XLVI
MEGARA
No sé cómo logré sentarme ese día, pero cuando la morfina empezó a hacer de las suyas me veía capaz hasta de correr una maratón si me lo pedían. Bueno, en realidad no podría haberlo hecho con todos los patitos en fila, pero se sentía como si pudiese.
Me costaba ser yo, concentrarme. Sin embargo, había algo más fuerte que eso, y era mi necesidad de vengarme.
Tenía que volver al despacho de Dante.
Sabía que no podía dejar pasar esa oportunidad, la de aprovechar el gas somnífero que logré dejar ahí cuando no se daba cuenta. Lo había preparado todo en silencio, sin decírselo a nadie, al principio ni siquiera a Kit. Usé uno de esos aparatos que en realidad estaban destinados a tirar perfume cada determinado tiempo, pero en su lugar coloqué el frasco que debía rendir hasta al más despierto de los hombres.
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Ya no era capaz de usar las fuerzas a mi favor, pero logré colocarme un nuevo pasamontañas y caminar por mi propia cuenta cuando tuve que ponerme de pie. La peor parte vino cuando me cediste tu tapado para que pudiera cubrirme, y el tacto de mi piel contra la tela no hizo más que arder del dolor.
Tanto tú como Kit permanecían atentos a mí, esperando para que cayera. Sabía cuánto los alteraba tener que tratar conmigo en ese estado, por lo que luchaba contra todo para no ser una molestia.
Iba a ser tu responsabilidad torturar a Dante.
Ni Kit ni yo podíamos.
Salir del Tártaro y volver a ver las luces del vestíbulo se sintió como nacer una segunda vez tras la muerte. Las pocas personas que estaban en el bar ni siquiera voltearon a vernos cuando pasamos a un lado de ellos, caminando a toda prisa en dirección a los Campos Elíseos.
Suena loco, pero ya no nada dolía.
Lo que predominaba en mí era el odio, las intenciones de ver que mi plan había funcionado e iba a tener la oportunidad de devolverle a Dante todo lo que acababa de hacerme, no solo a mí sino a otros tantos.
Convencerte para que te unieras a nosotros es más mérito de Kit que mío, pero al fin y al cabo lo importante es que lo logramos. Supusimos que iba a ser más difícil de lo que en realidad terminó siendo, aunque supongo que verme tal y como estaba también tuvo cierta influencia en que cedieras sin dar pelea.
No te gustaba una mierda lo que estaba por pasar, sin embargo agachaste la cabeza y me seguiste los pasos.
En parte esa no era solo mí venganza, también sería tuya. Creo que una parte de ti, la más oscura, quería hacerlo. Tomar el látigo y cerrarle la boca de una vez por todas a Dante. Destruirlo de la misma forma que sentías que él te había destruido a ti.
Tenías puesto el pasamontañas, no iba a reconocerte, tampoco a Kit. El plan era sacárnoslo una vez despertara, pero no permitir que el resto de Catábasis supiera que fuimos nosotros quien le hicieron eso al pelirrojo.
¿Cuál fue el primer obstáculo que tuvimos, el primero que tampoco previmos?
La puerta cuya llave era sangre.
Tuvimos que plantarnos frente a ella cuando la tuvimos delante, cerrada. Ni siquiera la llave del despacho de Dante que Hades nos había dado servía para abrirla, lo único que funcionaba era tener sangre de los amos.
O, en su defecto, de alguien con quien compartan el tipo.
—Tenemos que intentar—dijiste, y al instante Kit sacó su daga.
No podíamos compartir la misma cuchilla para hacer eso, por lo que estabas dispuesto a buscar algo con lo que herirte cuando el rubio hizo un rápido corte en su dedo y lo introdujo lo más que pudo dentro de la cerradura.
La puerta se abrió al instante.
—¿Lo ven?—se animó, esbozando una sonrisa—. Tengo sangre de demonio.
Sin perder más tiempo, nos adentramos y dirigimos a la puerta de Dante. Aguantamos la respiración en cuanto la abrimos, pero estoy segura de que tampoco habría sido necesario. Ya de por sí era difícil respirar tras el pasamontañas, peor todavía de la ansiedad que me generaba la posibilidad de que el putísimo gas no hubiese tenido efecto sobre el pelirrojo.
Buenas noticias, sí que lo hizo.
Dante estaba tumbado sobre su escritorio cuando entramos, completamente dormido, inconsciente. Permanecía inmóvil como una piedra, aunque todavía respiraba. Caminé hasta la esquina en la que había colocado la maquinita y la desactivé, esperando que eso fuese suficiente para que el gas no nos afectara también a nosotros. Entre tanto, Kit y tú se ayudaron para cargar el enorme cuerpo de nuestro amo hasta esa pared en la que yo había sido atada horas atrás.
Las cadenas ahora sostuvieron a otra persona, haciéndome caer en la cuenta de lo divertido y satisfactorio que era tensarlas sabiendo cuánto dolían.
Por desgracia para mí, la morfina que me atontaba era también la misma que calmaba el dolor físico, pero yo quería poder disfrutar de ese momento al máximo, no estando en la luna.
Dante tardó al menos veinte minutos en empezar a despertar. Cuando lo hizo, estaba tan perdido que sus ojos se abrieron y permanecieron en el mismo punto un largo rato. Tras eso, divisó a cada una de las personas que tenía en frente y empezó a toser. Tiró de sus brazos, incluso de sus piernas, pero nada era suficiente como para zafarse.
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Editado: 21.11.2021