La muerte del amor

Capítulo 25 · Cambiar todo con una llamada

XXV

ANDREW

En cuanto las clases terminaron recibí una llamada que lo cambiaria todo.

Algo me dice que no es la mejor manera para abrir esta entrada, pero no vas a decirme que no acabo de llamar tu atención. El lado malo es que no estoy mintiendo cuando digo que de verdad muchas cosas se cagaron con algo tan simple e inofensivo como recibir una llamada de un número desconocido. Normalmente no las atendía, pero ese día no tuve otra opción. La persona en cuestión llevaba horas llamándome cuando me digné a atenderle.

—¿Qué quieres?

Habían terminado las clases pero seguía teniendo que quedarme con los castigados, por lo que tomé el atrevimiento de salir por un momento del edificio. Fue lo mejor que pude haber hecho, créeme.

—Andrew Anderson—respondió la persona al otro lado de la línea—, siempre tan educado.

Podía reconocer la voz sin mucho esfuerzo, en especial después de haberla escuchado hace tan poco, aunque en unas circunstancias un tanto complicadas.

—Christopher Thorndike—mascullé, empezando a darme cuenta de lo jodido que estaba.

Era el padre de Josephine. El mismo que me acusaba de haberla asesinado, o algo peor. Ese mismo al que, además, me vi obligado a secuestrar bajo órdenes de Dante.

—¿Ya no soy tu querido suegro o qué pasa?—me recriminó, de la misma manera que tantas otras veces—. Porque estoy seguro de que nunca drogas y metes a un maletero al padre de tu novia, cabrón.

Cerré los puños, alejándome de las personas que me rodeaban. Necesitaba estar solo pero fuera a donde fuera, terminaba encontrándome con estudiantes. Llegué a la esquina del colegio, donde por fin me detuve.

—Solo estaba siguiendo órdenes—intenté defenderme por donde fuera, aun sabiendo que era demasiado culpable como para escaparme de esa.

—¿Y si te ordenaban matarme también ibas a hacerlo, Andrew?—escupió el padre de Jo, alzando la voz. Llegó a tal volumen que algunas personas voltearon a verme. Empecé a caminar otra vez, alejándome de ellas—. Eres una rata asquerosa, lo supe desde que empezaste a salir con mi hija y no hiciste más que confirmármelo uniéndote a la misma mierda de la que ella formaba parte.

—Usted sabe tan bien como yo que pensamos lo mismo de Catábasis—repuse, sin detener el paso—. Nadie la quería dentro pero era imposible sacarla con vida, señor. Lo intenté infinitas veces, y aun así…

—Terminó como terminó—me interrumpió, finalizando mi frase. Frené en seco—. Detesto tener que decirte esto, pero te debo unas disculpas. Eres un imbécil con todas las letras, y sin embargo jamás le tocaste un solo pelo a Josephine.

Eso era nuevo, demasiado contradictorio a todo lo que el señor Thorndike defendía desde la desaparición de su hija. Si hubo una razón por la que la policía se metió conmigo desde el inicio, esa era él. Constantemente empujaba a pensar que fui yo, que nuestra relación tóxica era la prueba más contundente de que la quería ver muerta.

—¿Disculpe?—susurré, procurando no titubear.

—Me oíste a la perfección, hijo, es innecesario repetirlo—se quejó el hombre, carraspeando mientras parecía acomodarse desde donde sea que se haya encontrado—. Sé que no le hiciste nada, Andrew. Por eso te llamo, porque mereces saber la verdad.

Tenía el alma en los pies a esas alturas de la conversación. Volteé un poco para volver a ver lo que estaba dejando atrás, encontrándome con la mirada de Ron a lo lejos. Justo estaba cruzando por esa zona, de camino a su casa. En cuanto me distinguió empezó a acercarse a mí.

—¿Cómo que saber la verdad?—pregunté con miedo, imaginando miles de respuestas diferentes—. ¿Sabe qué pasó con Josephine?

No tardé en escuchar que empezaba a llorar.

—Viernes. Mi casa—dijo, y luego soltó un gruñido—. Y procura no traer a ese negro que crees que es tu amigo porque…

Antes de que pudiera terminar de escuchar lo que me decía, Ron llegó a mi lado y me quitó el celular de las manos sin siquiera preguntar con quién estaba hablando. Se lo llevó al oído y mantuvo el silencio un par de segundos, probablemente escuchando lo que sea que el señor Thorndike haya estado diciendo. Apenas pude reaccionar, por lo que permanecí estático en la misma posición de antes.

¿Era posible? ¿De verdad se sabía algo de Josephine después de tantos años?

—No. Y no vuelva a llamar, viejo asqueroso—lo cortó Ron, finalizando la llamada. Lo siguiente que hizo fue bloquear el número de mi celular y devolvérmelo, propinándome un apretón en ambos hombros—. ¿Todo bien, chico? ¿Qué te dijo el gordo de Thorndike?

Empecé a negar con la cabeza, anonadado. Apenas podía creerlo. Sentía que hasta podía colgar mi boca de mi cara como en las películas y seguiría siendo incapaz de reaccionar.

—Sabe sobre Jo—musité, mirando las personas cruzar de una esquina a otra—. Quiere hablar conmigo de…

—No, Drew, no—me interrumpió Ron, mirándome como si estuviese perdiendo la cabeza—. ¿Ya te olvidaste que por su culpa tu vida se jodió? Esta debe ser otra de sus estrategias para intentar hacerte confesar algo, chico. La última vez que lo vimos literalmente fue para secuestrarlo así que, dime, ¿por qué mierda le crees cuando te dice algo como eso?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.