La muerte del amor

Capítulo 18 · Matar es aburrido

XVIII

ANDREW

El Tártaro no es un lugar tan tétrico cuando lo usas a tu favor.

Podíamos sentir en el aire el miedo de Giovanni cuando el hábil Kit se le plantó delante, ordenándole que lo siguiera si no quería terminar perdiendo un diente. Por supuesto que un hombre tan grande y acostumbrado a tener el poder de la fuerza como seguridad de la victoria automática, intentó reírle el chiste en la cara a un tipo cuya destreza no destacaba por su musculatura.

Poco tardó Kit en perder la paciencia y aplicarle a Giovanni la fuerza justa y necesaria como para derribarlo, colocando un pie en donde debía estar para luego propinarle un empujón por la espalda que lo obligó a perder el equilibrio. Una vez reducido, Ron no tardó en colocársele encima para evitarle volver a incorporarse.

—No me gusta que rechaces mi propuesta cuando lo único que quiero es una cita romántica entre nosotros, Opal—le soltó Kit, divertidísimo por haberle dado vuelta la situación al ego de Giovanni—. Porque primero soy respetuoso y elijo preguntar, lo segundo ya me deja una sola opción: arrastrarte por mi propia cuenta.

Luego descubriría que Giovanni era en realidad un pseudónimo, como lo era Flynn para mí en Catábasis. Opal era el verdadero nombre de ese energúmeno.

Skylar quiso interrumpir, pero se vio detenida por un enérgico rubio con complejo de narcicismo elevándole un dedo.

—Ni siquiera te atrevas a intentarlo, dulzura—la detuvo, sonriéndole como el mismísimo Dante lo habría hecho—. No me gusta luchar contra linduras como tú. Siempre tienen todo tipo de ventajas sobre mí con las que detesto tener que lidiar pero, ¿sabes qué? Yo gano de igual manera.

A Skylar poco le importó. Saltó sobre Roland con la intención de derribarlo, cosa que consiguió. En el exacto instante en el que lo quitó de encima de Giovanni, Kit se hizo cargo saltando sobre ese lugar que antes ocupaba el cuerpo de Ron pero levantando un arma por sobre la cabeza de Opal: una daga reluciente.

—¿Por qué nadie hace caso a mis advertencias? Con lo amable que soy para evitarles este tipo de cosas—bramó Kit, aprovechando el momento de atención que recibió para bajar el arma y clavarla justo en el hombro de Opal.

Su grito detuvo a Skylar, quien estaba intentando luchar contra Ron.

—¡Basta!—intervino el herido, chillando de dolor. Se sacudió ante el agarre de Kit, quien mantenía la daga enterrada en su hombro—. Iré donde quieran, imbéciles, pero dejen a Skylar fuera de esto.

Se hizo el trato contra la voluntad de la pobre muchacha que no estaba dispuesta a dejar que encerráramos al tonto de Opal en el Tártaro, aunque no pudo evitarlo. Las dos sillas enfrentadas permanecieron intactas desde la última vez que Ron, Dante y yo nos encontramos ahí, aunque fueron lo suficientemente decentes como para limpiar el vómito y llevarse la copa de veneno. Cada vez que entraba a ese oscuro, frío y húmedo lugar podía escuchar las palabras de Josephine repitiéndose en mis recuerdos como una canción. Me pedía que me fuera, que evitara cualquier cosa relacionada con los castigos que tomaban lugar allí.

Pero tenía prioridades. Necesidades que cumplir.

Kit me permitió sentarme frente al corpulento Opal, teniendo que mirarlo a los mismos ojos verdes que una noche fueron tuyos, Darcie. La repulsión en mí fue evidente, mostrándome la cantidad de cosas que probablemente hicieron pero yo desconocía. Estaba enfadado, sí. Me molestaba saber que ese inútil no solo me había cagado a mí poniendo en riesgo mi vida, sino también a ti haciéndote lo que te hizo. Todo en la misma noche.

—¿Dónde está Zed?—le pregunté a Ron, quien permanecía a mis espaldas junto a Kit.

El rubio se adelantó a responder.

—Mike se hará cargo de él—dijo mientras jugaba con su daga, haciéndola girar entre sus dedos con una precisión aterradora—. A nosotros nos dejó el placer de tratar con este hermoso gordito, así que somos afortunados. ¡El postre es el plato que más se disfruta, besties!

Le encantaba sacar de quicio a Opal, en especial porque sabíamos la clase de cosas que se dedicaba a hacer. Con posterioridad Ron me habría contado con lujo de detalles diversas historias sobre cómo ese inútil, primero a espaldas de Skylar y luego con su consentimiento, seducía a toda clase de mujeres a las que, una vez ellas se descuidaban, tomaba fotos para venderlas en internet. No era la primera vez que lo hacía y en definitiva tú, Darcie, no fuiste su única víctima.

La peor parte y, asimismo, la que nos perjudicaba todavía más, era que todo eso bajaba de órdenes de su anterior amo: Virgilio.

Poco a poco empiezas a acostumbrarte a la clase de pedidos que tiene cada uno de los tres señores. Nunca lo admitieron pero estoy seguro de que les encantaba ser la cara de 3 de los pecados capitales, perteneciéndole a Virgilio la lujuria, a Dante la avaricia y a Hades la soberbia. En lugar de algo que evitar, era lo que promovían en los miembros de Catábasis y en sus propios lacayos, sosteniendo que la única forma de ser oscuros es a través de ellos.

—Giovanni—habló Ron, dirigiéndose al inmóvil hombre que teníamos en frente. Ni él ni Kit podían quedarse quietos, por lo cual comenzaron a caminar a nuestro alrededor—. Sé que estás al tanto de cómo funciona la ley en Catábasis. Sería una molesta pérdida de tiempo tener que explicártelo.




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