La muerte del amor

Capítulo 17 · La venganza que tanto te gusta

XVII

MARLENE

Hay muchas cosas que quiero contarte ahora mismo, cosas de las que preferiría hablar antes que recordar lo horrible que fue ese día. Lo único rescatable es esa clase con los castigados por el detalle de que, en parte, por fin me sentía en paz contigo.

Algo momentáneo, he de decir, y que no cubría ni un cuarto del otro problema que tenía gracias al imbécil de Giovanni.

Pero tuve que enfrentarlo y ya. Era la vía más rápida para terminar con la tortura estudiantil de un disparo. Subimos juntos al segundo piso en silencio, llegando tarde por ley a la clase. Nos llevamos una grata sorpresa al ingresar y encontrarlos a todos sentados, sumidos en una completa tranquilidad, como si de ángeles se trataran. Ellie, Elías y Billy parecían los líderes del grupo. Eran quienes más hablaban y, por sobre todas las cosas, el trío de tontos que se había ganado un récord de castigo. Ella no había mentido cuando dijo que realmente pasaría una semana ahí, razón por las cual nos causó cierta tristeza saber que ya sería liberada en cuestión de días.

—¿Dónde mierda está el viejo drogadicto, bobitos?—nos encaró Elías ni bien nos vio llegar, con una sonrisa maléfica implantada en la cara.

Lucía como un Ron en miniatura, impaciente e incontrolable. Andrew se le acercó para sacarlo de donde estaba: sentado en el mismísimo escritorio del profesor, apoyando sus sucios pies sobre los papeles. Entre risas, volvió a su silla ubicada al fondo de la sala.

Ellie y Billy estaban sentados el uno al lado del otro ese día, discutiendo sobre Dios sabrá quién hasta que se percataron de nuestra llegada. Ella me dedicó una sonrisa mientras que él, en cambio, permaneció serio.

—Tengo una buena noticia—anuncié poniéndome al frente todos ellos. Creí que no me prestarían ni la más mínima atención pero el silencio fue instantáneo—. A partir de ahora Cornelio no supervisará las clases, ¿y saben lo que eso significa?

Miré a Andrew para verlo darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder. Intentó negar con la cabeza como si eso fuera a detenerme o algo así, pero no le fue suficiente.

—Hora de hacer maldades—dictaminé.

Una oleada de silbidos recibió con gloria mis palabras. Ninguno de los presentes, en parte a excepción de Andrew, podía hacerse a la idea del trasfondo de mi necesidad de envolverme en mi próxima cagada de la semana. Nadie se daba cuenta de que era otra de mis tantas estrategias con las que incendiar la tristeza y convertirla en rabia, en la insaciable necesidad de divertirme y a la vez meterme en medio una nueva amenaza para mi salud mental.

Necesitaba algo en lo que pensar que no fueran mis constantes tormentos, tú me entiendes.

Organizamos la sala de manera tal que los pupitres formaran un círculo que nos permitiera a todos vernos a la cara. Acto seguido coloqué a los tres cabecillas del desastre en el centro: Ellie, Billy y Elías se mostraron contentos de poder organizar nuestro primer crimen como si fueran los jefes a cargo de la situación.

—¿Ahora somos un club o de qué se trata todo esta diversión?—preguntó Elías, mirándolo a Andrew antes que a mí.

Él estaba serio y quieto como un cadáver en una de las esquinas, teniendo en su cara esa expresión de desaprobación y asco total hacia lo que estaba sucediendo a su alrededor. No lo esperaba de él, en especial porque solía ser el primero en seguirme las malas ideas.

Ese día, sin embargo, se mostraba como si estuviera harto de las maldades.

—Algo mejor que eso—contesté en su lugar, poniéndome de pie—. Por ende necesitamos inaugurarnos de alguna manera, ¿no estamos todos de acuerdo en eso?

La respuesta fue clara: un unánime sí cantado a coro. Ellie aprovechó ese momento para hacer sus sugerencias tan extremas a las que poco a poco me acostumbraba.

—¿Qué tal si drogamos al director?

Billy la detuvo al instante.

—De ninguna manera—dijo, poniéndole un freno. Otra decepción. Empecé a pensar en quitar a Billy de ese lugar, hasta que…—. Hay que hacer algo loco que nos comprometa a todos hasta el punto de que, en el caso de ser descubiertos, el castigo dure meses.

A Elías comenzó a interesarle la cuestión, cosa que se le notó.

—Si cae uno caemos todos entonces, ya que estamos creando una nueva secta—aportó, mirando a quienes lo rodeaban—. ¿Escucharon bien eso, no? Nada de lloriquear y mandarnos al frente. Si alguno tiene complejo de papis separados, se me retiran en este instante.

El silencio otra vez fue unánime.

—¡Podemos ser como ese libro de Robert Luis Stevenson!—chilló Ellie, presa de la emoción—. El club de los suicidas.

—Pero…—intentó decir Billy, ante lo que fue silenciado por un dedo índice colocándose entre sus labios.

—No me digas que no tiene sentido. Lo importante es que suene bien, no que al superdotado Billy le parezca lógico.

El muchacho apartó su mano de un suave manotazo, volviendo a encogerse de hombros con evidente vergüenza.

—¿Y bien?—la cuestionó primero a ella para luego dirigirse al resto de los presentes—. ¿Qué ideas tienen?




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