La muerte del amor

Capítulo 27 · Se fue para salvarte

XXVII

LOUIE

Fue una buena jugada, no voy a negártelo. Dejar esa conversación en el momento justo en el que yo, lleno de esperanza, me atreví a hacerte la única pregunta cuya respuesta consiguió ponerme nervioso. No me cuesta una mierda, como sabrás, mantener la calma. Una constante tranquilidad es lo que mejor caracteriza mi estado anímico usual, por lo que el hecho de alterarme en algo tan básico me dejó sin palabras.

—¿Todavía no?—repetí, sintiendo amargas las palabras en mi boca.

Dejaste de mirarme con esa facilidad, concentrándote en las vistas que teníamos de Ghael desde donde estábamos. No estoy seguro de si alguna vez te lo expliqué, pero mamá solía llevarme a esa pequeña capilla, la de abajo, a rezar. Nunca me interesé del todo por involucrarme en sus actividades, por lo que mis paseos concluían en un pequeño Drew caminando, solo, por los alrededores.

Un día, mamá me enseñó ese camino. Ya sabes, la subida a esa pequeña montaña. Nosotros nos detuvimos casi a la mitad, pero al final del mismo había otra iglesia, un poco más grande, que seguramente lleva ya algunos años abandonada.

—No puedo confiar en ti si no me dices exactamente en qué estás metido, Andrew—explicaste—. Pasé por esto antes y sé lo que se viene. Luego vas a empezar a excusarte, a decirme que exagero cuando te escapas durante horas y vuelves en la mierda. Justo como ahora, vas a intentar hacerme creer que nada sucede. Que lo tienes todo bajo control.

Me otorgaste un momento de silencio, uno en el que no supe si había algo que pudiese decir que no fuese a sonar como un intento de explicarte algo que, claro está, jamás iba a ser la verdad completa.

—Vives pidiéndome que baje las defensas cuando el último en hacerlo eres tú—agregaste con frialdad, echándome una mirada por encima del hombro.

Por mi parte, yo seguía recostado sobre la tierra. La botella de agua estaba a un costado de mi pierna, en un lugar seguro como para no caerse. Poco a poco caía la noche, empezando a mostrarnos algunas de las estrellas que se alcanzaban a divisar antes de que el sol se fuera por completo.

—Pero te quiero—intenté renegar—, ¿no es eso suficiente?

Por supuesto que sabía que no lo era. No alcanzaba a pagar ni la mitad de la cuota que traía el estar conmigo, pero aun así necesitaba razones que me permitieran hacerte cambiar de opinión. Quise buscarlas, pero cada vez se volvía más difícil encontrarlas.

—Ambos sabemos que no, Louie—contestaste en un murmullo.

Sé que no tenía sentido, que resultaba una patética manera de manipular la realidad para que olvidaras, al menos por un segundo, que yo tenía algo en lo que no quería involucrarte.

La lucha interna crecía a medida que me quedaba sin coartadas, sin un argumento que darte para que te quedaras conmigo. Nada iba a ser jamás suficiente, ni siquiera mis sentimientos. Pero tenías razón, Darcie. Yo tampoco habría estado conmigo en esas circunstancias.

Podía decírtelo. Contarte todo, involucrarte con el maravilloso pretexto de que no iba a permitir que te hicieran daño. Que iba a cuidarte por encima de todos, incluso del mismo Hades. Lograr lo que no pude con Josephine. Salvarte del infierno, de un mundo que quemaba hasta convertirte en la mera sombra de tus actos.

—Y tampoco es como que tengas algo que querer. ¿Qué tanto me conoces a estas alturas?

De haber estado relajado, me habría reído de tu pregunta. Sin embargo tenía tantas cosas en la cabeza, pensamientos negativos yendo de un lado a otro en busca de alojar algún tipo de tranquilidad, que lo único que me salió fue fruncir el ceño.

—Sé más de lo que crees—reclamé.

Ibas a devolverme la queja, por lo que me adelanté.

—Tienes una madre de mierda y por eso siempre preferiste a tu abuela. Crees que Candace te abandonó porque cuando eras pequeña te mandó a vivir con Candy y jamás fue a verte mientras se internó en rehabilitación para sanar—empecé a recordar,  trayendo a colación aquellas cosas que me contaste estando borracha y otras tantas que descubrí por mi propia cuenta—. Tienes un hermano mayor que se fue a estudiar lejos hace años, pero a él nunca lo culpaste de dejarte sola. Cuando tu abuela murió, empezaste a vivir de nuevo con tu mamá pero nunca pudieron acostumbrarse. Pasaste de ser la alumna ejemplar en tu colegio anterior a ser, en tus palabras, no mías, un desastre que vive constantemente ahogándose.

Giraste para mirarme, aunque incluso en ese momento no pude percibir ni una sola emoción en tu expresión. Permaneciste sin decir nada, dándome pie a seguir.

—Y de igual forma nunca voy a conocerte por completo, y a pesar de ello puedo quererte—acoté, mirándote a los ojos—. Así que esa no es excusa para decir que nadie, ni mucho menos yo, puede elegir quedarse contigo.

¿Quieres que sea sincero? Hasta a mí me sorprendió el giro que dio esa conversación, aunque seguía notando la amargura de una mentira oculta en cada una de mis explicaciones.

—Solo sabes lo que saben todos—replicaste, incansable e incapaz de darme la razón por una sola vez en la vida—, pero fuera de lo que pasó en mi vida ni siquiera yo…

Ni siquiera yo sé quién soy—completé por ti.




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