semana. Pero te vi, Andrew. Te divisé entre la gente y todo mi cuerpo se congeló como si me hubieran llevado al destrozado invernadero de Candy en mitad del frío invierno.

Nunca creí a las personas que culpaban al alcohol por hacer cosas ridículas hasta esa noche.

La oscuridad que te rodeaba me llevó a pensar sería lindo volver a besarlo. Ese inocente pensamiento se convirtió en necesidad el instante en el que caí en la cuenta de que incluso ahí me ignorabas, moviéndote entre las personas con la velocidad de quien busca a alguien. Mis piernas avanzaron con la clara intención de acercarme a ti, de tomar tu mano para atraerte y decirte de una buena vez por todas que podías tenerlo todo de mí esa noche si así lo querías.

Da vergüenza reconocer mis debilidades, en especial cuando me generan tanta repulsión cuando las recuerdo estando sobria. Pero bueno, no vamos a mentir a estas alturas.

Seguro que estas recordando esa noche ahora, pensando que nunca nos cruzamos. Que no tiene sentido lo que estoy diciendo porque en ningún momento me viste alrededor. De ahí surge la inevitable e insoluble pregunta que nos hacemos en este tipo de circunstancias. ¿Qué habría pasado si todo hubiese sido diferente?

Iba a acercarme a ti. Era eso lo que estaba haciendo cuando él se interpuso en mi camino.

—No sabía que Hades era amo de mujeres tan hermosas—dijo al verme, ocupando todo el espacio en el que antes estabas tú a la lejanía.

Habíamos chocado sin que me diera cuenta de ello, razón por la cual lo primero que se encontró mi cara fue con su fuerte pecho. Alcé la mirada para descubrir que la suya estaba a escasos centímetros de la mía. Dos ojos verdes observándome con un deseo que no distinguí en nadie antes para conmigo se presentaron ante una débil Marlene. No tuve más opción que detenerme a analizar la cuestión que tenía delante como si de repente la fiesta entera se hubiese detenido ante su simple presencia. Se trataba de un hombre enorme, quizás de unos veinte y pico de años, usando el mismo traje que todos los presentes aunque acompañado de un elegante tapado igual al mío.

—¿Disculpa?—repliqué, intentando retroceder por inercia.

Una de sus manos se posó sobre mi cintura, rodeándola con seguridad y devolviéndome la estabilidad que necesitaba. No podría haberme alejado ni aunque lo hubiese querido aunque, quien sabe por qué, no era la ocasión.

—Ya sabes lo que dicen por ahí—contestó, esbozando una débil sonrisa que se sintió como recibir una maldición—. El infierno fue creado para quienes se aburrieron del cielo.

Acercó sus labios a mi oreja para de esa manera no necesitar seguir alzando la voz. Una corriente recorrió mi espalda al sentir su cálido aliento contra mi piel.

—Y por una chica como tú yo mismo incendiaría el paraíso con gusto.

Me superaba en estatura, fuerza y agilidad. No solo emanaba una masculinidad que me condenaba a pecar con todas las intenciones de hacerlo, sino que también poseía esa particular belleza que a cualquier chica triste como yo habría hecho caer sin demasiado esfuerzo. Su barba le otorgaba un aspecto todavía mejor, diferenciándolo del resto de hombres con los que solía relacionarme sin ningún tipo de pulsión libidinal latente tan intensa como la que estaba sintiendo en esos momentos. Ese fue el desencadenante de que me dejara apretujar contra él, perdiendo por completo la habilidad de contradecirlo para hacerlo enfadar y manipularlo a mi gusto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.