La muerte del amor

Capítulo 50 · Mors conditrix

L

FLYNN

La hoja está arrancada a la mitad, no sé por qué.

Supongo que nunca pudiste sobrellevar la culpa, que leerla te hacía recordar algo que sucedió bajo tu caprichosa necesidad de reventar un mundo al cual no pertenecías.

Megara, siempre entendiste Catábasis mejor que yo, pero te faltó relacionarlo a un singular concepto que aprendiste demasiado tarde: mors conditrix.

La muerte fundadora es vista como algo necesario, la condición sobre la cual se da lugar a un vacío que permite que algo mayor suceda.

Dante me lo dijo de una forma distorsionada el primer día en el que nos encontramos. El mal menor justifica el bien mayor.

Ese infierno se regía bajo las reglas de dicho concepto, por lo que la muerte de Kit era lo único que permitiría debilitar al inquebrantable Dante.

Lo único que haría que el pelirrojo no tenga ninguna otra opción que confiar en nosotros, incluso en ti. Especialmente en ti, como Hades quería que fuera.

Lo único que nos libraría del contrato que nos aseguraba la muerte por traición.

Lo único que rompería dos corazones. El tuyo y el más importante.

Pero nada hacía que se sintiera menos.

Ninguna explicación era suficiente para justificar la maldad con la que Hades tomó una vida que jamás debería haberse ido.

Sus planes nos superaban, siendo algo que solo pudimos comprender cuando ya no había vuelta atrás, cuando ya todo estaba hecho.

Yo también me odio por lo que sucedió.

A veces también creo que es mi culpa.

Yo inicié la pelea con Rager, al fin y al cabo... ¿verdad? Hades apareció por eso. Por mi inutilidad.

No sé si lo recuerdas, pero yo mismo describí al inicio uno de los envenenamientos que presencié en Catábasis, el de Giovanni. Le hicieron consumir ricina. No me preguntes cómo lo descubrí, pero tal parece es lo mismo que nos dieron a nosotros esa noche. En cuanto lo recordé, caí en la cuenta de que inhalarlo empeoraría sus efectos en mí, así que aguanté la respiración a medida que era obligado a beber.

La diferencia es que esa vez el veneno estaba pensado para acabar con Kit.

Cuando acercaron la copa a sus labios, él no bebió. La inhaló.

Solo así fue mortal, puesto que causó los problemas respiratorios más graves que puede generar este veneno si sabes usarlo bien.

Hades supo utilizarlo.

En cantidades mortales, quiero decir.

Si nosotros sobrevivimos, es justamente porque la consumimos. Se supone que sus efectos son peores cuando la inhalas, es por eso que Kit...

Ya sabes.

Ha pasado tiempo desde esto. No tanto como el que me gustaría, pero sí que han pasado ya unos meses. Dicen por ahí que todo luto se termina, o incluso que tiene sus etapas y lo ideal es avanzar entre ellas, aun cuando seas incapaz de salir. No estancarse es prioritario. A veces siento que todavía sigo en el inicio, prisionero de esa noche y el eterno estado de shock en el que me dejó.

Muchas cosas pasaron al mismo tiempo. Despedirme de Kit era la más grave de ellas, pero tampoco podía hacer a un lado la imagen de tu cuerpo sobre esa basura que tenías por ex.

Los efectos del veneno duraron en mí un par de horas, pero tú aun seguías débil cuando yo logré recuperarme. Apenas tenía fuerzas como para hacer algo, pero prefería mil veces encajar un tiro en mi cabeza antes que quedarme ahí a verte abrazar el cuerpo sin vida de Kit mientras llorabas. No podía soportarlo, no tanto tiempo. Así que me puse de pie, aguardé a estar lo suficientemente seguro y caminé hasta donde estabas. Sin decir una sola palabra, alcé tu cuerpo y lo cargué de salida al Tártaro.

Teníamos que irnos, no podía quedarme ni un solo segundo más ahí adentro. Era un castigo constante, el recordatorio de que ese lugar era un verdadero infierno, aun cuando intentaba olvidarlo con todas mis fuerzas.

Me relajé, lo admito. Bajé las armas porque confié en la idea de que teníamos el control. Lo hice porque así era yo, ¿no? Me quejé de ti, pero también estaba seguro de tener siempre la razón. Y aunque le di miles de vueltas al plan en mi cabeza, pensé en las miles de posibilidades que tenía de acabar mal, jamás me adelanté a lo que en realidad siempre fue una amenaza.

Hades. Ella y su poder.

Una mujer guardando secretos puede ser mortal.

Caminé a paso lento, cargándote en mis brazos hasta la enorme puerta del Tártaro, pero ahí me detuve. El problema es que no tenía ni idea de qué hacer, dónde ir o a quién buscar. Se me habían acabado las opciones en un parpadeo.

Estabas tan vulnerable y enferma que nada pudiste hacer para zafarte. El oxígeno tampoco te bastó como para permitirte quejarte, ante lo que te viste acorralada a dejarte llevar sin más. Cerraste los ojos, apoyaste las manos en mi pecho y no opusiste resistencia.

Digo esto a modo de introducción para que haya un contexto a lo que escribiste luego, pero todavía tengo algo más que decirte. No a ti, Darcie, sino a Marlene. A ella y a Megara.




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