La muerte del amor

Capítulo 43 · Ya no sé qué hacer

XLIII

DARCIE

Sí, soy yo de nuevo.

Hemos discutido ayer, hoy, y probablemente volvamos a hacerlo mañana.

Cumpliremos un año y ni siquiera podremos vernos.

Espero que no me culpes por no devolverte el diario como dije que haría, pero si te soy sincera le tengo tanto aprecio—el mismo que te tengo a ti—que quiero hacerlo cuando de verdad estemos bien. Cuando no me sienta como me siento y quiera dártelo para que lo leas con una sonrisa, no entre lágrimas.

Hay mucho que contar.

Un año de relación no se resume con facilidad, aunque suene a obviedad.

El viaje de fin de curso terminó bien. Estábamos más enamorados que nunca, pero no fuimos tan imbéciles como para hacerlo en la playa. Tuve que pedirle a Bailee las llaves de nuestra habitación, pelear un rato con ella como para que nos dé al menos una hora—además de soportar sus risas diciendo que encima iba a durar tan poco mi felicidad—, y por si no fuera suficiente, luego nos enfrentamos a la rabia de Miss Adams.

Intentamos escondernos, entrar sin que nos viera, pero Giselle terminó exponiéndonos sin piedad. Finalmente recibimos un llamado de atención y fuimos enviados cada uno a su habitación.

A eso de las doce y media, escuché que llamaban a mi puerta.

Creí que sería Bailee, pero eras tú.

Fue una buena noche. Tuvimos sexo, nos reímos, hablamos horas y horas y no dejaste de repetirme ni por un solo momento que mi cabello te fascinaba. Decías que algún día ibas a copiarme, pero todavía no lo haces. Se hicieron las cinco de la mañana y empezamos a preocuparnos ante la ausencia de Bailee, así que nos escapamos, volvimos a la playa a buscarla y la encontramos borracha intentando hacer un beso de a nueve.

Pudimos detenerla a tiempo, pero estaba tan enfurecida porque le quitamos la diversión que al final se enfadó un buen rato con nosotros. Tú no hiciste más que recordarle que estaba con Lía, que no podía hacer ese tipo de cosas, hasta que al final terminó llorando.

Nunca creí que vería a Bailee así... hasta ese momento.

—¿Qué mierda me importa a mí Lía?—confesó ella, abrazada al inodoro del baño público que había en la playa—. Terminó conmigo hace dos días.

Por eso estaba tan eufórica.

Si te soy sincera, parte de mí dejó de creer en el amor tras eso.

Todo lo que Bailee había hecho para poder estar con Lía al final parecía no haber servido para nada, aunque esos pocos minutos que volvía a estar sobria no dejó de repetirnos que era mejor así. Que por fin su familia la perdonaba, y que probablemente podría terminar volviendo a su casa cuando todo mejore del todo.

Incluso con el corazón roto la seguía amando con locura.

Respetaste mi decisión de no decirle a nadie que ese 30 de octubre era mi cumpleaños. Aunque te pasaste todo el día insinuándolo, no llamó la suficiente atención como para que preguntaran directamente.

Cuando el viaje terminó, no pude evitar sentir un enorme y horrible vacío dentro de mí. La pasé tan bien estando contigo, con Bailee y Casper, que el tener que volver a mi constante realidad se sintió como una triste bajada a la tierra. Empecé a darme cuenta de que te extrañaba, que amaba estar sobre ti y verte reír de todas esas oportunidades en las que me molestabas por estupideces.

Desde el primer segundo en el que puse un pie dentro de casa, mamá me hizo saber cuánto odiaba lo que me había hecho.

—¿Quién mierda te dijo que era buena idea?—recuerdo que me dijo. Yo estaba sentada en la cocina y ella de pie, fumando—. ¿Teñirte solo la mitad de la cabeza? Qué horror, no hay nadie a quien pueda quedarle bien algo así.

Esa temporada estuvo más irritable de lo normal.

Y con irritable me refiero a que empezaba a estar más presente en casa, al igual que yo.

Tenía que estudiar día y noche, por lo que no podía permitirme ir hasta la casa de mi abuela donde no había ni electricidad ni comida. Era horrible tener que enfrentarme a Candace, pero al mismo tiempo era el mal menor.

No tengo ni idea de porqué terminé dándome cuenta de algo como esto, pero cada vez que empezaba a irme bien fuera, las cosas ahí dentro empeoraban.

Todo lo que hacía la molestaba. Mamá no dejaba de recordarme en cada oportunidad que se le presentaba la eterna molestia que era yo para ella. A veces era fría y dura, a veces buscaba darme pena y en la mayoría de las ocasiones estaba tan dopada que solo balbuceaba con rabia.

Llevaba años sin amenazarme con que iba a matarse, pero pasó una vez más la tarde de noviembre que había reservado para salir contigo. Soy capaz de recordarla con lujo de detalles porque nunca detesté tanto a Candace como ese día.

Cuando quise entrar a casa tras volver de mis clases, ella había bloqueado la puerta.

No importó la cantidad de veces que llamara, no recibí respuesta alguna.

—¡Candace!—empecé a gritar, golpeando repetidas veces para que me escuchara—. ¡Ábreme!




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