La muerte del amor

Capítulo 52 · Un averno para mis emociones

LII

MARLENE

Creo que ya sé cómo llamaré a esta tercera etapa del amor: apocalipsis. El mundo se viene abajo, pudriéndose y condenándose a sí mismo al olvido a medida que todo empeora sin la posibilidad de volver al punto de inicio. No como antes, al menos. Ya no se puede salir del problema sin acabarlo primero, y para personas que están tan hundidas como nosotros eso solo implica una cosa.

Hay que meternos en el fuego, Flynn.

Morir y rezar implorando la resurrección que nos permita cumplir el objetivo de Catábasis.

La muerte de Kit se sintió como si hubiesen apagado algo, nuestra fuente de energía que usábamos para enfrentarnos sin miedo a lo que sucedía. Sigo extrañándolo, sigo culpándome incluso al sol de hoy por lo que pasó. No puedo soportarlo, Louie. Lo único que parece sanarme no es el tiempo, es romperme hasta que algo encuentre la manera de arreglarse por su cuenta propia.

Ya no podía protegerlo, ya nadie iba a salvarlo.

Un balde de agua fría me hizo despertar, obligándome a entender que no podía pelear una guerra como esa y esperar ser más inteligente que el peligro que tenía en contra.

Porque yo de verdad estaba convencida de que podía, ¿entiendes? Pensé que había pasado por algo así antes, que entendía un mundo que no podía ser muy diferente al que yo conocí tras mi segunda muerte junto a Rager.

Él ya me había metido en esos problemas.

Los sufrí, metí la pata y casi perdí, pero de alguna forma u otra terminé sobreviviendo.

Catábasis no se comparaba con lo que creía conocer. Era un desafío totalmente nuevo y violento, repleto de personas muertas que, como dijo Dante, nos saltarían al cuello cuando menos lo esperemos. Pero asumo que eso es justo lo que tenía que pasar para poder despertar de una vez, para darme cuenta de que tenías toda la razón del mundo diciendo que entendía poco y nada.

Volví a casa sola tras el funeral.

Pagué un taxi para que me llevara a Gunnhild.

Quería alejar de mí todo lo que no entendía, pero estaba tan rodeada de ello que resultaba abrumador.

Como si nada de lo que estaba sucediendo hubiese sido suficiente, recibí una llamada terrible. Era Bo, mi hermano, con la inesperable noticia de algo que ambos sabíamos que tarde o temprano podía terminar pasando.

—No ahora, Bo—tuve la audacia de decirle ni bien atendí al teléfono, conteniendo las lágrimas para que el taxista no tuviese que darse cuenta de lo que pasaba—. Estoy teniendo un día de mierda, sea lo que sea, por favor...

Me mandó a callar con tres simples palabras.

—Mamá intentó suicidarse.

Ahí me di cuenta de que nada era suficiente. Lo que nos hizo Catábasis no contentó al mundo en su insaciable necesidad de castigarme constantemente.

Cuando creí que podía ser fuerte, choqué contra una pared hecha de decepción, vergüenza, culpa y odio hacia mí misma. Una que, cuando alcé la mirada, era interminable. No podía saltarla, no podía atravesarla, lo único que parecía ser posible era sentarme a mirarla. Todo lo malo que fui construyendo a lo largo de ese tiempo se estrelló contra mí cuando quise pasar, y si quería atreverme a ser mejor, a cambiar, tenía que llegar a la fuerza al otro lado.

La línea que me separaba de esa Marlene a la que aspiraba alcanzar podía ser invisible, pero era infinitamente horrible intentar cruzarla.

Fui al hospital de inmediato. Mi hermano dijo que internaron a mamá, que necesitaba con urgencia hablar conmigo. Yo, aun con todo lo que acababa de pasar, no pude decirle nada. Callé, aguanté, y fui de todos modos.

Nos encontramos en la sala de espera, pero tal y como estaba fui incapaz de abrazarlo. Bo, conociéndome, tampoco lo intentó. En cuanto me vio llegar se puso de pie y me invitó a sentarme junto a él. Miré nuestro alrededor, el rostro de las diferentes personas que ahí se encontraban, pero ninguna estaba tan perdida como me sentía yo. Si tuviese que ponerlo en palabras, diría que parecía estar sobre las nubes. En shock. Aun cuando mi cuerpo era capaz de reaccionar, mi mente permanecía entumecida.

—¿Cómo fue?—demandé saber, sentándome junto a Bo.

Él se veía tan jodido como yo, pero por diferentes razones. Cuando más me acercaba a Catábasis, más parecía alejarme de la realidad. No sé si se daba cuenta o no, si podía notárseme en el rostro que algo muy malo acababa de pasarme como para verme capaz de afrontar otro desastre, pero aun cuando exista la posibilidad de que se haya dado cuenta, no preguntó.

Después de todo, estaba usando uno de mis mejores vestidos, era la madrugada posterior a un sábado, y yo tenía esa fama de hija rebelde y fiestera. Habrá asumido que mi estado se debía a una buena noche, cuando la verdad distaba mucho de eso.

Bo nunca llegó a enterarse de casi nada que tuviese que ver conmigo.

—Llegué a casa sin avisar porque quería... creí que así... podría... no, no sé, no sé qué pensé—me dijo con evidente nerviosismo, dejando caer su cabeza entre sus manos. Pasaron un par de segundos, hasta que pudo tomar aire para continuar—. Y la encontré así. Tirada. Con una botella de vodka rota en una mano, y en la otra su tableta de pastillas vacía.




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