La muerte del amor

Capítulo 21 · Eres mi espiral

XXI

DARCIE

Así fue enamorarnos, la primera fase de caer en el inevitable pozo depresivo que significa empezar a gustar de alguien. Fue como tomar un dibujo en blanco y negro para colorearlo, llenando todos los espacios grises y aburridos con una vida de la que carecías. Descubrí que podía tener una debilidad, y que esa llevaba tu nombre me gustara o no. Que parte del riesgo implicaba confiar en que, aun pudiendo, no te aprovecharías de mí. Que no me lastimarías. Las espinas no pueden volverse en tu contra, ¿por qué iba a pensar siquiera que tú sí lo harías?

Con el tiempo empiezas a acostumbrarte con demasiada facilidad a que por fin alguien se preocupe por ti. Eso es lo que llevo aprendiendo estos meses que me tomaron escribir lo que acabas de leer, sintiendo que han pasado años cuando en realidad falta todavía para eso. Ahora estar contigo se siente tan diferente, tan lejano a una guerra. Una vez bajas las armas se convierte en la paz misma, una instancia imperturbable donde estar con el otro se siente como el paraíso mismo.

Esa es la segunda fase, Louie. El paraíso en el que nos encerramos, donde el mundo se convierte en la máxima expresión de la dulzura y nada puede salir mal. Ambos nos disfrazamos de ángeles perfectos e incapaces de herirnos. Esto empezó esa misma noche después de lo que te conté en la última entrada. Estoy segura de que me odiarás por omitir los detalles sobre qué hicimos en ese invernadero sucio y viejo, pero prefiero mantener ese tipo de cosas para la intimidad. Lo que sí espero que recuerdes es que, cuando terminamos, me llevaste a tu casa por primera vez después de mucho tiempo.

El sótano estaba igual que antes. Me enteré de que vivías con Ron pero que no regresaba a tu casa desde ese viernes de la fiesta, por lo que asumimos que debía de andar por ahí con Danielle. Luego descubrí que en realidad tú mismo lo habías echado y amenazado para que no interrumpiera nuestras primeras convivencias pacíficas, pidiéndole a Kit que lo recibiera en su departamento.

Pusimos música y nos acostamos juntos en la misma cama toda la noche, abrazándonos. A primera vista podría parecer que fue incómodo y, si te soy sincera, hasta yo esperaba que lo fuera. Llevar semanas discutiendo en silencio para encontrarnos y explotar la tensión que nos separaba no podía no dejar secuelas inexplicables.

Pero el silencio de repente era cómodo.

Contigo sosteniendo mis manos entre las tuyas, acompañando tu respiración hasta que tomó el mismo ritmo que la mía. Mi incapacidad por poder entrar en tu mente y ver qué pasaba por ahí mientras estabas conmigo. Más bien, con una versión de Marlene a la que te gustaba llamar Darcie.

Ese día me atreví a preguntártelo.

Hizo falta que lo hiciera para que te dignaras a explicármelo.

—Hay algo que no entiendo—dije, acomodando mi cara al apoyarla en ese espacio que había entre tu hombro y tu oreja.

Me devolviste un tonto mmh que estoy segura se te escapó sin que lo planearas. Tus dedos sostenían mis hombros, acercándome más a ti y acariciándolos de vez en cuando.

—¿Por qué te parece tan divertido llamarme Darcie?

Estabas mirando el techo hasta que me escuchaste decir eso. Entonces, tu mirada bajó con calma hasta encontrarme concentrada en cada uno de tus movimientos.

La forma en la que esbozaste una sonrisa provocativa hizo que me preparara para otra de esas estupideces típicas de Andrew.

—Tu primer nombre es tan feo que no me dejaste opción—respondiste.

Puse los ojos en blanco, intentando apartarte para de alguna manera dejar en evidencia mi rechazo ante tal broma. Empezaste a reírte por lo bajo, atrayéndome con más fuerza hacia ti.

—Bien, te daré la explicación romántica que quieres—empezaste a decir, a lo que tuve que adelantarme.

—No quiero una explicación romántica.

—Sí que la quieres—me mandaste a callar colocando tu dedo índice sobre mis labios. Pensé en mordértelo, pero contuve el impulso—. Y yo también quiero dártela. Llevo siglos esperando que me preguntes esto.

Esbocé una sonrisa tonta, acomodándome para sacarme tu sucia mano de encima. Al hacerlo, conté rápidamente los cuatro anillos que tenías en ella siempre y nunca había tenido la oportunidad de ver tan de cerca como ese día.

—Para ti yo soy Louie y para mí eres Darcie—explicaste, girando tu cabeza para que así nuestras frentes se encontraran—. Así es como me refiero a la versión de ti que eres cuando estás conmigo.

—¿La versión que soy cuando estoy contigo?

—Sí, bobita, es justo lo que acabo de decir tal cual—fue tu turno de poner los ojos en blanco, imitando exageradamente mi gesto—. Marlene es una perra sarcástica e insensible con todos. Darcie es la chica capaz de quererme que tengo en frente ahora mismo. ¿Recuerdas ese dibujito de Stich que usaban para mostrar su nivel de maldad?

Asentí con la cabeza, atenta a tus ojos y la felicidad que había en ellos mientras me hablabas de algo tan estúpido como eso.

—El de Marlene está al 101 por ciento—seguiste con la broma, atento a mi reacción—. El de Darcie no llega al 1 ni intentándolo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.