La muerte del amor

Capítulo 49 · La trampa de Hades

XLIX

MEGARA

Ser atrapada in fraganti nunca pesó tanto.

Apenas tuviste tiempo, o ganas, de enfadarte conmigo. Antes de que pudiera darme vuelta para verte, noté cómo tus manos se aferraban a mi cintura, alejándome con brusquedad de donde estaba. Toda la culpa recayó sobre mí y el delictivo crimen que acababa de cometer, ese que todavía era capaz de sentir con asco en mis labios mientras me tambaleaba hacia atrás.

Al menos en una primera instancia, la cosa podría haber acabado ahí. Eso parecía prometer, en especial porque no eras de esos que se metían en peleas. De hecho, ni siquiera volteaste a ver a Rager, lo cual solo volvió eso tres veces peor. Tu mirada, desconcertada y decepcionada, cayó sobre mí como una maldición.

—¿Qué mierda hiciste, Megara?—repetiste una vez más, esta vez sonando tan roto que lo único que pude hacer fue correr la mirada, llena de vergüenza.

Te lo dije.

¿En qué estabas pensando?

Ahora debe odiarte.

Y lo peor es que la razón se la diste tú sola, servida en bandeja de plata.

¿Eres estúpida o por qué no eres capaz de cuidar nada bueno que hay en tu vida?

¿O es que también querías destruirlo a él?

No tenía palabras, ninguna defensa con la que responder o enfrentarme a la tristeza con la que de repente empezaste a mirarme. No podía soportarlo, no de ti, pero fue peor cuando de un segundo a otro, conforme te dabas cuenta que no diría nada, se transformó en asco. Las voces en mi cabeza, todas culpándome sin parar, impedían que escuchara las voces del exterior.

La fiesta, de fondo, recobró su ritmo, pero dentro de ella yo seguía perdida, aturdida, preguntándome infinitas veces por qué dejé que mi deseo de venganza matara lo único bueno que tenía.

Rager iba a arruinarme la vida entera incluso aunque no lo pretendiera.

—¿Qué, Mimi?—su voz se alzó detrás de nosotros, a pesar de que te interpusiste entre nuestros cuerpos. Miré tu mandíbula tensarse, perder de a poco la paciencia física que te quedaba—. ¿Olvidaste decirle que eres una puta?

Al instante, volteaste a verlo.

—¿Qué dijiste de ella, basura?

No tengo ni idea de qué mierda habrá visto Rager en ti, porque a mí él me dio la espalda, pero el simple tono de tu voz demostraba en sí mismo lo cerca que estaba de ceder.

Lo peor es que Rager era buenísimo sacando provecho de eso, y no en el buen sentido. Lo vi por encima de tu hombro, cómo de la manera más desagradable posible él se dedicó por un instante a relamerse los labios con una seguridad vomitiva.

—Tampoco la culpo, yo también pondría los cuernos a alguien con la cara de imbécil que me llevas. Es casi como si estuvieses pidiéndolo.

Que te atacaran no era tu punto débil, eso lo sabía muy bien. Noté cómo apretabas las manos en forma de puño, sin moverte.

—¿Eso que escucho son lloros?—replicaste, dando un paso más cerca de él.

Rager sonrió.

—Si crees que estos son lloros, deberías haberla visto a ella cuando la hice mía.

Ahí, justo ahí, en medio de esa nauseabunda y falsa frase, hiciste lo que menos propio era de ti.

Perdiste el control.

El furor cedió paso a un puño que voló en dirección al perfil izquierdo de Rager, dándole de lleno y con toda la fuerza posible. Vi cómo ambos eran impulsados hacia el costado del taburete, cayendo al suelo en una imparable pelea que tenía como víctima al que primero bajara las defensas.

Como era de esperarse, el imbécil de mi ex no lo pensó dos veces antes de arremeter contra ti, devolviéndote triplicado cada golpe que tú dirigías en su contra. Los gritos se alzaron a nuestro alrededor, en especial el mío. Busqué entre mi bota la daga, pero en cuanto la tuve en mi mano descubrí lo inútil que era con ella cuando mi intención no era lastimar a nadie, sino separarlos.

Si tenía que cortarle la cara a Rager no me habría importado, el tema era que también estabas tú ahí.

Comprendí que tus intenciones tampoco eran herirlo sino reducirlo, mantenerlo en el suelo lo suficiente como para poder calmarlo. Querías eso para poder tomarlo desprevenido, estoy segura. Buscabas tener el control para que no pueda adelantarse a tu estrategia, a eso que debías tener en mente para hacerle algo peor que solo partirle la nariz.

Él, sin embargo, era gobernado por la violencia más pura. Luchaba por herirte con uñas y codazos en tu contra, cada uno más potente y agresivo que el anterior.

—¡Flynn, para!—intenté hacer algo con desesperación, acercándome en el momento menos indicado.

Quise interponerme y terminé recibiendo un golpe de lleno en toda la cara, uno que me echó hacia atrás. No pude descubrir de quién fue porque el mundo entero se desvanecía en la oscuridad mientras retrocedía, alejándome. El metálico sabor de la sangre tomó presencia en mi boca, manchando mis dientes. Alguien me atrapó cuando iba a tropezar, sosteniéndome mientras decía:




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